2009/04/01

Preso en el Monumental

No sabía bien donde mirar si hacia el centro del campo donde un mar de cabecitas, saltando una y otra vez, se impulsaban desde el piso en dirección al cielo, con vertiginosas consecuencias para mis sentidos o si mirar las primeras filas que como heroicos pelotones se agolpaban contra el escenario y donde torsos desnudos y brazos crispados dibujaban espléndidas figuras de fervor. También tenía la opción de internar mi mirada en el marco multitudinario de tribunas y plateas que del modo de una herradura humana delimitaban la vorágine épica de la fiesta.
Cuando intentaba una visión integral, una mirada que abarcara la totalidad panorámica sentía que me faltaban ojos que hubiese necesitado por lo menos cuatro para llevarme para siempre esas postales vivas, inolvidables, del cariño de la gente.
Era increíble el alto voltaje de energía que esa muchedumbre irradiaba. Por momentos sentí que me tiraba hacía atrás, hacia los tambores de Walter. Cuando me encauzaba de buena forma en el río energético y sentía que mis palabras atravesaban los miles de corazones que tenía adelante, ahí sí, afirmaba fuerte mis piernas sobre el escenario para no irme desbocadamente hacía adelante. Entendí por que muchos cantantes se arrojan al público como si buscaran traspasarlo.
Esta vez en River no tuvimos la oportunidad de ir palpitando el ingreso de la gente, así que la primera imagen que avizoraron mis ojos fue durante el comienzo del show cuando paladeaba aún con restos de nerviosismo la primera estrofa de “El pibe de los astilleros”.
En un momento vi como desde el centro del campo un pibe llevado en andas se abría paso con una enorme bengala verde hasta llegar al borde del escenario, dejando en el camino una estela luminosa que quedó atrapada para siempre en mis percepciones.
Todo fue maravilloso, menos la horrible escaramuza de los cuchillos, todo estuvo forjado dentro de un climax que creo será irrepetible.
Si tuviera que elegir alguno de los mejores momentos me inclinaría por el recibimiento por parte de las bandas de los primeros acordes de “Preso en mi ciudad”, en forma desordenada atravesó todo mi cuerpo un eco de la memoria, que me remitía a más de diez años atrás, hacía una oscura habitación platense, donde con una guitarra criolla le arranqué los primeros brotes de magia turbulenta a “Preso en mi ciudad”. Esas visiones, que ahora más tranquilo, perfecciono en mi memoria confluían con el coro ensordecedor que ejecutaban los chicos siguiendo la melodía de la introducción y que tenía resabios de oración pagana OH, OH,OH,OOOOOH,OH, distante pero próxima a los rasguidos de mis dedos y a esa voz con tintes dark que nacieron a fines de los ochenta cuando estaba viendo de que forma podía continuar lo que había comenzado con Gulp!.
Me parece sentir el sabor del vino de ese día, el olor a Parissienes, me parece ver como surge de mi mente la frase ...una vez le hice el amor a un Drácula con tacones....Siento la cadencia de la canción transmitirse como la primera vez dentro de mi cuerpo. ¿cómo llegamos acá? Quienes son los que entonan como un himno fervoroso mis excéntricas elucubraciones poéticas.
Vuelvo al ruedo espectacular de River atravesado por una síntesis química de recuerdos. La gente. Siempre ese monstruo feliz y su fidelidad como una constante que misteriosamente crecía día a día. Cinco gatos locos hasta llegar a esta multitud abrazadora....Practicamos tiro al pichón y un test para ir al espacio... ¿Soy un privilegiado? Puede alguien más que yo hacerle corear a 80 mil personas algo parecido.
Preso en mi ciudad es una de las composiciones más intimas, carne perfecta para eso tan de moda en estos momentos como el unplugged, para tocarlo sentado rodeado de velas pero no a nosotros nos es dado ejecutarlo sobre una misa en efervescencia.
¿cómo crear un refugio en la memoria donde guardar todo esto?

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