Avellaneda fue en su tiempo una gran ciudad industrial. El humo de sus chimeneas fabriles ya ha desaparecido, así también como la creciente prosperidad de los años 40, todo a manos de de la deforme bestia neoliberal de los últimos años.
Hace un rato mientras transitábamos sus calles, un escozor interno me iba carcomiendo con lentitud. No hace falta demasiado estudio para darse cuenta del golpe mortal que el menemismo le ha asestado a las empresas nacionales. Olí en Avellaneda, en esta recorrida que nos llevo al estadio de Racing, la muerte y la decadencia que un sistema económico impone.
Creo que jamás había venido a Racing. Todo el entorno del club transmite un poco de tristeza, sus escudos descascarados parecen sintonizar con el presente deportivo e institucional del club.
El presidente Daniel Lalín nos trata con inusual encanto. El pelado parece que fue monto y que le gusta bastante el rock. Deja translucir el lejano brillo de una extraña bohemia en sus modales hasta que se corporiza en un empresario sagaz y contundente que me obliga a pensar, una y otra vez, que clase de negocio es este.
Luego de tomar unos wiskies y de definir los pormenores de la presentación de “Ultimo Bondi a Finisterre” en el Estadio de Racing, Lalín nos conduce por un estrecho pasillo paralelo a las plateas que desemboca en una serie de escaleras. Cuando subimos podemos ver el verde del campo de juego.
Pensar que ha mediados de los ochenta esto se uso como depósito de papas- nos dice mientras sacude la cabeza.
El destino final del recorrido es un espacioso minarete que Lalín se ha construido para ver los partidos. Enclavado en la alturas del estadio esta cabina parece tener el claro propósito que no lo moleste nadie. Nos dice si no les parece un buen lugar para instalarnos mientras miramos el ingreso de los chicos al estadio. Es sorprendente que Lalín piense en estas cosas.
Mi entrañable legión se empieza a hacer sentir. De a poco el bullicio que provocan por las calles de Avellaneda va pintando de otro color el decadente hálito gris y opaco del club. Se encienden las primeras luces lo que también colabora para que el Estadio sea otra cosa. Lalín nos trae un sillón reclinable que ha arrastrado desde su despacho pero yo prefiero asomar la nariz por esta especie de balcón oculto. Sentir el vértigo paravalanchesco de un barra mientras veo como miles y miles de chicos empiezan a colmar el estadio. Skay le agradece a Lalín la platea que nos ha habilitado. Yo le digo que nunca habíamos tenido la oportunidad, en ningún lugar en los que tocamos, nunca pudimos palpar tan de cerca la entrada de la gente. Poli anota en un papel, consigna caricias para el corazón. Anota las ciudades de donde provienen según las banderas. Skay me dice que tendríamos que ir hasta el escenario a verificar algunos detalles técnicos. Está preocupado por ciertos desencuentros musicales que tuvo con Aramberri en el último ensayo. No le contesto, con lo cual se da cuenta de que el éxtasis que me provoca el espectáculo de la gente, me tiene atrapado. Como pequeños ejércitos libertarios llegan para ocupar el campo de juego y las gradas. Los brazos arriba, los cánticos tiene un carácter futbolero ineludible. ¿Nunca tuvimos un bombo, no?. Siento como cada grupo nuevo que llega se ubica en algún sitio del estadio como también en algún hueco de mi apolillado corazón. Lalín intuye que la impactante panorámica que tiene este minarete secreto ya no me alcanza que necesito absorber más energía. Me dice que si queremos verlos más de cerca en uno de los despachos de la comisión, hay un largo vidrio polarizado que da a dos metros por sobre el campo de juego, casi a la altura de la gente. Bajamos las escaleras con prisa, Skay se pone tenso porque se siente responsable de estar descuidando aspectos técnicos. Lo miro con cierta complicidad diciéndole que esto es algo que no nos podemos perder. Por un momento cuando se a ido revelando por completo el campo visual, un rectángulo de un metro por tres de largo, me siento como contemplando un acuario, mis amados peces, abriendo las branquias para colmarse con los oxígenos sagrados de este día.
Lalín nos ofrece algo de tomar. Ni Skay ni yo le contestamos. La postal que estamos viendo se lleva toma nuestra atención. Un grupo de chicas, muy chicas- dice Poli- se aproxima a nuestro Ojo. Rubiecitas de Belgrano, piel de algodón nunca trabajada por las inclemencias de la vida. Dos rien nerviosas buscando el lugar en el campo de juego donde parar, las otras dos ajustan un gesto adusto en sus rostros como si trataran de mimetizarse con el común de la gente un tanto más tosco y primitivo. Skay parece querer decirme con un leve quejido reflexivo, si alguna vez pasó por mi cabeza tener un público tan tierno y rozagante. Carne de pollo. Me detengo sobre sus remeras inmaculadamente blancas, sus blondas cabelleras atadas, sus jeans de dos gambas apenas oreados por las gotas de cerveza que han bebido en algún depto. de Zona Norte antes de venir. Se me antoja que son estudiantes de Comunicación o Diseño con los cual seguimos teniendo un público universitario pero mucho más cool que la vieja caterva. Como queriendo contrastar con las chicas me detengo en un grupo mixto de chicas y chicos. Se han dispuesto en ronda, la mayoría sentados, serán diez o doce. El color negro domina sus ropas, remeras de Oktubre, de Cadenazo, gorras negras de rapper suburbiales. Los noto un tanto cansados, estiran sus piernas sobre el césped por lo que entiendo que han hecho un largo viaje en bondi para llegar desde Merlo , Morón o Padua. El tono de su piel es cetrina, sus gestos son a la vez cancheros y algo resignados. El cansancio no es impedimento para que primero haciendo palmas y después gritando desaforadamente comiencen a encender el fuego de los cánticos. De ellos surge un sólido OOOOOOHHHH!!!!!!, Vaamos los redoooo!!!!!!!!. Un petisito con pantalones de fútbol verdes y blancos, es el encargado de incitar con sus brazos en alto a la popular para que canten. Nos impresiona la actitud militante del grupo. Poli los observa como si de alguna forma fueran sus hijos y como si a través del vidrio pudiera llegar a acariciarlos. Me dice que ellos son el motor de todo y una estriada piel de gallina nos invade a los tres. En la platea la gente también se agita y sigue los cantitos. Veo como entre tres o cuatro comienzan a desplegar una bandera, la desenrollan con cuidado, luchando con el viento. ”LOS REDONDOS. Mi único héroe en este lío”.
¿Me pregunto si este espectáculo, el de los chicos tiene algún precio, cuanto deberíamos pagar por verlos en acción? Millones, personalmente esta demostración multitudinaria de afecto, esta fidelidad, tiene que ser muy cara. Por una de las puertas de ingreso veo un desbande. Un nutrido grupo de redonditos entra, haciéndose sentir. Entran cantando y penetran corriendo en el conglomerado humano que se ha dispuesto más cerca del escenario. Pareciera que querrían hacer notar su condición de bravos. Siguiendo a uno de espesa melena enrulada que lleva una bandera con Cadenazo, noto como en pocos minutos han accedido a la base del escenario, el lugar privilegiado para la huestes pogueras. Ahora entremezclados con los demás los pierdo de vista.
Skay se toma la cabeza y me dice que no lo puede creer. La cancha se está colmando. El ambiente es excepcional. Me imagino cuando empiecen a saltar como pistones. De inmediato a que estos vejetes comiencen su rutina de número de rock.
Miro de punta a punta recorriendo las miles de cabecitas para volver a la individualidad de los rostros más próximos.
Devoradoras morochas de Devoto emponzoñando a los pibes, hay tantas solas como amarradas al cuello de algún flaco que intenta protegerlas. Algunas son tan imponentes que merecerían ser, por lo menos, la mujer de Thor.
Pandillas fumandrinas fabrican humo dulzón por todas partes. Un gordito novato hace malabares con sus dedos para exprimir de una tuca, la última seca. De vez en cuando veo una cajita de vino levantarse entre la gente y algún borracho tirarse de espaldas al pasto. Por suerte no se pelean, como en el fútbol me parece siempre un milagro que estas grandes concentraciones de gente se maneje en paz. Es una gran suerte. Me empiezan a preocupar los grupos que recién entran y provocan avalanchas para llegar adelante.
¿Cómo te ves entre todos los pibes, viniendo a ver a los Redondos? Me dice Skay. Le digo que no con la cabeza. Por fortuna soy el que convoca. Me quedaría días enteros detrás de este vidrio, acariciándolos con reflexiones.
Poli dice que debemos partir al show. Nos quedamos mirando a un grupo que cuelga una enorme bandera. Perfectas caricaturas de nuestros rostros, con una leyenda abajo que reza: ¡GRACIAS!
Oscuro total - 33rpm
Hace 2 días
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