2009/08/21

Salmónidos pacientes

La historia de la participación de Calamaro en Veneno Paciente tiene varios puntos de contacto con la grabación que yo hice de su tema El Salmón. Hay gente a la que no le puedo decir que no. Por suerte son muy pocas. Contadas con los dedos de una mano. Una de ellas es mi estimado Lito Vitale. Mucho le debemos a el y a su padre Donvy de que los Redondos pudieran grabar su primer disco de estudio. Son imborrables para mi los consejos de Donvy y el andar juicioso y austero de Lito por la sala de grabación. Por aquellos años yo todavía creía que pendíamos de la cuerda de los trazos más delirantes que puede tener una banda de rock, ese extremo que en caso de profundizarse podría terminar con la disolución de la banda de rock, atomizarse en el puzzle imposible de armar de un cabaret. Sabía que estábamos en esa encrucijada entonces ver a estos dos tipos padre e hijo laburar a la par nuestra para conseguir un sonido acorde a nuestra locura me hizo bajar a tierra me empecé a decir que yo también tenía que dejar de lado mi costado suicida y darle más bola al entramado técnico sino iriamos a parar a los caños. Ese mensaje de Donvy creo que lo he asumido cada vez con más responsabilidad. Así que cuando el bueno de Lito se presentó a mi casa con los lineamientos de su nuevo proyecto desde el primer instante le estaba diciendo que si. Como no viejo Lito. Acá está el Indio para servirlo en lo que crea necesario. Sabe bien Lito que lo mio no es el rock nacional, nunca lo fue. Así que ser parte de un homenaje no era algo muy sincero. Fue el pobre Lito el que asumió la parte más aguda de la critica para con mi participación . El se hizo cargo de todo lo que debería haber dicho yo. Eso es ser un buen tipo, viejo. Nos servimos unos wiskies livianos y me dio el listado de lo que el creía conveniente que yo cantara. El tema de Moris no me calzaba de ninguna forma, no ha mi voz. Terminamos el güisqui y le dije que iba a hacer El Salmón. Lito me dijo que suponía que era el último que iba a elegir. Nos reimos un rato y ahí nomás le pregunte si había algún inconveniente en modificarle minimamente la letra. Le dije que por la parte de Calamaro no se haga problemas que eso lo arreglaba yo personalmente con Andrés. Lo que sigue es historia conocida y no vale la pena que la vuelque en esos diarios.

De epígonos y covers

Me dicen que cada vez hay más pibes y no tan pibes en el circuito del rock local metiendo la voz finita en sus canciones. O sea que me imitan. La verdad que mi ignorancia endémica en cuestiones de lo que hacen mis colegas argentinos hace que yo no sepa nada al respecto. Han insistido tanto en el tema que dispuse unos minutos en tratar de escuchar a los ya consabidos epígonos del Indio. Si bien abusan del falsete o le meten el rugido de tigre lunar a todos los estribillos, no he notado ningún tipo de parecido a mi voz. Sobre todo a la intención de mi voz. Sin sonar pedante es imposible que pibes de esta decada intenten hacer correr su voz por un cauce inexistente. Esto lo escribo porque es muy evidente la falta que hay en ellos de experiencias trascendentes esas experiencias que son las únicas capaces de darle el tono exactamente trágico a la voz. Puede ser que estos pibes técnicamente lleguen a parecerse pero nunca hallarán el centro de la alquimia, el cruce de calles donde un loco recita citas de Oupensky y otro pesa proporciones de pólvora para volar la caja de Pandora, donde alguien se pasa veinticinco noches en vela para definir el tono de color que tendrán las pieles en sus oleos y otro estudia de que forma componer una opera rock basada en el I Ching. Esas son las cosas irrepetibles. Pero bueno no puedo negar que en alguna parte de mi se acumula orgullo al saber que cuando tienen que darle tenor a su voz vienen a la sombra del viejo Indio Solari. Que le vamos a hacer.
Otra cosa que arriman a mis oídos es el tema de los covers. Yo desde hace tiempo que perdí la cuenta. Recuerdo muy bien el momento, por ejemplo, en que los chicos de Hermética versionaron Vencedores Vencidos. Si no me equivoco, el primero de todos. Me acuerdo de la cara del manager de la banda de Iorio golpeando las puertas de la sala de ensayos para solicitarnos el permiso. Me dio no se qué aquella tarde. Pibes tan ásperos pidiendo permiso. Les dije que si enseguida para sacarlos del papel de mendicantes que tanta impresión que daban. Me gustó como lo hicieron, mucho. Yo temía que tal vez la velocidad metalizada de la banda le quitara el paso de vietcong combatiendo en la jungla que tiene la canción. Pero no hasta la voz d e Oconnors me pareció bien. Por aquellas épocas todavía tocabamos en Obras y una forma de decirles que realmente me gustó fue ponerme una remera de Hermética durante los bises.
Después de la versión trash de Vencedores, a decir verdad solo vienen a mi mente La Bestia Pop, por Los Palmeras y por Fabiana, aguerrida y elegante en su estilo la primera, la verdad que si bien la cumbia definitivamente no es lo mío, los muchachos han preservado mucho del espíritu festivo con que fue concebida, la versión de Fabiana solo me gusta porque la hizo ella
Porque es ella parte de la historia del rock.
Unos pibes centrados creo un una radio de la Universidad de la Plata están pergeñando un disco de homenaje a los 20 años de Octubre por lo que distintas bandas harán un tema de la placa.
Espero que le vaya bien y que no sufran lo que sufrí yo intandando controlar los reverb, aquellas oscuras jornadas de gloria y espanto.

Del barco de María al Buquebus

Bueno, esta la anécdota inolvidable del barco de María. Los Redondos y los barcos. Las heroicas correrías de Willy Crook y todo ese episodio de épica bizarra. Pero esto es otra cosa y si bien los chicos ya abordaron las naves para ir a ver a los Redondos ahora la están abordando para ir a ver al Indio Solari. En Uruguay. En el fabuloso Centenario. Retrocedo la grabación de Crónica TV, busco el momento en que miles de chicos esperan subir al Buquebus ya ansioso y exaltados con la proximidad de mi show.
Otra vez la pregunta. Otra vez más. Que hace que alguien se tome el trabajo de cruzar un río para ir a ver un número musical. Un río que para mayores es el más ancho del mundo. Maravillosa odisea. En mi mente paranoica, miserias de Cromagñon se mezclan con Lord Jim, la poderosa novela de Conrad, el Patna, los miles de fieles musulmanes al borde del naufragio, no!.
Me ha llegado el comentario que unos chicos de la zona del Tigre
habría llegado a costas uruguayas en una precaria balsa de fabricación propia. Un canal de Montevideo tendría la grabación del desembarco triunfante al son de JIJIJI con pogo incluido en la playa. Me da miedo que algún día se me ocurra querer ver esas imágenes. No deja de asombrarme la disposición que de manera excepcional tienen buena parte de los chicos.
He sabido también del enorme esfuerzo económico de muchos de los que se allegaron al Centenario. Meses de ahorro, trabajos extras, venta de objetos queridos, solo para una noche de rock. También se de las actividades non sanctas de otros para obtener el pasaje. Esta cuestión me tortura hasta más no poder. Seguro que no tanto por la cuestión moral, no. Aunque esto debería ser procesado por un dialogo que me llevaría mucho tiempo. Mucho más del que en verdad siempre le he dedicado al lance delictual. Si algo me desvela es la posibilidad que algo pase, que algo les pase mientras tanto el pecho al descubierto. No podría tolerar que alguien haya perdido la vida o la libertad por conseguir unos malditos tickets de ingreso. Pero esto hace tiempo que se me ha ido de las manos. Totalmente de las manos. Nada puedo hacer ya. Acaso debería fletar barcos gratis? Acaso debería liberar la entrada al Centenario? No estoy en condiciones de ese tipo de paganismo. No mientras el sonido y las luces, la seguridad y los seguros me sigan costando lo que me están contando.
A algún boludo se le ha ocurrido decir que venir a tocar a Uuguay no tiene otro motivo que sacarme de encima la parte más peligrosa de Buenos Aires. Al suponerlos indigentes, pobres pibes incapaces de cruzar el charco, el Indio estaría disponiendo una nueva cuestión de elites para con su público. Estos pobres imbéciles no saben que las pasiones verdaderas siempre se financian de algún modo. Por que no se van un poco a la mierda. Todo es sufrir carajo. Todo es renegar de lo que a los giles les parece andar diciendo por ahí.
Vuelvo mis ojos a ese barco, al Buquebus cargado de pibes cruzando el Río de la Plata cantando: me voy a ver al indio/ me va a demostrar/ que hace rocanroll/ que lo lleva adentro/ como lo llevo yo. Cientos de brazos que se han rebelado ante el pedido de tranquilidad por parte del capitán de la nave. Es incontenible, debe ser terrible para las gaviotas ver esa imagen de niños sublevados cantándole al cielo, bailando la tarantela de proa a popa, de babor a estribor. Esta es la banda/ de los redondos/ esta bailando de la cabeza.

Quebrando las escamas del pez palo

Una decisión muy acertada de Virginia la de aceptar la invitación de los padres de los compañeritos de Bruno. A mí me costo decir que sí. Desde siempre las reuniones sociales me dejaron un gusto recalcitrante en la boca. A decir verdad nunca soporte la puesta en escena de todos esos lugares comunes del imaginario burgues en derredor de una mesa. Desde niño que le escapo como quien escapa del mejor diseñado de los infiernos. Pero ya estoy grande, ya tengo un hijo y todas las experiencias posibles sobre el lomo, así que hasta las más aciagas deberían resbalar por mis endurecidas escamas de pez palo. Así que me vuelvo a perfumar las carnes para asistir a estas veladas que increíblemente me han llamado a entusiasmo. Si un verdadero entusiasmo de principiante. Lo primero que pensé la primera vez que dije que no fue en Bruno. Me parecía egoísta de mi parte no comenzar a formar parte del conjunto humano que se reunía sobre todo para dar un respaldo social a la educación de sus hijos. Así como los pibitos se conocían sus padres también debían hacerlo. Que se yo, todo de buena leche, no. De la frialdad inicial de saludarnos en la puerta del colegio fuimos pasando a esta linda intimidad que se está forjando. Virginia me dice que me ponga el pulover negro y los pantalones Prada que me hacen muy joven. Sonrio para mis adentros. Creo que lo que más me gusta de estas nuevas reuniones a las que asistimos con Virginia es que por un rato largo dejo de ser el Indio Solari, para ser Carlos el padre de Bruno. Esa metamorfosis que creí hasta hace unos años imposible ha logrado por fin desplegarse. Los padres de los demás pibes me tratan como a un par, como a un laburante común y no como a un artista, aunque saben bien quien soy han creado, han tenido la inteligencia especial de darme ese trato que si bien no ansiaba si intuía sabía que me iba a hacer muy bien. Casa vez que nos reunimos me siento en un oasis. Dejo a un lado mi pesada armadura de guerrero del rock y dejo que mis camisas de padre sean toda la camiseta. He hecho buenas migas con casi todos los muchachos. A la mayoría les llevo más de quince años. Pero esto no pesa en nada. Uno de ellos es un curioso importador de objetos electronicos, un gordito de origen polaco, que tiene una cancha extraordinaria para el diálogo y que provee interesantes anecdotas y reflexiones acerca de su oficio. Me gusta comentar con él las nuevas apariciones de los nichos de la tecnología. Siempre tiene alguna novedad para contarme. Otro de los pibes es contador, si contador de una empresa dedicada a los juguetes. Le encanta el fútbol y pese a su posición acomodada, tiene un rasgo artliano que no deja de sorprenderme. Me encanta cuando se pone mordaz con las estrellas de la tele. Me siento bien entre esta gente tan alejada de la fama y de la mitología de la música rock. Me ayuda su frescura nunca expuesta a excesos.

La muerte del Doce

Me he puesto a meditar sobre la extraña muerte del Doce ocurrida ya hace un tiempo. El crimen del Doce debería decir. Ni bien me enteré la noticia no impactó en mi como de ha poco lo esta haciendo en este tiempo. En ese momento, el Doce ya me parecía un tipo lejano a mi órbita, hacía años que no hablaba con el, entonces su triste final no llegó conmoverme. Una mañana lluviosa buscando cosas en Internet me topé con la noticia. La dejé pasar y sentí que pasaba. Que se perdía en esa cápsula invisible donde se retienen los pesares para que algún día inexorablemente exploten. Debí intuir ya desde ese momento el espectro de oscuridades que traía en su formato de laúd alado. Muerto a puñaladas, el pobre Doce. Un tipo tan tierno como el descosido por la mano de un enfermo. Camino por la sombra de los liquidambar, el ritmo de mis zapatillas sobre las hojas secas le brinda una música especial a esta evocativa desazón. El Doce entre la gente sirviendo sus buñuelitos, los auténticos redonditos de ricota como anotan en cada una de las aproximaciones historicas que emprenden sobre la banda. Era un ser por demás de querible el Docente. Sombras de su figura gorda y grandota todavía parecen reflejarse en las paredes de los tugurios donde supimos tocar. El eco de su voz de enfermera comenzando a forjar uno de los hitos mayores de los inicios de la leyenda me llega bajando de los árboles de la memoria. Como evocar a los queridos muertos. Como ser fieles a ese afecto que nos supimos tener y que aunque de algún modo haya desaparecido en estas instancias obituarias vuelve a resurgir como dulces llamas del corazón. Se me mezcla el Doce disfrazado de cocinero, correteando a Rosso y al Mufercho sobre el escenario mientras intentamos versionar por segunda vez aquella versión prehistórica de Ladrón de mi cerebro en el infame reducto de La Cotorra, vienen a mi mente las psicodelicas puestas de esos años, El Doce imitando a un remozado Lorca mientras le ofrece el culo a Symns. Una hermosa locura que supimos compartir que ahora tiene el ingrediente luctuoso de su cuerpo viejo cubierto de sangre, agujereado por la punta de un cuchillo, una y otra vez. En su estancia en la cárcel el docente supo hacer amistades peligrosas. Psicópatas irredimibles que tanto te podían dar un beso como achurarte a traición. No puedo decir que esto le fuera ajeno al bueno del Doce, pero se que no merecía un final así.

Reportaje al Indio

Que hablo cada vez que pongo un huevo. Así le he dicho a los chicos que juegan a periodistas y escritores en los medios. Siempre me resultó una situación difícil el reportaje. Más allá de quien sea el entrevistador. Por lo general siempre han sido amigos. Kleiman, Rosso, Gloria, que se yo. Con ellos lo difícil era
acomodar los datos autobiográficos a la altura de las circunstancias musicales y esteticas que estaba atravesando en esos momentos. A ellos no les podía mentir. Ellos por lo general habían sido parte del viaje. Así que con estas personas la dificultad radicaba precisamente en ser coherente en los dichos con lo que ellos sabían, yo había vivido, y lo que yo había y/o estaba pensando.
Ahora me toca atravesar otra etapa con respecto a las notas y a los reportajes. Una etapa que comienza promediando la carrera de los Redondos, allí cuando, por dar un ejemplo, yo ya no podía salir a la calle y llevabamos diez mil personas por fin de semana a nuestros recitales. Ahí en esos años, se acabó lo que se daba con respecto a las entrevistas. Ya no era más sentarmos con Claudio en una de las mesas del Británico o en el café pegado al Parakultural. No. Las cosas ya habían cambiado y el ida y vuelta que lograbamos con los amigos mientras dabamos cuenta de varios wiskys y fernets, el intercambio natural y enriquecedor, que más tenía que ver con los diálogos platónicos que con un cuestionario habían terminado. El monstruo se devoró todo. No quedó nada de mis intimidades mentales expuestas por que sí, al libre arbitrio de mis amigos, los periodistas de rock.
Algunos de ellos como el mismísimo Claudio Kleiman me ha vuelto a entrevistar para esa si no me equivoco la subsidiaria de Les Inrrokuptibles francesa. Pero él, más que yo, se dio cuenta de que las cosas realmente habían cambiado. Su mirada era otra. Ahora acompañado de un pequeño ejercito de jóvenes cronistas, era el guía de las inquietudes de estos. El que conducía y hacía de interfaz conmigo. Mi aprecio por Claudio hizo que las cosas salieran más o menos bien. Pero la verdad que me daba por las bolas esa pequeña conferencia de prensa que estaba brindando en el living de mi casa. Sería muy hijo de puta de mi parte pensar que solo doy estas entrevistas para que estos pibes puedan vender su revistita. Pero también siento que es un poco así. Yo por suerte no necesito ningún tipo de promoción. No a esta altura. No después de saber que soy capaz de llevar un estadio como el de La Plata con la sola convocatoria que da mi persona. Así que me podría cagar tranquilamente en todas su publicaciones. Al respecto me gusta pensarme como un gentleman al que le es inevitable solo y nada más que por cortesía comunicar algunas de sus experiencias vitales y hacerles morder a los pibes que lo leen un poco del hilo del barrilete.
La metodología a emplear para estos casos ha sido tomada como introducción inevitable en cada una de las últimas notas que he publicado. Sabía que el hecho de citarlos en una estación de servicio y que uno de los míos los pase a buscar en una moderna camioneta los iba a dejar pensando en lo cada vez más extraño y enigmatico que está Solari. Ninguno de los chicos que vino dejo de entreveer esto como parte de una película. A mi me daba un poco de vergüenza decirle que no me gustaba que anden extravíados por los bosques de Parque Leloir golpeando las manos y preguntando si allí era lo del Indio. Preferí dejarlos creer que todo era una puesta en escena de un introvertido excentrico de la cultura rock. Que se le va hacer, las cosas salen como a las circunstancias le caben.
Para esta ocasión, para lo que van a ser los reportajes que darán la presentación al material de Porco Rex he urdido una estrategia un tanto burda pero que se que me sacará el peso de ponerme en la piel de filósofo del rock cada vez que los muchachos lleguen hasta la puerta de mi casa con la intención de entrevistarme. Me he puesto a escribir y a estudiar una especie de libreto con las ideas centrales del disco, con lo que voy a decir cada vez que me lo requieran. No quiero ponerme a zozobrar. Me pongo tenso y alargo las cuestiones hasta hacerlas interminables. Estoy en una etapa donde mi subjetividad se ha expandido hasta llegar a marearme. Aunque ojo también soy capaz de ser una máquina que repite lo mismo como un loro sin parecer dubitativo ni siquiera por un instante. De esta forma se que le voy a quitar riqueza y espontaneidad a cada una de las charlas pero también voy a presentar una suerte de fuerza concreta que tiene mucho que ver con la estampa del nuevo disco.

Para Viruta

Canciones de amor. Canciones de amor. ¿Cuantas canciones de amor he compuesto a lo largo de mi vida? Quizá no muchas. Las más sentidas, las más verdaderas han quedado olvidadas en el diapasón de una guitarra criolla. Abandonadas en algún fogón de las playas de Valeria. Allí donde de algún modo intentaba remedar las baladas de Serrat y del desconocido Aute. Donde culo en la arena creía que la gracia particular de mi lenguaje era capaz de penetrar el corazón de aquellas fabulosas chiquilinas que tenían el arrojo hermoso de dejarse llevar por nuestros pasos de poetas delirantes. El Mufercho, Guillermo, Alejo, yo. Si bien era una época donde no sabíamos bien por que túnel íbamos a salir con vida, como nos íbamos a escapar de esa creciente desesperación de sentirnos inmensamente vivos, inmortales creo, casi todos sabíamos que nuestra fuga era por medio de las palabras y que era ellas las que acarreaban el cuerpo. Así que el amor para nosotros era una palabra un tanto sagrada a la cual no debíamos bastardear. En la que invertíamos muchas de nuestras fichas pero que a la vez temíamos. Así le buscamos mil metáforas para decir lo mismo de siempre.
Mil y una formas de decir eso que sentíamos en la punta del corazón. Era sencillo sin embargo el trámite. Guitarra balde y noche.
Después cuando los Redonditos comenzaron a rodar su film inimaginable. Comencé con las reticencias. Cada vez más quise camuflar con ironía o exageraciones el pulso sentimental. Yo no me caí del cielo, Te voy a atornillar no responden en nada a los requerimientos de una canción de amor. Aunque los son y con el tiempo su lírica intención me sigue dando que pensar. Quizá Mi Genio amor haya sido la más esclarecida de ese período hasta Esa estrella era mi lujo, ese himnito para chapar que tanto me gusta anunciar en los recitales como si me transformara en el conductor de todos los mimos y arrumacos.
Le he prometido a mi compañera que en esta placa tendrá un tema exclusivamente para ella. En tamaño brete siento que me he metido. Como seré capaz de trasladar a mis nuevos engendros todo el amor que siento y que he sentido por ella. Me levanto a la mañana con esa preocupación, temo no ser capaz de lograrlo de quedarme corto. Todavía no lo he intentado. Aunque algunas puntas ya asoman como sendas que guiaran a la canción. Pero todavía esta todo muy difuso. Siento que por primera vez me voy a volcar dentro de una canción, que por primera vez me voy a derramar completo sobre su cauce musical. Estoy reteniendo tensiones y vientos, fuerzas y sentimientos para cuando llegue el momento.

Escapar del espíritu freak

Quiero escapar un poco del espíritu freak con que me dejé llevar en la concepción y desarrollo de El Tesoro de los Inocentes. Desempastar un poco las bujías de esa máquina infernal de sonidos. Darle más claridad a algunos de los instrumentos. Se que para lograrlo debería darle preeminencia a la guitarra volver todo un poco más a la tradición del viejo rock. Sin perder contundencia ni espesor lograr un disco de digestión más rápida. Siento que en El tesoro me fui de mambo con algunos condimentos. Hay canciones que quedaron demasiado picantes o demasiado saladas. Un buen gourmet debe ser ante todo alguien equilibrado en esa zona donde el paladar impone sus reglas. Toda saturación es freak. Así que me impuse para este disco menguar un poco esos excesos. Sobre todo por consideración a los chicos de la banda y al público que si bien se bancan como reyes los meandroso meadley en el living de su casa en el ipod o mientras estan tirados en la cama fumandose un ñoca, a la hora de escucharlos en vivo siento que sus cuerpos no saben bien como moverse. Les cuesta y no es para menos moverse al ritmo de Adieu Bye Bye o de Tomasito. Y eso termina conspirando contra el espiritu del show. Recién transpuesta más de la mitad del camino del periodo de composición de mi primer disco me di cuenta de esto, pero ya era difícil volver atrás. De allí surgió el Charro Chino. De sospechar la constipación de movimiento que conllevaba interiormente la placa. Lo mismo que le pasa a los pibes le pasa a los nuevos integrantes de la banda. En el Estadio Unico sentí como de algún modo los muchachos estaban atados a partituras exotericas. Muy pendientes de construir las capas de sonidos que exigía la canción como para liberarse y expandir toda la carga de adrenalina rockera que llevan adentro. Observé que sufrian. Sin vueltas sufrían.
Ahora estoy en un dilema, un nuevo dilema. A decir verdad yo sigo enamorado del pelaje de acero que obtuvieron los temas de la placa. El devenir trágico y operístico de casi todos los temas. La muerte y yo, Nike, Pabellón, Amnesia, casi todos llevan en la sangre la genética que mis obseciones le terminó por crear. Pero voy a aligerar la sangre voy a volverla más liquida y más rápida aunque se que esto le quitará tenor a la lírica. Ya no ambicionaré ser un Goehte del rock sino un simple y conmovedor poeta beat.

2009/08/05

Relinchos en Jesùs Marìa

Les pido a los chicos del hotel que suban otro televisor a mi habitación. El que hay es demasiado chico. Quiero ver TN. Quiero ver bien como van llegando los chicos a Jesús María. Por momentos me parece mentira que un canal de noticias del prestigio y audiencia de TN este tan pendiente de los que pasa en mis shows, de esto que no es más que un sencillo número musical al cual acuden los jóvenes. No solo cubren los minutos previos antes del show sino que desde la mañana temprano comienzan a emitir imágenes concernientes al Indio y a sus seguidores. A veces desde el día anterior ya empiezan con la cobertura. Me he trasformado en algo que verdaderamente excede por completo todos mis intentos de comprensión. A menudo sospecho que el canal esta dirigido por algunos de nuestros fans, viejos fans ricoteros. Hago la cuenta y muchos de los chicos que nos venían a ver , digamos durante fines de los ochentas y principio de los noventa ya tiene treinta y pico de pirulos, edad en la que ya no es tan raro ni impensado que dentro de los medios de comunicación ocupen ya puestos semigerenciales. La semana que lancé El Tesoro de los inocentes el noticiero del 13 cubrió la salida con bombos y platillos. Algo advertí en el rostro de Santo Biasatti cuando el Bebe Contempomi le volvió a pasar la posta del programa luego de a toda fanfarria anunciar que ya estaba en la calle el primer disco solista del Indio. Biasatti no entendía nada, el tipo venia de presentar cosas como el nuevo triunfo de la derecha en Italia o de presentar las nuevas pistas del crimen de la García Belzunse y quedó como shokeado. Si bien debe ser conciente que las estrellas de rock hemos ganado un lugar importante dentro de esta sociedad, un poco se preguntaba por el tono eufórico y militante del Bebe. Que tipo de noticia estaba dando ese pibe, se preguntaría. Paradójicamente, yo frente al televisor (me había llamado Virginia a los gritos desde el living) me sentía más identificado con el azoramiento de Biasatti que con el joven periodista de rock. Es que desde cuando, me pregunto yo ahora el lanzamiento de un disco de rock es noticia central en los medios. Otro triunfo bobo de la cultura rock.
Ahora estoy mirándolos llegar. Debo confesar que se arraciman en mi las más variadas sensaciones al ver los cientos de rostros de los pibes gorgoteando sus cantatas de devoción hacía mi persona. Por momentos se me pone la piel de gallina, me pongo nervioso y tengo que dejar la pantalla para ir a colgarme de la ventana del hotel y respirar aire. Una inestabilidad emocional me gana por todos los frentes de mi sensibilidad. Debería haber sido creada una pastilla para estos casos.
Todavía me resulta imposible de comprender esas eternas travesías de los muchos que se allegan desde lugares inhóspitos del país para asistir al show. Días de viaje para venir a verme. Noches durmiendo en el piso y comiendo alfajores. Economía de guerra si es necesario. Con que alcance para puchos estas bien. Así de grande es la locura. Si no hay amor que no haya nada en vos… carajo. Después de infiernificarme en las mieles más agudas de la pasión, luego de ponerme otra vez a tono con las circunstancias a las que soy sometido a vivir sobreviene el espanto, sin lugar a dudas me he covertido en un monstruo, puesto que en un dios seguro que no, aunque en realidad esto solo lograría causarme más espanto. Digo un monstruo, alguien que se ha deformado de su carnadura humana, que se ha dispersado de su morfología elemental para vivir corporizado en la mente de miles y miles de pibes que te arman y te desarman a su antojo. Aunque son incapaces de cuestionarme nada. No me cercenan sus críticas inexistentes. Sino el incondicional amor con que se dan. Ellos llevan las riendas de mi ser. Son ellos los que desde hace años conducen inexorablemente mi destino.
Le preguntan cuantos años tiene. Catorce responde. La ha traído su padre. Por un instante siento una suspensión rarísima en el tiempo, un lento y fugaz retroceso como si hubiéramos retornado a la época en que las chicas eran acompañadas por sus madres a los bailes. Le preguntan al padre. Un hombre seguramente más joven que yo si el también tiene entrada o esperará a su hija a afuera tomándose una cerveza. No el tipo también viene; adentro. Se me hace difícil asimilar la composición de la gente que viene a verme. Siento que pese a mi contingencia solista esto está cambiando pero también veo a los chicos de siempre a esos que han crecido bajo el ala negra de mis canciones del Baión, de La Mosca, de Luzbelito, las huestes que con su fidelidad y fervor terminaron por convertirme en eso que eso que soy en eso que ahora no cabe dentro de su cuerpo.

Volvió una noche

Y si, como no iba a ponerme un poco nerviso un poco tenso. Siento un enorme dolor de estómago como si me hubiera comido un gliptodonte en mal estado, la velocidad del paisaje que veo a través del vidrio de la combi me tiene apunto de vomitar. Le digo a Charles que vaya más despacio. Me mira y se que nota mi palidez. No me pregunta nada. Sabe que debo tener para rato con mi cabeza después del encuentro que acabo de tener. Charles desacelera y siento que toda se recompone de golpe como si nada hubiera pasada. Me miro en el retrovisor y mi cara aún sigue
pálida. Tendría que haber mandado a mi representante. No me hace nada bien encontrarme con Skay y con Poli en estas condiciones. En las condiciones actuales en las que nos hemos encontrados para hablar pura y exclusivamente de negocios. Como tres desconocidos. Ahí el dolor ahí lo que no puedo soportar. Fueron ellos los que eligieron ese bar en Palermo. El bar de un amigo al que le cerraron las puertas por unas horas para que los Redondos se vuelvan a juntar. Ni bien entre lo hice con la naturalidad suficiente para que ninguno de los dos note ninguna sombra de encono de alguna disputa pasada. Sin vanidad, estoy seguro que soy yo el que menos rencores guarda. Lo se fehacientemente. Enseguida noté la tensión que tanto Skay como Poli traían. Me pase todos esos primeros minutos buscando el hueco por donde asomar algo de nuestra vieja familiaridad, busqué en todo momento que bajen la guardia y que por medio de alguna broma nos adentremos en el magnifico universo de vínculos que alguna vez supimos forjar. Pero los dos parecían seres impenetrables. Envueltos en sus camperas de cuero negro y masticando uno tras otro, wiskies y wiskies. No sabía como empezar. Por un momento llegue a pensar que mi lengua no se desataría más que quedaría anclada ahí en el fondo de mi garganta como un perro malo. Pero pensé que todo eso no haría sino agregarle más tensión al encuentro. Debía despacharme lo antes posible con lo que tenía para decir. Un par de números y un par de fechas, nada más que eso. Bebí un sorbo de mi agua tónica y puse inmediatamente mi cara más horrible de contador ejecutivo. Se qua a Poli le debe haber impresionado la forma con que me lancé a tratar de cerrar rápidamente las cifras que debíamos acordar. Skay se mantuvo distante todo el tiempo. Ajeno a todo menos al creciente rencor que se iba haciendo una alargada sombra sobre mí. Me costo unos segundos darme cuenta que en realidad solo habían venido a esto. En el fondo y no tan fondo de mi yo tenía la secreta esperanza de que la excusa de los números tenga algo de un nuevo aproximamiento. Pero no parece que los dos se sienten eternamente ofendidos.

Canciones de amor para dealers

Trato de descubrir cual es el punto exacto en que todo se vuelve canción. Cual es la chispa que origina el incendio. Pese a ser ya un hombre experimentado en estos lances artísticos del rock, de la música popular, todavía no he llegado a comprender del todo como ciertas cositas mínimas, nanosegundos de intensidad, llegan a adquirir vuelo y textura hasta corporizarse en el basamento de un composición. A veces temo pensar demasiadas banalidades, temo como si presintiera que por ejemplo las caricias violentas con que someto a mis perros se vuelvan el origen una furiosa balada de amor perruno. Siempre recuerdo el momento en que leí en el diario la noticia de la ahora famosa vaca cubana. Se que en un momento de la lectura algo lo decidió canción pero cuando, como, donde? Por suerte tengo el dominio de mis propias pasiones y se de que forma desenvolverlas para que todo se sustente en ese viejo entramado de querencias. Juego a perderme. Me asisto en extraviarme.Creo que estas cavilaciones tienen más que ver con lo que dije antes con lo de ser un tipo ya experimentado que ha pasado de todo. Ahí radica el problema. Es que en el ápice de mi carrera cuando uno cree tener todo controlado, es justo el preciso instante en que todo se derrumba hasta convertirse en algo ignoto y ajeno como si fuera una calle por la que nunca paso. Deben ser claves de defensa del artista como si de repente volviera a una inocencia inicial, como si de pronto todo volviera a ser nuevo y no sabría uno por donde empezar. Repaso mentalmente los cuatro temas compuestos. Trato de conectarlos de ver que tienen en común. Se que esto es algo que mi organismo hace sin que yo se lo pida como si las vibraciones de mi mente persiguieran constantemente un orden conceptual. Ahora lo hago a conciencia, distendido en estos sillones de Luzbola. Quiero ver por donde ando y por donde voy. La verdad que esta situación nunca deja de excitarme. Las bellas vicisitudes del creador. A veces intuyo que en este tipo de etapas es donde alguno queda en el camino. Tan grande es la desconexión que se produce con ciertas condiciones cotidianas. Tan afanoso el salto que uno quiere dar que no es anormal que alguien ruede en el intento. Creo que a mayor ambición mayor peligro de locura. Ha mayor profundidad por querer alcanzar con el disparo mayor probabilidad de fracaso. Vamos: Balas de Plata, Delete, Veneno, Ramas Desnudas. Nada del otro mundo. En realidad nada que no pertenezca a mi mundo. Tiniebla emocional, épica del hastío, amores de elefantes, densidad espesa del tiempo.
Sigo auscultando mi celaje de artista. La vejez me ha convertido en alguien que se controla incesantemente. Quiero saber todo acerca de mi y a la vez algo que siento nunca me permitiré lograr. Pero allí voy. Como puede ser me pregunto a veces que en distintas años de carrera o más siga prisionero de mis mismos temas de mis siempre previsibles encarnaciones temáticas. No es que me aburra o me incomode ya mi pulso nada de eso. Lo que me repito últimamente es como un artista en general, puesto que lo que persivo en mi ya lo he constatado lo perciben el 99 por ciento de los artistas no es capaz de salirse de su rito de obseciones. Como el artista paladín de la versatilidad, si se quiere, no es capaz de eso de versatilizar su realidad compositiva hasta llevarla a un grado ajeno. Hasta hacer de su composición algo desconocido y enriquecido por ese mismo desconocimiento.
Vuelvo: Balas de plata, Delete, Veneno, Ramas Desnudas. Canciones de amor para dealers.

Diplodocum Red & Brown

Me cuesta dejar los pinceles, las espátulas, los viejos adminículos que hicieron grande a Modigliani y a Van Gogh o sencillamente a mis viejos lápices de esfumador y a las ya antiguas rotling punta de acero.
Así que mientras incursiono en los avatares del dig-it
no dejó que mis viejos vicios de pintor y dibujante se dejen llevar del todo por el tsumani implacable de las nuevas tecnologías. Dibujo rostros, cuerpos, cuerpos cada vez más lascivos e hirsutos. Símiles de bestias tan modernas que tienen el paso simiesco de los neandertales. Allí paradoja. Encuentros transculturales en el planos interpolar del tiempo. No hay nada tan moderno como el fuego. Mi mano. Mi vieja mano se mueve con las mismas inquietudes que cuando tenía doce. Pese a la tirantez, a las pecas anaranjadas, a los huesos cansados que la sostienen no deja de tener esa vivacidad maldita, ese querer penetrar la oscuridad maciza del volumen, atravesar la verticalidad sumisa de los cuerpos. El lápiz dibuja por tercera vez una entrepierna femenina. La primera enflaquecida, la segunda entumecida hacia adentro. Hasta donde quieren trepar mis dotes espaciales de pornógrafo delirante y místico. Quizá se atrevan a entrometerse con los salvajes gruñidos de un orgasmo súbito. Podrán mis lápices dar cuenta de una sexualidad encubierta y a la vez expuesta en el diagrama de sus infinitas manifestaciones. Siente mi mano la antigüedad de lo prohibido. En cada trazo que delimita cada uno de los pendejos que dibujo siento, allá lejísimo la voz insepulta de los inquisidores clamando. He aquí el vértigo. Desde que la exposición de cuerpos se dio a ostentación masiva, desde que la desnudez es la nueva ropa del futuro, el pulso del pornógrafo ha perdido su libido para convertirse en las líneas descriptivas de un aséptico naturalista.
Mi hijo me pregunta que hora es. Sabe que le he prometido ir al cine. Que juntos con su madre hemos decidido hacernos una escapada de Leloir para ir a un multicine en el oeste de Buenos Aires a ver la nuevas creaciones de Pixar. Le digo que falta, que falta un buen rato todavía, que no se desespere que esta vez no le fallaremos. Lo que pasa a menudo es que a último momento, cada vez que intentamos salir tanto a mi compañera como a mí nos agarra la misma paranoia de siempre, la misma puta irritación de vernos por anticipado invadidos a cada paso que damos. Que se le va hacer pero las cosas son así.Y uno a elegido de algún modo de que así sean. De la mano de Bruno pende un dinosaurio. Extraña relación de los pibes con estos animales. Todavía no llego a comprender del todo que es lo que los atrae de esa forma tan contundente. Se muy bien que no es solo Bruno el fans de los tiranosaurus rex y cía. Que todos sus amiguitos también los son. En mi infancia no existieron. Lo más parecido que me ha tocado vivir como niño es algun dragón que se escapaba de un cuento. Voy a insistir en determinar cual es intima relación que une a los chicos con los gigantes del cretácico. Tomo uno de los bichos uno de cuello extremadamente largo con el lomo verde y lo doy vuelta. En la panza llevan incrustado el nombre. Diplodocum. Diplodocum Red & Brown.No puede no salirme de la mente el nombre de esa banda Me pregunto si la infancia feliz de niño rico de los hermanos Beilinson pudo tener acceso a juguetes que solo se conocerían en un futuro todavía muy lejano. Como fue capaz de ponerle el nombre de un dinosaurio a su conjunto adolescente. Bruno me tira de la mano y busca que me tire al piso con el. Me dice que ponga el disco ese. No se si se refiere a uno de Emerson Lake and Palmer que me vio escuchando el otro día y del que dijo que era música para dinosaurios o si se refiere a algunos de sus discos infantiles. Apago las luces y dejo que solo el reflejo de luz que viene del exterior nos ilumine. No he encontrado el disco que me solicitó Bruno pero si el de un japonés que hace una extraordinaria música incidental. “Volcanes y jazmines” así se llama. Y es los que busca Bruno, ponerle música de fondo a la marcha de sus dinosaurios. Así que ahora estamos los dos tirados de panza contra el piso, cuerpo a tierra, apenas iluminados por las luces de afuera, siguiendo la marcha de una manada de dinosaurios rumbo a no se donde hoy puede ser hasta la puerta del baño o a la salida al parque. Es último de los juegos preferidos de Bruno. Hacer atravesar la casa de punta a punta con la caravana de sus fieles amigos. Una curiosa peregrinación en busca del reino perdido. Un viaje propulsado y animado por los desplazamientos de víbora de su padre. Que termina con los músculos entumecidos y la garganta más gastada de lo que la tiene por prestarle su voz al grito de los animales prehistóricos. Pero dedo decirlo con algo de su pesado corazón liviano como un globo de gas al borde de la más completa felicidad. Le digo a Bruno que detenga la marcha de sus dinosaurios que los deje ahí donde están. Que no los mueva. Ahora el que juega soy yo. Ahora el que da las ordenes soy yo. Bruno me mira alelado. No sabe que la foto que estoy tomando formará parte del interior del nuevo disco. Todavía no.
Guardo la foto en el pendrive y prendo las luces los dinos no han llegado a destino pero ya es hora de bañarse. De cumplir con nuestra propia travesía de dinosaurios, ja. La madre lleva a su hijo a bañarse. El padre de una familia muy normal posa frente al espejo probandose distintas pelucas, distintos bigotes postizos, gorras de beibolista y una interminable colección de anteojos de sol, ja. Utilizo la tercera persona para delindarme de ridiculeces. Jamás en mi vida pensé que tendría que hacer esto para salir. Mimetización humana. Camouflage para la vida social. Mutación. La verdad que todo este asunto me tiene cansado. No soporto más los labios irritados por el pegamento del bigote. Esta vez voy a salir sin nada.