2009/05/02

Devenires de River

No me quiero parecer ni a Tom Waits ni al último Goyeneche. Por eso pruebo todos los brebajes posibles para darle más claridad a mi garganta. Me resulta casi insoportable sentir como mi voz comienza a oscurecerse, a perder la claridad hasta llegar al punto de asemejarse al eco negro a la corrosión de una gárgara de tachuelas. Un poco de wisqui sin hielo y una gran concentración mental es el único remedio que pude hallar hasta el momento para sanear los efectos de la ronquera crónica.
Pruebo los nuevos micrófonos. Mantengo grandes esperanzas en que la tecnología, con sus nuevos artefactos mágicos no solo edifique una contextura profunda en el sonido de la banda sino que también resuelva los crecientes problemas de mi voz.
Alterno pequeños tragos de café y wisky. En media hora cuando la gola se acomode un poco estaré dispuesto a grabar eso que di en llamar “Ratho Molhado”.
Mientras espero se cruzan por mi mente escenas de River. Trato de reducirlas de su tamaño original pero igual que obcecadas imágenes se imponen en toda su extensión y se resisten a salir de mí. Temo que tal cosa, que tan poderosa razón me desconcentre de mi trabajo. Necesito como nunca tener el campo mental libre para lograr una buena interpretación. Impedir que la elaboración de esos pensamientos visuales se enreden entre mi lengua y mi garganta. Pero no puedo.
Veo el desbande de la gente, corriendo como locos abriendo preocupantes blancos en la cancha. Enseguida intuí que algo grave estaba pasando allá abajo en la cancha, no eran los movimientos propios del pogo a los que ya estamos acostumbrados, no respondían a ninguna música más que a la que acompaña el terror y el pánico. Olí su adrenalina.
Miré a Skay que era la persona que tenía más cerca para ver si se había percatado como yo de los acontecimientos que se comenzaban a gestar pero no, estaba más en bolas que yo sobre todo lo que sucedía allá abajo.
Cuando terminamos el tema me acerqué a uno de los costados e intenté divisar a Poli. Quería ver que decía ella acerca de lo que indudablemente era un suerte de tragedia que comenzábamos a vivir. Ella tiene una intuición especial para detectar el origen de ciertos desmanes.
Se están cortando- me dijo y me dejó helado. Tratando de no preocuparme de no trasmitirme más alarma y más nerviosismo, continuó diciéndome que no me preocupe que es un hecho aislado que enseguida va a solucionarse.
Pero yo seguí viendo como se armaban callejones entre la gente. Skay me gritaba que debíamos parar. Sobre uno de los costados me preguntaba que debíamos hacer para detener lo que no sabíamos a esa altura podía ser una simple pelea o una carnicería. Desde el escenario no podíamos darnos cuenta de nada.
Uno de los asistentes me gritó que estaban asistiendo a varios chicos heridos de arma blanca que había que hacer algo urgente.
En ese instante comprendí que debía ponerme inmediatamente a la altura que las circunstancias requerían. Salir a hablar. Decir que se dejen de joder. Cagarlos a pedos.
En ese momento me enceguecí y mi tendencia paranoica me hizo sentir que esta vez éramos víctimas de un complot. Lo dije en público. Creí que realmente los que se estaban pinchando eran enviados por alguien muy especial para enturbiar el show.
No me cabía en la cabeza, no podía entender por nada del mundo que nuestros redonditos, que nuestros fieles redonditos se estuvieran asesinando entre ellos en medio de un recital.
Estaba cada vez más convencido de que éramos víctima de una trampa. Creo que sentí que nada peor nos podía suceder. Igual que si nuestros hijos se estén matando entre ellos sin un motivo claro.
Muy alterado, llegando a la cima de lo que podría denominar locura tomé el micrófono y dije lo que dije. Creo que más que mis palabras fue el tiempo, el tiempo real de una pelea, lo que trajo nuevamente la calma.
Poli me pasaba el celular. Yo no quería hablar con nadie. En esas circunstancias no. Poli insistía con palabras que me parecían absurdas.
El Ministro de Seguridad quiere hablar con el señor Solari- decía Poli.
No podía creer que tal situación se esté desarrollando sobre un escenario en pleno show , me parecía totalmente inverosímil que un ministro quiera hablar conmigo para aconsejarme sobre cómo debía seguir nuestro recital .Me exasperaba de tal forma que quería correr a refugiarme en mi casa.
Me intentaban calmar mientras recibíamos las instrucciones del propio ministro de que si el recital continuaba debía ser con las luces del estadio encendidas.
Nunca pensé en suspender el recital, siempre supe que esta es la peor estrategia que se puede emplear en estos casos.
Sorbo más café y me sirvo más wisky, lo último que queda en la botella. Siento la garganta blindada presta a mascullar historias.
Como un relato interminable la primera noche en River sigue narrándose en el trasfondo de mi cabeza.
Recién a los dos o tres días nos enteramos bien como vino la mano. Parece que la cosa comenzó con una disputa barrial teñida de colores futboleros. Chicos del sur de Buenos Aires, fueron los primeros en trenzarse hasta que su pelea se comenzó a extender como la metástasis de una enfermedad a los grupos aledaños.
Dos o tres de los más exaltados comenzaron a herir, no ya a los primeros con los que estaban peleando, sino a cualquiera que se interponía en el camino.
Este tipo de riñas siempre termina con resultados absurdos como la muerte.
Me comentan que el pibe muerto era uno de los más belicosos y uno de los principales que comenzó a generar el caos, con un tramontina de cocina había herido a varias personas. Cuando los chicos más próximos, debo pensar que desesperados, lograron quitarle el cuchillo, no dudaron lo ajusticiaron a patadas y con el mismo tramontina que empuñaba lo clavaron en el vientre hasta herirlo de muerte.
No tenía más de 17 años. Otro muerto.

Me pregunto de qué forma podría yo defender al pibe muerto. Justificar algo de su tremenda decisión. Pelé Ríos así se llamaba. Seguro que si me arrastro hasta las márgenes de antiguos pensamientos encontraría la forma de hallar su inocencia y hasta también diría, su santidad.
Acudiría al ascesis de abyección, al espejo revulsivo que se espeja en la violencia de la sociedad representada en miles de personas que te rodean y que terminan por ser tus enemigos. No me convence el camino para saldar esta cuenta.
Creo que pese al carácter espeso de nuestros redonditos -complejizado por las vertientes de violencia vacía que abundan en esta época, a todos los elementos de marginalidad que pululan entre ellos como algo cada vez más cotidiano, se ha creado un clima de fiesta, un “nosotros los redondos” que no permite demasiada violencia interna. Puede que se la agarren con la policía, con la seguridad o con los comercios, pero es raro que se lastimen entre ellos mismos.
Será por ello que no quiero arribar a ninguna conclusión, ninguna que mengue la impertinencia del chico muerto.

1 comentario:

El Flaco dijo...

La puta q cagazo tuvimos ese maldito día. Lo recuerdo como el día q no quise estar donde estaba. Recuerdo a un amigo se subía el pulover para q le cubra el cuello y así evitar le corten el pezcuezo. El día q fuimos, por un rato y sin saberlo, los responsables del nieto de Alejandro Romay!!!!!!!!!!!