2009/04/01

Finisterre queda en Salta '78

Desperté con la cabeza enjabonada de sudor. Un espacio ácido prosiguió a la veladura del sueño. Busco agua en la heladera mientras policromos hematomas de imágenes se congregan todavía en la retina. Me sorprende el regusto al Casa de Troya blanco mezclado con naranja que percibo con demasiada nitidez en la boca y que esta vez fue vertido no desde un vaso en mi boca sino desde los poderosos odres mágicos de la memoria onírica. El agua helada corriendo por mi garganta me provoca un pequeño shock, un golpe que aún no llega a sacarme del todo del sueño, todavía me siento ir por la ruta, siento el ronronear tuberculoso de ese bondi infame que nos lleva a Salta. Antes de subir al bondi, mientras Fenton y Guillermo enrollaban unas mantas a mí lado, sentí la vorágine interior que causan los primeros ritos iniciáticos. Presentí como si una gran y loca empresa se estuviera realmente gestando y nos tuviera a todos nosotros como protagonistas. Nadie pero digo nadie, en ese infernal 1978 suponía que ese viaje que estábamos realizando lo recordarían miles y miles de chicos y que la cinta grabada de esa comparsa de dementes que decía dar recitales de rock, sería por un largo tiempo una de la joyas máximas del rock argentino. No necesito demasiado esfuerzo mental para recordarlo, todavía gran parte de mi vida está bajo el influjo de las poderosas imágenes que se sucedieron por aquellos días en el norte del país. Skay, la Negra, todos en general nos cocinábamos en el mismo jugo, habíamos, como consecuencia de nuestras propias hechicerías perdido la forma humana para transformarnos en tormentosas almas a la deriva. Igual que si todo estuviera allí, intacto y conservado con el mismo y exacto sabor de aquellas fechas, las voces se fueron enriqueciendo cada vez más, se fueron recomponiendo hasta conformarse otra vez en retornos fieles. De un susurro imperceptible se fueron descolgando los discursos del Mufercho y de Guillermo con una cercanía, que debo confesarlo, me provoca cierto espanto. Puedo transcribir completos los dichos de Sergio acerca de las costumbres sexuales de cierta secta sufí o las aproximaciones irónicas y hondamente reflexivas de Guillermo acerca del concepto de raza aria en los nazis. Y el bondi, ese maravilloso colectivo, como un bólido lisérgico, atravesando con nuestros cuerpos medio país para caer en lo del Polaco. Desde sus ventanillas se podían ver los escenarios más prodigiosos. Las pesadillas rojas del delirium tremens dibujando comics de alucineta sobre el campo y hasta las alegorías más plañideras del budismo tibetano haciendo su juego de epifanía en esos lapsos de cielo nocturno entrevistos desde la luneta del bondi. Como en un aleph beat, los vidrios de ese bondi nos revelaron el mundo. Ya no se si estoy hablando del sueño o de qué. Hay en muchas zonas de mi realidad un nostálgico frenesí imposible de contener.

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