¿Qué es la paz espiritual? Debo diferenciar bien el proceso constitutivo de una interioridad activa de la que hablaba Merton con lo que yo denomino “el relajo interior”: una decadente quietud que empieza a oler ha podrido.
Pasé toda la tarde caminando por el parque, sentí como se quebraban las briznas de hierba bajo mis pies, disfruté de la frescura de los árboles y sentí en todo mí ser el remanso continuo de una estabilidad inusitada.
¿Puede que este tipo de vida, sosegada y salida del cauce de las crispaciones mate al artista, comience a rescindir el contrato con la batalla de las intensidades?
No tardo mucho en ver surgir una respuesta de carácter ambiguo pero que a la vez me clarifica un poco las cosas. Si bien ha desaparecido casi por completo de mí toda agitación existencial, toda efervescencia de complicaciones sociales que por siempre fueron y son los motores impulsores de mi misterioso arte; todavía quedan almacenadas en las bodegas interiores, un par de rayos de sangre viva, de hemoglobina salada para poder condimentar nuevos dramas musicales, nuevas aventuras de sonidos y de historias de oscuro romanticismo urbano.
Solo tengo que desentumecerme un poco, avivar la eterna llama de la creación, ese fuego hinchapelotas que es, no me cabe la menor duda, la parte más importante de mi personalidad.
Abandoné el paseo por el parque, até los perros y me introduje dentro de mi casa para observar como dentro de las cuatro paredes se empezaba a exprimir la fruta agria de mi cabeza. No dejé de caminar, ahora lo hago sobre la alfombra del living, sintiendo como su mullida superficie se hunde bajo mi peso.
Me pregunto si se puede crear música rock al aire libre. Bajo el cielo directo. Hay movimiento intelectuales que solo se dan en ciertas condiciones de ubicación y posición. Recuerdo a Rimbaud escribiendo la imposibilidad de nombrar a la muerte, de explayarse sobre ella a no ser que estemos encerrados en un sótano. Parece que el cepo, la prensa que conforman las construcciones, la presión del encierro generaría buena parte de las potencias.
Me sirvo wisky, observo el bello tornasol que se inscribe en los hielos. Linda copa aunque este bourbon silencioso me está pareciendo un tanto insulso. Un poco de música persa estaría bien para darle otra configuración escénica.
Me estiro en el sillón y me sirvo más. Alarma. Este es el momento que debo evitar. Creo que capté el momento justo en igual que un atado de acelga al sol, me hecho a perder.
Me voy con la botella, el hielo, el diario y el libro de Pollock al estudio.
Mi forma de transitar el parque es otra, parece que llevo en la piel millones de microorganismos molestos que me electrizan que me ponen en pie de guerra y me sacan del sarcófago de las comodidades disponiéndome a la más pura acción musical.
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