2009/06/16

Sanata british

Pulo mi inglés de aeropuerto. Trato de darle algunos matices a la rigidez sintética de los pocos sustantivos que componen mi repertorio. Pese a mi enorme pasión por la cultura rock, la cual en un ciento por ciento pertenece al idioma inglés, nunca me propuse profundizar sobre sus conocimientos básicos. Supongo que un sesgo de nacionalismo rantifuso más amigo del dialecto de la calle Corrientes que de nuestra telúrica tradición, puso barreras para ello. Eso me llevó a estar atento a las traducciones, a los amigos que tenían acceso al inglés. Ir y venir de lo de Rosso con las letras de Chungas Revenge. Desvivirme por conseguir el librito con las letras de Lou Reed en versión bilingüe. Esas cosas.
Ahora las mañanas de Parque Leloir, las mañanas en que hace su aparición la puta voluntad me pego al diccionario Oxford, a CD’s donde una teacher colombiana me enseña a contraer la boca en forma british.
No me desvivo por aprender la lengua de Shakespeare ni mucho menos pero la irremediable universalidad del inglés se ha metido de lleno en mis letras. Me pregunto si será el spanglish que escuché en New York que se quedó pegado como una herida de música irredenta en el fondo de mi lengua. Tres millones de latinos fundiendo a su propio espacio verbal los gang del lugar donde viven me resulto una experiencia muy fuerte.
Desde siempre gangoseé lo que llamamos el embrión de las canciones en el idioma madre del rock.
Skay se ponía impaciente; hasta que no dejaba la sanata en inglés y empezaba a ponerle palabras comprensibles, parecía que no se relajaba. Después de dos o tres discos se dio cuenta de que era una buena fórmula compositiva.
Anoto en un papel todos los términos extranjeros que tengo en las casi definitivas letras para el nuevo disco. Me sorprende su enorme cantidad. To beef or no to beef es una boutade. Desde que se me ocurrió me sigue arrancando una sonrisa de complacencia. Igual que masturburguer o el portuinglés de blody filha da puta.
El sol fuerte de las 9 me invita a ponerme la ropa blanda de footing y dejar que todo el abanico de terminología sajona se vaya desparramando por mi mente mientras voy dando unas vueltas por casa.

De este lado del paraíso

Miro a Bruno, el inextinguible manantial de luz que brota de sus ojos negros, el misterio alumbrador de sus expresiones. La inocencia es el máximo tesoro. La vida inmaculada. Después el chapaleo de barro de la vida. Bruno es mi maravillosa fuente de poder. Arrimarme a el es cambiar mi piel de coyote por un pelaje nuevo de joven lobo. Brillo en la oscuridad.
Miro los límites de la casa, los enormes cercos de arbustos verdes custodiados que le confieren el límite, al muro que nos aleja del peligro aires naturales despejando cualquier idea de refugio o de prisión. Pero cuando lo observo bien no puedo dejar de pensar en un afuera-adentro, excluidos-incluidos, paradójicamente mientras contemplo a Bruno no solo pienso en su protección sino que también habitan en mi mente la cantidad de pibitos como el que estarán luchando contra la tormenta de mierda de las injusticias. Las implacables normativas del capitalismo que ha dejado en la intemperie absoluta a buena parte de la humanidad.
De este lado del mundo, de los muros de verde follaje para acá, todo bien. Más allá el infierno cotidiano de la miseria. Soy un afortunado. Mi hijo está de este lado. Pero también tendrá que aprender a ver el mundo allá afuera. Ayer hubo reunión de los vecinos del Parque Leloir, como siempre ni Virginia ni yo asistimos. No me gusta ese complot semipolicial de burgueses paranoicos. Sin embargo no pude dejar de enterarme que se trató el tema de la seguridad dentro del barrio, cosas tales como realizar cursos de autodefensa y adquirir armas de más calibre para los guardias. Causa mucha impresión el repliegue de las personas que han alcanzado cierto nivel económico que los salva de la pobreza. No solo quieren alejarse de las ciudades sino fortificarse como esperando una invasión de los desposeídos. Lo que más me sorprendió fue el plan de ciertos vecinos. Según Obdulio se estuvo hablando con autoridades del Club River Plate para que el Monumental sea el refugio de los habitantes de barrios privados. En caso de una arremetida de los pobres, estarían ya dispuestos helicópteros para trasladarlos a la cancha. Esto me dejó patitieso. ¿Después de esto qué?, ¿Irse a vivir a otro planeta?.

Ciertas sombras

Siento la marcha de un enorme elefante blanco. La marcha de un enorme elefante con piel de MIDI y pesadas patas que traen el eco de guitarras voraces.
Nada nuevo en realidad, la misma obsesión de mi corazón de rocker.
Jamás pensé que un día iba a llegar el momento de lanzar un disco como solista. Nunca nada fuera de la vieja empresa emocional de los Redondos. Pero las cosas menos imaginadas también tienen lugar en este mundo.
Percibo la ambivalencia de estar traicionando un viejo juramento y por otro, la sangre renovada que traen los nuevos desafios.
Sin embargo siento que esto es falso. Este tironeo emocional quizás no existe para una afiebrada bestia de creación. Soy un caldero que bulle en cualquier circunstancia ante la tentación del formato canción.
Busco las mejores ideas para la nueva tripulación.
Extraje de los cajones, viejos papeles. No tenía la intención de encontrar directamente letras. Pero si impregnarme del fantasma de viejas estructuras para volver al cauce de la vena literaria.
No siento demasiada diferencia de lo que realizaba junto a Skay. Es que para mí siempre fue solitaria la tarea de preparar todo el andamiaje teatral, el guión de la película, la máscara filosófica que viste y compone cada uno de los trabajos.
Así que no existen grandes diferencias en lo que concierne a la creación.
En cuanto a los nuevos integrantes del proyecto, ya comprobé su probidad musical, su extremado esfuerzo para tratar de llevar a cabo mis ideas.
Pero aunque sienta que somos un relojito, en cuanto entramos en vértigo rock, en los instantes más álgidos de las nuevas canciones, es allí donde parezco besar el fuego de los cielos incendiados, allí se me abre una brecha. Una incontrastable franja de vacío que me cruza toda mi humanidad por completo, como una serpiente de hielo reptando por mi alma.
Ciertas ausencias, ciertas sombras me iluminan con frío cegador. Tengo que sobreponerme. Tengo que aceptar que muchas cosas serán irrepetibles.

2009/06/08

Andrés

Espero la llegada de Andrés. Doy vuelta en mi cabeza como si fuera un costillar de cerdo que se esta dorando sobre una brasa fina y roja algunas frases de Adieu bye bye. En cualquier momento cae mi amigo por Leloir. Hemos hecho muy buenas migas con Calamaro. Tiene un enorme potencial compositivo que entrega de forma generosa así también como un enorme conocimiento de casi todos los aspectos de la cultura rock.
Pasamos tardes enteras recreando o comentando canciones de los Grateful Dead o de The Birds.
Siempre supe que era un gran fan de los Redondos aunque nunca había tenido la oportunidad de conocerlo. Un día me llamó por teléfono y lo invité a que viniera a mi casa.
Tengo un vago recuerdo de su paso por Los Abuelos de la Nada, es que nunca le di mucha bola a lo que llamamos rock nacional y en realidad me bancaba poco y nada a Miguel Abuelo. No me caía nada bien ese maldito gnomo poeta al que Andrés insiste en llamarlo Mike y al que parece no haberlo dado por muerto como si su presencia girara todavía en los alrededores de su ámbito vital. Por Andrés me enteré que Miguel Abuelo nos solía venir a ver a Palladium y a la Esquina del Sol y que en los ensayos solía mandarse con La Bestia Pop. Es tarde para arrepentirse de ciertas cosas.
En realidad comencé a prestarle verdadera atención a Calamaro cuando se fue a España y armó Los Rodriguez. Me llamó la atención la forma poderosa en que sonaba la banda y la contundencia rockera de esa poesía articulada con proposiciones traperas.
Me cayó simpática la vena gallega que adquirió en España.
En esa época contaban los periodistas de rock que Andrés suspendía sus vuelos a Madrid para venir a ver los recitales que estabamos dando en Obras.
Me acerco a la parrilla y vierto bastante riesling sobre las mollejas que ya casi están. Me voy al Luzbola.
Tengo todo preparado en el estudio para grabar. La última vez que vino Andrés nos quedamos con las ganas de grabar porque el cable del teclado estaba roto.
Entre otras cosas me gustaría que me ayude a pulir unas versiones de Tom Waits que a él le salen tan bien.
Después seguro que nos ponemos a bartolear con la guitarra. Utilizo algunas de la maquetas que tengo grabadas y le metemos las historias que salen en el momento encima. Riesling a las mollejas.

Por què?

Nuevas visitas a Parque Leloir. Esta mañana, mientras hacía footing, note en varias oportunidades como detrás de la fila de álamos que se alinean paralelas al recorrido de mi marcha, una sombra se cruzaba en mi camino.
En un primer momento adjudique esta interferencia visual a la capucha del buzo. Después al sacármela por completo me di cuenta que evidentemente no era la capucha la que producía las sombras, era otra cosa. Una sombra perturbadora que iba de álamo en álamo.
Aceleré la marcha. En ese preciso instante en que intentaba con velocidad llegar a casa, un silbido estridente me detuvo en seco y pude observar una imagen macabra recostándose sobre uno de los árboles.
Parecía un viejo marino noruego. El pelo y la barba anaranjados olían a arenque y cubría su cuerpo con una remera a franjas horizontales azules y blancas.
Lo que llegó a impresionarme más fue un enorme agujero traspasándole la frente de lado a lado, producto de un certero balazo y del cual manaba sangre de color violeta.
Cuando me detuve al lado oí su tono perentorio, que sin vueltas, iba al grano y me preguntaba con el tono patético del cuervo de Poe -¿por qué?, ¿por qué?. El eco alargado de su pregunta me produjo cierto mareo.
Continuó con una serie de carcajadas y un discurso secretamente lúcido acerca de la inmortalidad, del que solo recuerdo esta frase ...puedo transmutar en miles de rostros, cargar carnaduras mortales pero tras ello el palacio ancestral de mi ser eterno...
Aquellas palabras mesiánicas me intimidaron hasta que Patricio Rey dejó de lado su arsenal de química del odio.
Se tomó la frente con sus manos y me siguió preguntando ¿Por qué? Solo que su tono era ahora profundamente humano. Conmovedor, aterradoramente conmovedor.
Sentí que estallaría de puro silencio nomás, que era incapaz de darle una respuesta. Sus ojos se entornaron como los de un moribundo. Se dejó caer contra un árbol. Lo tomé entre mis brazos y lo arrastré hasta el estudio. En el camino su lamento se fue haciendo una dulce balada escocesa.

El gran DT

No se si me identifico más con un DT que evalúa jugadores para su club, con un director de orquesta que busca músicos o con un director de cine que recluta almas que coincidan con la locura espesa que requiere las particularidades de su film.
Traté de que esto no sea muy evidente, pero algo de ello se ha colado, ha fluido de mí.
Me costó mucho disfrutar de la velocidad rítmica de Baltazar Comotto. De su gusto, al igual que yo, por las guitarras sonando poderosamente “americanas”.
Después de mostrarle la maqueta, él se ponía a tocar y no había forma en que yo me saliera de la postura física de estar evaluándolo.
En un momento sentí que esto lo estaba poniendo nervioso. Intenté desestructurar esa cuestión. Abrí una botella de Chivas y comenzamos a zapar de forma desprolija. Yo hacía graznar los teclados en cualquier dirección y Baltazar intentaba hacer pie en el torbellino en que se había convertido su guitarra. Terminamos riéndonos y aflojando un poco con lo que me estaba molestando.
Más que buenos músicos siempre he preferido buenas personas, gente con el cope necesario para largarse a cualquier tipo de aventura.
Seguimos tocando, ahora unos temas de J. Mayall.
Va a ser difícil convocar un nuevo espíritu para mi banda. Tarea rabiosamente complicada. ¿Dónde encontrar el pulso mágico de Skay, la sombra catatónica de su figura esa que me dota de una inmensa seguridad sobre el escenario?
No puedo ni quiero armar unos nuevos redonditos, la idea es otra.
Pero en estos días de pruebas no puedo no sentir un cúmulo de extrañeza que me devora al verme por ejemplo, al lado de Baltazar. Guau que es difícil. Pero el presente se impone con todo su peso de morsa.

2009/06/01

Pool en el mar de los sargazos

Me pierdo. Sumo mis ojos en el paño rojo del pool, en su perfecta tersura. Por un momento imagino que el paño rojo a transmutado a una superficie cubierta de venecitas antiguas color verde agua. Delirios. Mis dedos pierden presión al aferrar el taco. Siento la caoba pesada escaparse de mis manos. Reacciono rápido sosteniendo el taco con fuerza y pegó un palazo violento. La bola blanca impacta y arrastra a la bola 7, la acompaña al fondo de la tronera.
El sonido de las bolas bajando por el interior de pool por sus intrincados laberintos me molesta, me suenan a indigestión. El wisky también baja por mi garganta en forma tormentosa y zigzagueante. Ahora me paro en una de las esquinas, me agacho levemente para tener una mejor visión de la mesa y miro la disposición de las bolas sobre el paño. Estudio la jugada. Busco por medio de una metamorfosis rápida y sin demasiadas vueltas, desdoblarme en el imaginario contrincante de esta partida de pool. Ser el otro. El que juega conmigo. Busco verme en otro cuerpo, abandonar por un momento el relax de moribundo de mi cuerpo. No es fácil salirse de sí. Los huesos claman entre los músculos. Predican permanentemente su pertenencia a la carnadura. Ese artefacto caprichoso de la mente se obstina en no abandonar la vieja goleta de mi cráneo. Igualmente ejecuto un disparo con el taco sobre las bolas rayadas como si fuera mi rival.
Escuché tres temas. Mi máquina diseccionadora se abstiene a emitir juicio. Imprime papeles en blanco. Pongo PAUSE y me arrimo a la ventana a respirar. Con el aire fresco de la incipiente noche trato de sacarme del cuerpo esos insectos molestos que la guitarra de Skay ha diseminado por todo mi cuerpo. ¿La guitarra o la voz de Skay?,¿Quién me produce ese escozor violento?. No debí ponerme a escuchar ese disco hoy. Desde temprano sentí mi sensibilidad estresada, proclive a malas interpretaciones.
Cierro las ventanas, vuelvo a mi partida de pool. Acomodo otra vez las bolas dentro del triángulo de hierro. Le pongo tiza al taco con cortos y nerviosos giros de mis dedos. Parto. Las bolas se desparraman sobre el paño de forma vaga y azarosa. Sigo con la vista el recorrido mínimo de la bola negra que queda casi clavada en el lugar donde estaba, casi sin moverse. Después de semejante palazo me produce impresión que apenas se haya movido. Espero que mi contrincante prosiga el juego, que sea él, el que ahora disponga su tiro, para lo que otra vez intento ponerme en su camisa.
Tomo la caja del CD que se encuentra apoyado sobre una de las bandas. Tardo unos segundos en darlo vuelta y leer por primera vez como mi viejo amigo a titulado su disco.

Salir del sarcófago de paz

¿Qué es la paz espiritual? Debo diferenciar bien el proceso constitutivo de una interioridad activa de la que hablaba Merton con lo que yo denomino “el relajo interior”: una decadente quietud que empieza a oler ha podrido.
Pasé toda la tarde caminando por el parque, sentí como se quebraban las briznas de hierba bajo mis pies, disfruté de la frescura de los árboles y sentí en todo mí ser el remanso continuo de una estabilidad inusitada.
¿Puede que este tipo de vida, sosegada y salida del cauce de las crispaciones mate al artista, comience a rescindir el contrato con la batalla de las intensidades?
No tardo mucho en ver surgir una respuesta de carácter ambiguo pero que a la vez me clarifica un poco las cosas. Si bien ha desaparecido casi por completo de mí toda agitación existencial, toda efervescencia de complicaciones sociales que por siempre fueron y son los motores impulsores de mi misterioso arte; todavía quedan almacenadas en las bodegas interiores, un par de rayos de sangre viva, de hemoglobina salada para poder condimentar nuevos dramas musicales, nuevas aventuras de sonidos y de historias de oscuro romanticismo urbano.
Solo tengo que desentumecerme un poco, avivar la eterna llama de la creación, ese fuego hinchapelotas que es, no me cabe la menor duda, la parte más importante de mi personalidad.
Abandoné el paseo por el parque, até los perros y me introduje dentro de mi casa para observar como dentro de las cuatro paredes se empezaba a exprimir la fruta agria de mi cabeza. No dejé de caminar, ahora lo hago sobre la alfombra del living, sintiendo como su mullida superficie se hunde bajo mi peso.
Me pregunto si se puede crear música rock al aire libre. Bajo el cielo directo. Hay movimiento intelectuales que solo se dan en ciertas condiciones de ubicación y posición. Recuerdo a Rimbaud escribiendo la imposibilidad de nombrar a la muerte, de explayarse sobre ella a no ser que estemos encerrados en un sótano. Parece que el cepo, la prensa que conforman las construcciones, la presión del encierro generaría buena parte de las potencias.
Me sirvo wisky, observo el bello tornasol que se inscribe en los hielos. Linda copa aunque este bourbon silencioso me está pareciendo un tanto insulso. Un poco de música persa estaría bien para darle otra configuración escénica.
Me estiro en el sillón y me sirvo más. Alarma. Este es el momento que debo evitar. Creo que capté el momento justo en igual que un atado de acelga al sol, me hecho a perder.
Me voy con la botella, el hielo, el diario y el libro de Pollock al estudio.
Mi forma de transitar el parque es otra, parece que llevo en la piel millones de microorganismos molestos que me electrizan que me ponen en pie de guerra y me sacan del sarcófago de las comodidades disponiéndome a la más pura acción musical.