La máquina arranca brillo de la cabeza. Por cada pasada, franjas de cuero cabelludo descubren una suerte de luz epidérmica. Mi cabeza es un foco encendido. Se transformó casi en una obsesión esto de raparme. Desde hace diez años, mañana por medio, me dispongo al ritual. Ciertas actividades, lo tengo bien comprobado, accionan el pensamiento. Mientras me observo en el espejo y paso la máquina por mi cabeza, el ritmo cerebral alcanza un estado particular. Un vals eléctrico cargado de interpolaciones que se nutren desde los más variados puntos del conocimiento y la experiencia.
Esta mañana, en el momento en que notaba como los años van pegando cada vez más la piel al cráneo, como poco a poco va adelgazándose y convirtiendo en un cuero duro sobre el hueso, su voz, sí, digo su voz, abrió una presencia seráfica. Noté como por medio de un elemento intangible como la voz se iba componiendo un cuerpo, una irrevocable presencia física. Busqué en el espejo, busqué si en verdad alguien me acompañaba en algún rincón del baño. No tarde en corroborar que el maldito bufón se mecía no en algún lugar del baño sino en las alturas de los trapecios de mi mente.
Más fernet- fueron sus primeras palabras.
Comencé a pasarme la máquina con lentitud, esperando que las expresiones de mi visitante fluyan con tranquilidad. Dejarlo hablar. No hay nada peor que intentar borrarlo de un plumazo del espectro mental. Se enfurece y se torna insoportablemente insidioso.
Me pregunta si nos hemos olvidado del él. No es un reproche. Al menos no parece. Es una duda existencial que exige ser disipada. No es necesario abrir la boca para comunicarme con él. Con pocas palabras lo convenzo de que jamás dejó de vivir en nuestro espíritu y en las lanchas musicales de nuestras composiciones. Le gusta a Patricio la retórica clásica. Emite un suspiro de alivio que por su fuerza dejan ver un voluminoso cuerpo, hinchado y adiposo, desplazado de su silueta original como en un retrato de Bacon. Me pregunta si he dejado de pensar en los cuerpos sin órganos o todavía sigo con ese intento loco de desbaratar toda organización orgánica. Le digo que no está bien espiar todos los libros que se depositan en mi mesa de luz. Su risa es la fricción de un corcho saliendo repetidamente de una botella. Me dice que hasta ahora ha tenido una escasa participación en la nueva obra. Le pregunto que quiere.
Todo- me responde con un tono demencial, operístico, que llega verdaderamente a asustarme. Esa demencia es decrepitud, no puede ser otra cosa. Se retira de mi escena mental. Cojeando.
Oscuro total - 33rpm
Hace 2 días
1 comentario:
Hola Andres, acá estoy leyendo denuevo, de a poco voy leyendo. Exelente relato, como dije en otro comentario, no soy de leer pero esto me atrapó (será por la tematica redonda?).. este está nuy bueno.
Saludos y sigo he!
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