2009/06/08

Por què?

Nuevas visitas a Parque Leloir. Esta mañana, mientras hacía footing, note en varias oportunidades como detrás de la fila de álamos que se alinean paralelas al recorrido de mi marcha, una sombra se cruzaba en mi camino.
En un primer momento adjudique esta interferencia visual a la capucha del buzo. Después al sacármela por completo me di cuenta que evidentemente no era la capucha la que producía las sombras, era otra cosa. Una sombra perturbadora que iba de álamo en álamo.
Aceleré la marcha. En ese preciso instante en que intentaba con velocidad llegar a casa, un silbido estridente me detuvo en seco y pude observar una imagen macabra recostándose sobre uno de los árboles.
Parecía un viejo marino noruego. El pelo y la barba anaranjados olían a arenque y cubría su cuerpo con una remera a franjas horizontales azules y blancas.
Lo que llegó a impresionarme más fue un enorme agujero traspasándole la frente de lado a lado, producto de un certero balazo y del cual manaba sangre de color violeta.
Cuando me detuve al lado oí su tono perentorio, que sin vueltas, iba al grano y me preguntaba con el tono patético del cuervo de Poe -¿por qué?, ¿por qué?. El eco alargado de su pregunta me produjo cierto mareo.
Continuó con una serie de carcajadas y un discurso secretamente lúcido acerca de la inmortalidad, del que solo recuerdo esta frase ...puedo transmutar en miles de rostros, cargar carnaduras mortales pero tras ello el palacio ancestral de mi ser eterno...
Aquellas palabras mesiánicas me intimidaron hasta que Patricio Rey dejó de lado su arsenal de química del odio.
Se tomó la frente con sus manos y me siguió preguntando ¿Por qué? Solo que su tono era ahora profundamente humano. Conmovedor, aterradoramente conmovedor.
Sentí que estallaría de puro silencio nomás, que era incapaz de darle una respuesta. Sus ojos se entornaron como los de un moribundo. Se dejó caer contra un árbol. Lo tomé entre mis brazos y lo arrastré hasta el estudio. En el camino su lamento se fue haciendo una dulce balada escocesa.

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