2009/02/04

Automotores (carta de los chicos)

Más cartas. Más historias más. Vidas que narrar. A veces reflexiono sobre el valor terapéutico de esta labor. Siento como de a poco me voy desgajando de mi ser para lentamente introducirme igual que un polizón en el viaje de otros cuerpos y de esta forma olvidarme un poco de mi propio viaje que a esta altura ya no se bien donde me conduce. ¿No será ese el clic de la literatura?. Pegar el portazo. Adiós a esta carnadura que se consume. ¿Pero en ese caso no sería mejor divagarse en galaxia extrañas, en personajes inmortales y fantásticos? Que tienen estas viditas que tanto amo, estas precarias construcciones de existencia que tanto me conmueven. Será la brillante fragilidad que como la llamita de una vela amenaza constantemente en apagarse. Será la ternura o su heroico y romántico acontecer en estas épocas de vacas flacas para la aventura del espíritu y el roce bohemio de la piel. A mi lado las hojas garrapateadas de las cartas. La botella de whisky. Por momentos siento que mis dedos no dan en el teclado, dan en un piano, un piano que acompaña, la inefable voz de Tom Waits.
“Pablo nos deslumbró a todos. En aquel kiosquito de Avellaneda, donde después de salir de la cancha de Independiente paramos a tomar una birra. Todos habían quedado seducidos por las interminables anécdotas de Pachuli. Los primeros tragos a la cerveza de litro estuvieron acompañados por una colección de anatémicas puteadas dirigidas a Castrilli por haberle anulado un gol a Manteca Martínez no bien comenzaba el segundo tiempo.
Pese a nuestro fanatismo rayano en la locura entreví como la pasión futbolera, más precisamente nuestra obsesión por los colores xeneixes que desde hace unos años no nos dejaba mucho margen más para pensar en otra cosa de a poco se iba corriendo hacia un costado para dar paso a otro tipo de exacerbaciones el espíritu, esta vez más guiadas hacía extremos de lo artístico y también de lo crudamente marginal. Era impensado para nosotros un año atrás no seguir hablando de fútbol y de cuestiones concernientes a las disputas internas y externas que se producían en las hinchadas una vez terminado el partido y también durante toda la semana. Los días que había partido la monotemática cuestión seguía hasta después de la doce cuando terminábamos de ver en la pizzería “Las Estrellas” Fútbol de Primera. Seguía hasta entrada la madrugada cuando acompañábamos a Julio y a Fafa hasta la parada del bondi que los llevaría de regreso a La Boca. Pero desde hacía varios domingos que a la segunda o tercera botella de cerveza que liquidábamos nos embargaba otro tipo de conversación. La música, el rock y sobre todo Los Redondos. Al principio, debo confesarlo me daba un poco de vergüenza estar entre cientos de los hinchas más fervorosos de esos a los que ya se le empiezan a conocer las caras de verlo siempre alentar al equipo, elogiando y elogiando una banda de rock mientras los pibes de al lado, los de Celina, los de Lanús, los de Budge tramaban con toda la agudeza que inocula el odio como irle a romper la cabeza a los hinchas adversarios. Intentaba que todos hablen bajito como si en secreto fuéramos nosotros los pibes de “la Estrella” los que hallarían la mejor emboscada para dársela a los putos rivales. Hasta que Pablo Pachuli comenzó con su inagotable anecdotario tanto de bribón de estadios como de pasajero heroico de las mil y unas noches del rocknroll. Pablo se había sumado a la banda hacía poco, fue presentado como el primo segundo del Fafa con domicilio en La Paternal, una cicatriz que le cruzaba la frente de lado a lado fue la chapa con la cual se empezó a ganar respeto entre todos nosotros. De entrada notamos que era un tipo más bien raro, aunque esa no es la palabra, más que raro no común, como transitado por miles de historias que todavía nos se nos habían develado. No era, vuelvo a repetir el hincha normal como nosotros que en una suerte de torva unidimensionalidad vive y se desvive por los colores, sino que notamos enseguida que su santabárbara de adrenalina no solo explotaba por estas cuestiones del fútbol. Esto se hacia evidente en sus largos trances de silencio donde parecía estar habitando otro planeta. Lo que más me extrañaba era que ese planeta parecía contagiarle más fervor que el fútbol mismo. También me extrañaba la gran cantidad de dinero que siempre disponía para gastar y compartir en los que sea. Fafa su primo segundo nunca nos supo explicar tal situación en esos meses en que todavía la vida de Pablo era una verdadera incognita para todos. Según Fafa, Pablo vivía con su novia y suponía que los padres de ella estaban forrados en guita, pero era solo una conjetura plañidera, en realidad todavía no sabía bien con exactitud de donde provenía tanto billete. Pablo pagaba la birra, pagaba la pizza y si tenía la posibilidad también pagaba las entradas a la cancha. Billetes de cien, nunca vi cambiar tantos billetes de cien. Aparte siempre tenía el mejor faso y unas naves extraordinarias que cambiaba como un magnate mes a mes. Fue en la cassettera de un Peugeot 505 flamante, negro y de vidrios polarizados que escuchamos por primera vez Lobo suelto/ Cordero Atado. Veníamos de Rosario después de perder con Central 3 a 1, pero poco nos importaba con la atención puesta en el Indio cantándonos por primera vez, “Quiero verte huir como un ladrón... al que nunca pueden atrapar...”mientras Pablo pisaba el acelerador llevando el coche a casi doscientos km por hora y nos decía que ese tema antes se llamaba Camila y que para él siempre iba a ser Camila por más que el Indio lo hubiera rebautizado, con renovado gusto como “Rock para el Negro Atila”. Sumidos en ese vértigo de la velocidad, atravesando ciudades fantasmas y campos interminables nos contaba de la noche en el barco de María cuando Willy Crock se enfrentó a la huestes del Gitano Lancry , de la catastrófica noche en Obras al aire libre o de la más reciente batalla de Lanús entre nubes de gases lacrimógenos. Nos contó que conoció a Frida, su novia, intercambiando coca por helado en la noche del Obras al aire libre. Julio le preguntaba cuantos años tenía cuando iba a Palladium y a todos esos lugares donde por su edad parecía imposible que hubiese estado. Allí nos enteramos de que su hermano el Galgo era quien lo llevaba, siendo muy pibe a todos lados. El Galgo murió con el bicho en el 89. Me dejó esta remera de Oktubre y “la profesión” nos confesó Pablo esa tarde volviendo de Rosario, cuando ya la noche se cernía por la ruta 5 y la quietud penetrante de Espejismo era el marco propicio para el dolor y la confesión. Pasada las diez de la noche llegamos a “Las Estrellas”, Macaya desde la tv como todos los domingos quería imprimirle un tono enigmático a la fecha, como si no supiéramos que Vitamina Sánchez y cía otra vez nos habían hecho mierda. Nos sentamos en la mesa de siempre, la que está bajo el televisor y Fafa hizo marchar dos de anchoas y dos Quilmes. Yo todavía, y creo que los chicos también, teníamos clavado en el pecho el repique incandescente de “un cordero de mi estilo, un caníbal de mi estilo...”ese tema que junto al siguiente habíamos celebrado como lo mejor del disco doble. Julio y Pablo parecían los más excitados por la nueva producción “Soñaste angelitos muy profesionales que iban al grano jugando a los gansters...” cantaban a dúo poniendo esa voz monstruosamente finita y gruesa a la vez, de todos los que intentan remedar la voz al Indio y nunca logran salir airosos del sustrato de ironías y solemnidades que tan bien maneja el Indio. Pablo bebía cerveza a un ritmo descomunal. Los Redondos eran para el una fuente inagotable de felicidad. Lo vi partir rumbo al baño inflamado de emoción. Como si todo el universo nuevo de Lobo y Cordero se hubiera terminado de instalar dentro de su mente y esa nueva presencia tutelar lo transportara a los confines de un paraíso en llamas. Cuando volvió del baño y Macaya le decía a Araujo que esta había sido la fecha con más expulsados en lo que iba del torneo – no se porque ciertos momentos cumbre de la vida son acompañados para siempre por detalles boludos que lo acompañan, como si ese instante quedara preservado para siempre en la memoria con todos sus detalles, sino como me voy a acordar que Macaya le estaba diciendo eso a Araujo cuando Pablo, buscó el hueco que dejó Julio mientras comparaba el nuevo disco doble con la Mosca y la sopa y nos dijo que nos tenía que comentar algo importante. Recuerdo que al otro día le dije a Fafa que no me imaginaba que Pablo iba a salir con algo así, que si bien ya mis sospechas se habían esclarecido por completo con respecto a las actividades que Pablo venía realizando, creía que nunca nos iba a invitar a compartir y a tenernos en cuenta para sus aventuras delictuales, que solo éramos los amigos de los domingos en la cancha y que cuanto mucho seríamos cómplices pasivos, de esos que solo saben de la cosa pero no llevan la carga de la acción ni de la recompensa. Fafa y Julio me contestaron alternando las voces que ellos si esperaban que algún día Pablo cuente con nosotros para alguno de sus laburos. Es más, se confesó Julio, hace unas semanas me lo encontré por Libertador y le lleve un Taunus hasta José C. Paz. Lo miré a Julio con asombro, un asombro que duró poco. En tres meses estábamos a full con los “automotores” como lo llaman en la jerga. Los martes a la tarde nos concentrábamos en un garage subterráneo de Constitución y Pablo no revelaba todos los secretos para abrir y arrancar las diferentes marcas de autos y motos. Yo no sabía como caretear en casa, la pilcha nueva que me compraba, el cese abrupto de pedir guita siempre y los llamados de “ese Pablo” cada vez más seguido. El auto lo dejaba a tres cuadras de mi casa. Yo laburaba tranquilo mientras tuviera mi discman con Oktubre adentro. No me importaba un carajo las recomendaciones de Pablo que me repetía que me dejara de joder y que estuviera atento a los ruidos de la calle que después había tiempo de sobra para escuchar al Indio. Los Redondos me daban protección. Me gustaba que la guitarra de Skay arranque con el fiero riff de Divina TV Fhurer para encarar la puerta de un auto. Me llenaba de fe. Fe de que no me iban a cagar a balazos mientras me lleva el coche, de que todo iba a salir joya. El martes después del segundo Huracán, aquel en que irrumpieron los chicos de la Quema y una lluvia jodida le daba el más épico y bizarro marco a un recital de los Redondos fue que comenzó la tragedia. Ya hacía casi un año que tanto Fafa, como Julio y como yo veníamos trabajando con Pablo. Ya llevábamos cientos de autos robados y ya nos animábamos a salir enfierrados a la calle. A mí me parecía que nunca, pero nunca nos iba a pasar nada.

Pablo: Ultimado por la yuta de Duhalde cuando cruzaba el puente Pueyrredon con una Vulcan Roja. Los muy hijos de puta le tiraron sin compasión a la cabeza. La última vez que lo vi en el aguantadero de Constitución me había dicho que tenía que traer un Mercedes desde La Paz que después me iba a explicar bien con que objetivo. Con esas instrucciones me dio dos cintas con el vivo de Huracán . Me dijo que no me pierda las versiones de Shopping disco zen y Camila. Fue la última ve que lo vi con vida aunque su encendido fantasma me visita noche a noche en esta puta celda.

Julio: Cayó tres días después que yo cuando descubrieron que también formaba parte de la banda, lo esperaron en la Juan B. Justo con un Chevy de colección que era el auto que iba a proporcionar la guita justa para intentar hacerme zafar. Antes de partir a Bolivia y con la muerte de Pablo masticándonos el corazón estuvimos discutiendo largas horas si tenía o no que viajar. Me dijo que muerto Pablo era muy arriesgado mandarme esa travesía. Sin Pablo, ¿como sabía que el Uruguayo me iba a dar toda la teca que me correspondía? Le dije que para mi no era una cuestión de guita que era una cuestión de honor, un homenaje a Pablo y que toda la guita de ese viaje se la iba a dar a Frida. Julio intentó convencerme pero fue en vano.

Yo: me estoy comiendo 8 años por robo de automotores y tráfico de estupefacientes. (El auto que traía de La Paz venía forrado en merca.) Los días pasan más rápido desde que Fafa me trajo el discman con toda la discografía de los Redondos. Acá adentro comprendo mejor muchos de los temas. Conocí a un grupito de presos viejos que también son fanas de los Redondos. El tatuaje en el pecho con el dibujo de Rocambole me dio el salvoconducto para que esta gente me proteja un poco en este infierno. Uno de ellos, el Aguja, cuando me preguntó por que había caído y le expliqué los de los autos y la merca boliviana. Me golpeó fuerte la espalda y me dijo “eso es ser un buen redondito, pibe”.

Fafa: lo único que espero de ese turro hijo de puta es que me traiga el disco nuevo. Luzbelito.

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