2008/10/14

Libros

En mí los libros despiertan un curioso espíritu de contradicción y desafío. Mi casa estaba atestada de libros, tanto papá como mamá eran grandes lectores pero salvo en escasas excepciones yo accedía a esos volúmenes. Los miraba depositados en los anaqueles e intuía las millones de bestias bifrontes que conformando una especie de Infierno Musical a la manera de El Bosco no cesaban de multiplicarse dentro de las páginas.
Los cuentos de Edgar A. Poe han iniciado a muchas generaciones en el la senda interminable de la literatura. Todavía recuerdo con profundo desagrado los efectos que causaron en mí la lectura de esos cuentos, esas ensombrecidas ensoñaciones de borracho auscultando mi alma de niño. Desagrado y espanto por el simple hecho de que palabras, solo palabras, revelen en realidad un mundo. Fascinación en el fondo por que si alguien era capaz de tal hechicería, con esmero y con algo de suerte yo también lo sería. Desde ese instante busco en los libros sus claves secretas. Suelo mofarme a menudo de los escritores a los que es muy fácil descubrirle los piolines con que mueven sus muñecos. La constitución de un universo ramplón extraído de las más estúpidas obviedades de la imaginación. Me gustan los orbes complejos, callejones de infinitas salidas que se bifurcan en diversas direcciones y que te transportan por una senda imposible de desandar. Kafka es un buen ejemplo de esos monstruitos capaces de perderte en la inmensidad de sus resacas de imaginación.

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