2009/08/21

Salmónidos pacientes

La historia de la participación de Calamaro en Veneno Paciente tiene varios puntos de contacto con la grabación que yo hice de su tema El Salmón. Hay gente a la que no le puedo decir que no. Por suerte son muy pocas. Contadas con los dedos de una mano. Una de ellas es mi estimado Lito Vitale. Mucho le debemos a el y a su padre Donvy de que los Redondos pudieran grabar su primer disco de estudio. Son imborrables para mi los consejos de Donvy y el andar juicioso y austero de Lito por la sala de grabación. Por aquellos años yo todavía creía que pendíamos de la cuerda de los trazos más delirantes que puede tener una banda de rock, ese extremo que en caso de profundizarse podría terminar con la disolución de la banda de rock, atomizarse en el puzzle imposible de armar de un cabaret. Sabía que estábamos en esa encrucijada entonces ver a estos dos tipos padre e hijo laburar a la par nuestra para conseguir un sonido acorde a nuestra locura me hizo bajar a tierra me empecé a decir que yo también tenía que dejar de lado mi costado suicida y darle más bola al entramado técnico sino iriamos a parar a los caños. Ese mensaje de Donvy creo que lo he asumido cada vez con más responsabilidad. Así que cuando el bueno de Lito se presentó a mi casa con los lineamientos de su nuevo proyecto desde el primer instante le estaba diciendo que si. Como no viejo Lito. Acá está el Indio para servirlo en lo que crea necesario. Sabe bien Lito que lo mio no es el rock nacional, nunca lo fue. Así que ser parte de un homenaje no era algo muy sincero. Fue el pobre Lito el que asumió la parte más aguda de la critica para con mi participación . El se hizo cargo de todo lo que debería haber dicho yo. Eso es ser un buen tipo, viejo. Nos servimos unos wiskies livianos y me dio el listado de lo que el creía conveniente que yo cantara. El tema de Moris no me calzaba de ninguna forma, no ha mi voz. Terminamos el güisqui y le dije que iba a hacer El Salmón. Lito me dijo que suponía que era el último que iba a elegir. Nos reimos un rato y ahí nomás le pregunte si había algún inconveniente en modificarle minimamente la letra. Le dije que por la parte de Calamaro no se haga problemas que eso lo arreglaba yo personalmente con Andrés. Lo que sigue es historia conocida y no vale la pena que la vuelque en esos diarios.

De epígonos y covers

Me dicen que cada vez hay más pibes y no tan pibes en el circuito del rock local metiendo la voz finita en sus canciones. O sea que me imitan. La verdad que mi ignorancia endémica en cuestiones de lo que hacen mis colegas argentinos hace que yo no sepa nada al respecto. Han insistido tanto en el tema que dispuse unos minutos en tratar de escuchar a los ya consabidos epígonos del Indio. Si bien abusan del falsete o le meten el rugido de tigre lunar a todos los estribillos, no he notado ningún tipo de parecido a mi voz. Sobre todo a la intención de mi voz. Sin sonar pedante es imposible que pibes de esta decada intenten hacer correr su voz por un cauce inexistente. Esto lo escribo porque es muy evidente la falta que hay en ellos de experiencias trascendentes esas experiencias que son las únicas capaces de darle el tono exactamente trágico a la voz. Puede ser que estos pibes técnicamente lleguen a parecerse pero nunca hallarán el centro de la alquimia, el cruce de calles donde un loco recita citas de Oupensky y otro pesa proporciones de pólvora para volar la caja de Pandora, donde alguien se pasa veinticinco noches en vela para definir el tono de color que tendrán las pieles en sus oleos y otro estudia de que forma componer una opera rock basada en el I Ching. Esas son las cosas irrepetibles. Pero bueno no puedo negar que en alguna parte de mi se acumula orgullo al saber que cuando tienen que darle tenor a su voz vienen a la sombra del viejo Indio Solari. Que le vamos a hacer.
Otra cosa que arriman a mis oídos es el tema de los covers. Yo desde hace tiempo que perdí la cuenta. Recuerdo muy bien el momento, por ejemplo, en que los chicos de Hermética versionaron Vencedores Vencidos. Si no me equivoco, el primero de todos. Me acuerdo de la cara del manager de la banda de Iorio golpeando las puertas de la sala de ensayos para solicitarnos el permiso. Me dio no se qué aquella tarde. Pibes tan ásperos pidiendo permiso. Les dije que si enseguida para sacarlos del papel de mendicantes que tanta impresión que daban. Me gustó como lo hicieron, mucho. Yo temía que tal vez la velocidad metalizada de la banda le quitara el paso de vietcong combatiendo en la jungla que tiene la canción. Pero no hasta la voz d e Oconnors me pareció bien. Por aquellas épocas todavía tocabamos en Obras y una forma de decirles que realmente me gustó fue ponerme una remera de Hermética durante los bises.
Después de la versión trash de Vencedores, a decir verdad solo vienen a mi mente La Bestia Pop, por Los Palmeras y por Fabiana, aguerrida y elegante en su estilo la primera, la verdad que si bien la cumbia definitivamente no es lo mío, los muchachos han preservado mucho del espíritu festivo con que fue concebida, la versión de Fabiana solo me gusta porque la hizo ella
Porque es ella parte de la historia del rock.
Unos pibes centrados creo un una radio de la Universidad de la Plata están pergeñando un disco de homenaje a los 20 años de Octubre por lo que distintas bandas harán un tema de la placa.
Espero que le vaya bien y que no sufran lo que sufrí yo intandando controlar los reverb, aquellas oscuras jornadas de gloria y espanto.

Del barco de María al Buquebus

Bueno, esta la anécdota inolvidable del barco de María. Los Redondos y los barcos. Las heroicas correrías de Willy Crook y todo ese episodio de épica bizarra. Pero esto es otra cosa y si bien los chicos ya abordaron las naves para ir a ver a los Redondos ahora la están abordando para ir a ver al Indio Solari. En Uruguay. En el fabuloso Centenario. Retrocedo la grabación de Crónica TV, busco el momento en que miles de chicos esperan subir al Buquebus ya ansioso y exaltados con la proximidad de mi show.
Otra vez la pregunta. Otra vez más. Que hace que alguien se tome el trabajo de cruzar un río para ir a ver un número musical. Un río que para mayores es el más ancho del mundo. Maravillosa odisea. En mi mente paranoica, miserias de Cromagñon se mezclan con Lord Jim, la poderosa novela de Conrad, el Patna, los miles de fieles musulmanes al borde del naufragio, no!.
Me ha llegado el comentario que unos chicos de la zona del Tigre
habría llegado a costas uruguayas en una precaria balsa de fabricación propia. Un canal de Montevideo tendría la grabación del desembarco triunfante al son de JIJIJI con pogo incluido en la playa. Me da miedo que algún día se me ocurra querer ver esas imágenes. No deja de asombrarme la disposición que de manera excepcional tienen buena parte de los chicos.
He sabido también del enorme esfuerzo económico de muchos de los que se allegaron al Centenario. Meses de ahorro, trabajos extras, venta de objetos queridos, solo para una noche de rock. También se de las actividades non sanctas de otros para obtener el pasaje. Esta cuestión me tortura hasta más no poder. Seguro que no tanto por la cuestión moral, no. Aunque esto debería ser procesado por un dialogo que me llevaría mucho tiempo. Mucho más del que en verdad siempre le he dedicado al lance delictual. Si algo me desvela es la posibilidad que algo pase, que algo les pase mientras tanto el pecho al descubierto. No podría tolerar que alguien haya perdido la vida o la libertad por conseguir unos malditos tickets de ingreso. Pero esto hace tiempo que se me ha ido de las manos. Totalmente de las manos. Nada puedo hacer ya. Acaso debería fletar barcos gratis? Acaso debería liberar la entrada al Centenario? No estoy en condiciones de ese tipo de paganismo. No mientras el sonido y las luces, la seguridad y los seguros me sigan costando lo que me están contando.
A algún boludo se le ha ocurrido decir que venir a tocar a Uuguay no tiene otro motivo que sacarme de encima la parte más peligrosa de Buenos Aires. Al suponerlos indigentes, pobres pibes incapaces de cruzar el charco, el Indio estaría disponiendo una nueva cuestión de elites para con su público. Estos pobres imbéciles no saben que las pasiones verdaderas siempre se financian de algún modo. Por que no se van un poco a la mierda. Todo es sufrir carajo. Todo es renegar de lo que a los giles les parece andar diciendo por ahí.
Vuelvo mis ojos a ese barco, al Buquebus cargado de pibes cruzando el Río de la Plata cantando: me voy a ver al indio/ me va a demostrar/ que hace rocanroll/ que lo lleva adentro/ como lo llevo yo. Cientos de brazos que se han rebelado ante el pedido de tranquilidad por parte del capitán de la nave. Es incontenible, debe ser terrible para las gaviotas ver esa imagen de niños sublevados cantándole al cielo, bailando la tarantela de proa a popa, de babor a estribor. Esta es la banda/ de los redondos/ esta bailando de la cabeza.

Quebrando las escamas del pez palo

Una decisión muy acertada de Virginia la de aceptar la invitación de los padres de los compañeritos de Bruno. A mí me costo decir que sí. Desde siempre las reuniones sociales me dejaron un gusto recalcitrante en la boca. A decir verdad nunca soporte la puesta en escena de todos esos lugares comunes del imaginario burgues en derredor de una mesa. Desde niño que le escapo como quien escapa del mejor diseñado de los infiernos. Pero ya estoy grande, ya tengo un hijo y todas las experiencias posibles sobre el lomo, así que hasta las más aciagas deberían resbalar por mis endurecidas escamas de pez palo. Así que me vuelvo a perfumar las carnes para asistir a estas veladas que increíblemente me han llamado a entusiasmo. Si un verdadero entusiasmo de principiante. Lo primero que pensé la primera vez que dije que no fue en Bruno. Me parecía egoísta de mi parte no comenzar a formar parte del conjunto humano que se reunía sobre todo para dar un respaldo social a la educación de sus hijos. Así como los pibitos se conocían sus padres también debían hacerlo. Que se yo, todo de buena leche, no. De la frialdad inicial de saludarnos en la puerta del colegio fuimos pasando a esta linda intimidad que se está forjando. Virginia me dice que me ponga el pulover negro y los pantalones Prada que me hacen muy joven. Sonrio para mis adentros. Creo que lo que más me gusta de estas nuevas reuniones a las que asistimos con Virginia es que por un rato largo dejo de ser el Indio Solari, para ser Carlos el padre de Bruno. Esa metamorfosis que creí hasta hace unos años imposible ha logrado por fin desplegarse. Los padres de los demás pibes me tratan como a un par, como a un laburante común y no como a un artista, aunque saben bien quien soy han creado, han tenido la inteligencia especial de darme ese trato que si bien no ansiaba si intuía sabía que me iba a hacer muy bien. Casa vez que nos reunimos me siento en un oasis. Dejo a un lado mi pesada armadura de guerrero del rock y dejo que mis camisas de padre sean toda la camiseta. He hecho buenas migas con casi todos los muchachos. A la mayoría les llevo más de quince años. Pero esto no pesa en nada. Uno de ellos es un curioso importador de objetos electronicos, un gordito de origen polaco, que tiene una cancha extraordinaria para el diálogo y que provee interesantes anecdotas y reflexiones acerca de su oficio. Me gusta comentar con él las nuevas apariciones de los nichos de la tecnología. Siempre tiene alguna novedad para contarme. Otro de los pibes es contador, si contador de una empresa dedicada a los juguetes. Le encanta el fútbol y pese a su posición acomodada, tiene un rasgo artliano que no deja de sorprenderme. Me encanta cuando se pone mordaz con las estrellas de la tele. Me siento bien entre esta gente tan alejada de la fama y de la mitología de la música rock. Me ayuda su frescura nunca expuesta a excesos.

La muerte del Doce

Me he puesto a meditar sobre la extraña muerte del Doce ocurrida ya hace un tiempo. El crimen del Doce debería decir. Ni bien me enteré la noticia no impactó en mi como de ha poco lo esta haciendo en este tiempo. En ese momento, el Doce ya me parecía un tipo lejano a mi órbita, hacía años que no hablaba con el, entonces su triste final no llegó conmoverme. Una mañana lluviosa buscando cosas en Internet me topé con la noticia. La dejé pasar y sentí que pasaba. Que se perdía en esa cápsula invisible donde se retienen los pesares para que algún día inexorablemente exploten. Debí intuir ya desde ese momento el espectro de oscuridades que traía en su formato de laúd alado. Muerto a puñaladas, el pobre Doce. Un tipo tan tierno como el descosido por la mano de un enfermo. Camino por la sombra de los liquidambar, el ritmo de mis zapatillas sobre las hojas secas le brinda una música especial a esta evocativa desazón. El Doce entre la gente sirviendo sus buñuelitos, los auténticos redonditos de ricota como anotan en cada una de las aproximaciones historicas que emprenden sobre la banda. Era un ser por demás de querible el Docente. Sombras de su figura gorda y grandota todavía parecen reflejarse en las paredes de los tugurios donde supimos tocar. El eco de su voz de enfermera comenzando a forjar uno de los hitos mayores de los inicios de la leyenda me llega bajando de los árboles de la memoria. Como evocar a los queridos muertos. Como ser fieles a ese afecto que nos supimos tener y que aunque de algún modo haya desaparecido en estas instancias obituarias vuelve a resurgir como dulces llamas del corazón. Se me mezcla el Doce disfrazado de cocinero, correteando a Rosso y al Mufercho sobre el escenario mientras intentamos versionar por segunda vez aquella versión prehistórica de Ladrón de mi cerebro en el infame reducto de La Cotorra, vienen a mi mente las psicodelicas puestas de esos años, El Doce imitando a un remozado Lorca mientras le ofrece el culo a Symns. Una hermosa locura que supimos compartir que ahora tiene el ingrediente luctuoso de su cuerpo viejo cubierto de sangre, agujereado por la punta de un cuchillo, una y otra vez. En su estancia en la cárcel el docente supo hacer amistades peligrosas. Psicópatas irredimibles que tanto te podían dar un beso como achurarte a traición. No puedo decir que esto le fuera ajeno al bueno del Doce, pero se que no merecía un final así.

Reportaje al Indio

Que hablo cada vez que pongo un huevo. Así le he dicho a los chicos que juegan a periodistas y escritores en los medios. Siempre me resultó una situación difícil el reportaje. Más allá de quien sea el entrevistador. Por lo general siempre han sido amigos. Kleiman, Rosso, Gloria, que se yo. Con ellos lo difícil era
acomodar los datos autobiográficos a la altura de las circunstancias musicales y esteticas que estaba atravesando en esos momentos. A ellos no les podía mentir. Ellos por lo general habían sido parte del viaje. Así que con estas personas la dificultad radicaba precisamente en ser coherente en los dichos con lo que ellos sabían, yo había vivido, y lo que yo había y/o estaba pensando.
Ahora me toca atravesar otra etapa con respecto a las notas y a los reportajes. Una etapa que comienza promediando la carrera de los Redondos, allí cuando, por dar un ejemplo, yo ya no podía salir a la calle y llevabamos diez mil personas por fin de semana a nuestros recitales. Ahí en esos años, se acabó lo que se daba con respecto a las entrevistas. Ya no era más sentarmos con Claudio en una de las mesas del Británico o en el café pegado al Parakultural. No. Las cosas ya habían cambiado y el ida y vuelta que lograbamos con los amigos mientras dabamos cuenta de varios wiskys y fernets, el intercambio natural y enriquecedor, que más tenía que ver con los diálogos platónicos que con un cuestionario habían terminado. El monstruo se devoró todo. No quedó nada de mis intimidades mentales expuestas por que sí, al libre arbitrio de mis amigos, los periodistas de rock.
Algunos de ellos como el mismísimo Claudio Kleiman me ha vuelto a entrevistar para esa si no me equivoco la subsidiaria de Les Inrrokuptibles francesa. Pero él, más que yo, se dio cuenta de que las cosas realmente habían cambiado. Su mirada era otra. Ahora acompañado de un pequeño ejercito de jóvenes cronistas, era el guía de las inquietudes de estos. El que conducía y hacía de interfaz conmigo. Mi aprecio por Claudio hizo que las cosas salieran más o menos bien. Pero la verdad que me daba por las bolas esa pequeña conferencia de prensa que estaba brindando en el living de mi casa. Sería muy hijo de puta de mi parte pensar que solo doy estas entrevistas para que estos pibes puedan vender su revistita. Pero también siento que es un poco así. Yo por suerte no necesito ningún tipo de promoción. No a esta altura. No después de saber que soy capaz de llevar un estadio como el de La Plata con la sola convocatoria que da mi persona. Así que me podría cagar tranquilamente en todas su publicaciones. Al respecto me gusta pensarme como un gentleman al que le es inevitable solo y nada más que por cortesía comunicar algunas de sus experiencias vitales y hacerles morder a los pibes que lo leen un poco del hilo del barrilete.
La metodología a emplear para estos casos ha sido tomada como introducción inevitable en cada una de las últimas notas que he publicado. Sabía que el hecho de citarlos en una estación de servicio y que uno de los míos los pase a buscar en una moderna camioneta los iba a dejar pensando en lo cada vez más extraño y enigmatico que está Solari. Ninguno de los chicos que vino dejo de entreveer esto como parte de una película. A mi me daba un poco de vergüenza decirle que no me gustaba que anden extravíados por los bosques de Parque Leloir golpeando las manos y preguntando si allí era lo del Indio. Preferí dejarlos creer que todo era una puesta en escena de un introvertido excentrico de la cultura rock. Que se le va hacer, las cosas salen como a las circunstancias le caben.
Para esta ocasión, para lo que van a ser los reportajes que darán la presentación al material de Porco Rex he urdido una estrategia un tanto burda pero que se que me sacará el peso de ponerme en la piel de filósofo del rock cada vez que los muchachos lleguen hasta la puerta de mi casa con la intención de entrevistarme. Me he puesto a escribir y a estudiar una especie de libreto con las ideas centrales del disco, con lo que voy a decir cada vez que me lo requieran. No quiero ponerme a zozobrar. Me pongo tenso y alargo las cuestiones hasta hacerlas interminables. Estoy en una etapa donde mi subjetividad se ha expandido hasta llegar a marearme. Aunque ojo también soy capaz de ser una máquina que repite lo mismo como un loro sin parecer dubitativo ni siquiera por un instante. De esta forma se que le voy a quitar riqueza y espontaneidad a cada una de las charlas pero también voy a presentar una suerte de fuerza concreta que tiene mucho que ver con la estampa del nuevo disco.

Para Viruta

Canciones de amor. Canciones de amor. ¿Cuantas canciones de amor he compuesto a lo largo de mi vida? Quizá no muchas. Las más sentidas, las más verdaderas han quedado olvidadas en el diapasón de una guitarra criolla. Abandonadas en algún fogón de las playas de Valeria. Allí donde de algún modo intentaba remedar las baladas de Serrat y del desconocido Aute. Donde culo en la arena creía que la gracia particular de mi lenguaje era capaz de penetrar el corazón de aquellas fabulosas chiquilinas que tenían el arrojo hermoso de dejarse llevar por nuestros pasos de poetas delirantes. El Mufercho, Guillermo, Alejo, yo. Si bien era una época donde no sabíamos bien por que túnel íbamos a salir con vida, como nos íbamos a escapar de esa creciente desesperación de sentirnos inmensamente vivos, inmortales creo, casi todos sabíamos que nuestra fuga era por medio de las palabras y que era ellas las que acarreaban el cuerpo. Así que el amor para nosotros era una palabra un tanto sagrada a la cual no debíamos bastardear. En la que invertíamos muchas de nuestras fichas pero que a la vez temíamos. Así le buscamos mil metáforas para decir lo mismo de siempre.
Mil y una formas de decir eso que sentíamos en la punta del corazón. Era sencillo sin embargo el trámite. Guitarra balde y noche.
Después cuando los Redonditos comenzaron a rodar su film inimaginable. Comencé con las reticencias. Cada vez más quise camuflar con ironía o exageraciones el pulso sentimental. Yo no me caí del cielo, Te voy a atornillar no responden en nada a los requerimientos de una canción de amor. Aunque los son y con el tiempo su lírica intención me sigue dando que pensar. Quizá Mi Genio amor haya sido la más esclarecida de ese período hasta Esa estrella era mi lujo, ese himnito para chapar que tanto me gusta anunciar en los recitales como si me transformara en el conductor de todos los mimos y arrumacos.
Le he prometido a mi compañera que en esta placa tendrá un tema exclusivamente para ella. En tamaño brete siento que me he metido. Como seré capaz de trasladar a mis nuevos engendros todo el amor que siento y que he sentido por ella. Me levanto a la mañana con esa preocupación, temo no ser capaz de lograrlo de quedarme corto. Todavía no lo he intentado. Aunque algunas puntas ya asoman como sendas que guiaran a la canción. Pero todavía esta todo muy difuso. Siento que por primera vez me voy a volcar dentro de una canción, que por primera vez me voy a derramar completo sobre su cauce musical. Estoy reteniendo tensiones y vientos, fuerzas y sentimientos para cuando llegue el momento.