2009/01/05

Tangos Fatales

No sin sorpresa me voy enterando del gusto de los pibes por voz aguardentosa y violentamente resquebrajada por los años de Roberto Goyeneche. Al parecer el simpático y corroido Polaco se ha convertido es una suerte de figura de culto para una gran cantidad de jóvenes argentinos- próxima a Jim Morrison, a Charly García o a Marley. Los famosos periodistas especializados en esta baza impredecible que podría llamar sociología de la música popular se equivocan al tratar de esclarecer este fenómeno como un regreso de la “muchachada” al tango. Nada más lejano a la realidad. Indudablemente lo que les atrae del Polaco es el halo de oscuro encantamiento que promueve su creciente fisura y su voz corroída por los años de dura bohemia tanguera. Los chicos lo miran casi como a un integrante de los Rolling Stone, mucho más cerca en cuanto a su personalidad a Keith Richards que a Carlos Gardel. Claro que después está el descubrimiento de las letras, de esas líricas impares que supieron escribir en su momento los Expósito, Cátulo, Manzi, Discepolín y tantos otros, pero el éxtasis proveniente del sustrato lírico, viene después como una yapa. El impacto grande, lo que conecta una y otra cosa tendiendo inesperados cables emotivos entre generaciones lo da en toda su medida el carisma gigante del cantor, su pinta de viejo atorrante consumido por las noches en vela completando una postal inigualable de la estética del vicio que todavía tiembla de emoción sobre los escenarios. Kleiman me decía que el Polaco, por el solo logro de su talento interpretativo que no es poco, forma parte de esa legión de songwritter malditos del estilo de Leonard Cohen y Tom Waits, que no necesita ser un creador de canciones, que su propia versión de los viejos tangos, el sello particular que ha logrado imprimirle a cada una de ellos, es de por sí sola una creación única y maravillosa. Skay también se apasiona con el Polaco, si no me equivoco lo votó como mejor solista en la encuesta que hace el suplemento Sí de Clarín al finalizar el año. A menudo lo suelo ver en éxtasis fraseando a la manera Goyeneche, “Viejo ciego” , “Fruta amarga” o “Balada para un loco”.
Yo en cambio prefiero la gracia exótica de un Floreal Ruiz, Goyeneche me resulta un tanto kistch para mi gusto, como si exagerara demasiado los latidos profundos que habitan en cada uno de sus fraseos. No me desagrada pero prefiero a tangueros más atildados con matices de ensoñación grisácea en la voz. Sabor sepia, olor a glicinas.
De estas cuestiones y aprontes tangueriles hablábamos anoche cuando entre botellas vacías de fernet y espesas nubes de tabaco tratabamos de darle el toque final a “Blues de la artillería”. El lugar más tanguero al que hemos llegado, un tango al uso nostro que pretendemos grabar en breve.
Skay apareció un día con los acordes básicos que componen el tema y sencillamente le dije que me gustaban, que de ahí iba a salir con seguridad algo bueno. Al otro día ya lo tenía pulido por completo. Dawi insinúa que el personaje que protagoniza la canción es el mismo de “Un heroe del whisky”. A veces pienso en una gran galería hecha con mis personajes, un pequeño museo de cera con mi saga de monstruitos artlianos o próximos al mundo Burroghs, canallas queribles, producto como El Rufián Melancólico o Rosa Pantopón de la puta alienación que inoculan las ciudades al sensible corazón de sus habitantes. Semilla sugirió, mientas le daba cuerda a su espeso bigote, aplicarle unos toques de bandoneón y violín para darle más identidad al engendro pero la idea quedó descartada por mí al instante. Es difícil meterse con este asunto del tango y para nada es miedo a los que podrán decir los puristas que realmente me tienen sin cuidado, es algo más bien que intuyo con enorme claridad y que tiene que ver sobre todo con la imposibilidad de retrotraerse por completo a esa esencia cultural de los años 40 y 50. Se suelen hacer demasiadas cagadas al tratar de renovar piezas de un movimiento como dicen esta vez con acierto los estudiosos en la materia, que ya está cristalizado, detenido para siempre en una edad dorada e impenetrable. Salvo los destellos geniales de Astor Piazzola para captar el nuevo espíritu embargado de la ciudad y alguno que otro más que se me escapa, todos han fracasado en el intento. Tenemos que bordearlo lateralmente, abordar la lírica tanguera pero siempre desde una base rocker. Ir al tango derecho es, diría una actitud artística y compositivamente suicida. Ya llegará el tiempo en que al viejito choto no le quede otra que canturrear junto a un pianito entre la penumbra de un bodegón infame “sus ojos se cerraron y el mundo sigue andando”.

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