2009/04/01

LUZBOLA

Recién se han ido los albañiles. Me siento sobre los cimentos de lo que será el estudio. Sigo con la mirada la línea de zapatas que al igual que las bases rítmicas de una canción soportarán todo el andamiaje creativo que le vamos a tirar encima. Todo tipo de construcción esta emparentada por las mismas etapas. Si el estudio fuera una canción ya tendría definida una línea rítmica, sus compactas bases de cemento serían su estructura, el sostén donde los artistas comenzarían a levantar paredes de melodías.
Hace tiempo que venimos ilusionándonos con la idea de un estudio propio, más yo que Skay. Hace unos meses mientras miraba los números de mi cuenta bancaria, números que siempre miré con cierta displicencia, como si de un ente abstracto se tratase, se me vino a la cabeza la idea concreta de montar de una buena vez por todas, el estudio. Hablé con varios arquitectos y con varios ingenieros de sonido y de esas charlas surgieron los primeros esbozos. Obviamente que más allá de todas las consideraciones técnicas que ya hicieron rodar sobre el paño arquitectos e ingenieros la obra está sujeta más que nada, a mis caprichos. Uno es igualmente de riguroso con sus obsesiones, en todo. No bien avisté la luz del proyecto, no bien intuí que de una buena vez las cosas se habían acomodado para que esta vez sí se realicen, me reuní con Skay y Poli. Entre ambarinas torres de Martini dry debatimos un poco los preámbulos de la cosa. Poli arrancó con mucho entusiasmo, como en todo proyecto que llevamos a cabo. Pela sus garras lucífugas, sus ojos reconcentrados de encantadora de serpientes y conduce sus ansias y las de todos en lo que está por venir. Skay se regodeaba pensando en las posibilidades técnicas que íbamos a tener de ahora en más con esto del estudio propio. En realidad conjuntamente nos relamíamos ante la posibilidad de movernos con total libertad, a nuestras anchas, sin esas miradas intrusas que terminan por romper siempre las pelotas.
Cuando llego el momento de hablar de números, Poli se recostó con los pies sobre el sillón. Sentí que poco a poco el ambiente energético que había creado en primera instancia comenzaba a desvanecerse. Creo que al fin y al cabo es solo una impresión mía, puesto que tanto la Negra como Skay en ningún momento estuvieron en desacuerdo con algo de lo propuesto, pero creo que no los convenció la cantidad de dinero que hay que invertir en el proyecto.

Skay ametralla el frente enemigo

El rostro de Skay se descompone en muecas inescrutables. Hace rato que intento leer o trato de descifrar que dicen esos entramados de arrugas y pliegues que se imprimen en su cara. Preguntas? Respuestas? Reproches ? .En cada uno de esos surcos. Todavía representan el más hondo misterio de su personalidad. Sobre esa máscara de niño avejentado se dibujan los secretos, sus secretos.
Desde una de las ventanas de Luzbola penetra una luz cautelosa que es toda la iluminación del estudio. Está bien esta penumbra para mostrarle a Skay el sonido del bousouki, de ese instrumento griego sintetizado con el DAT que se asemeja al golpeteo de un viento árabe en las dunas del desierto. Otra vez los pliegues del rostro de Skay son su única respuesta. Su cabeza asciende y desciende levemente. No está asintiendo ni siguiendo el ritmo que se escapa del DAT sino que se parece al mascarón de proa de un trirreme romano, vacilando en medio del Mediterráneo sin saber que rumbo proseguir. Por un momento caigo en la cuenta que mi obsesión por este tipo de aparatejos ha llegado a aturdir a mi cómplice en esta aventura. Skay siempre ha depositado una fe ciega en todo lo que hemos realizado y no va a ser este el momento en que objete la utilización de máquinas, pero esta vez su preocupación es más que indubable. Nos sentamos en torno a dos enormes tazones de café, enciendo las llaves de luz del Luzbola y sentimos juntos el olor a concreto fresco que aún ha quedado en la sala.
Es Skay el que pone en marcha el trinity y acomoda las chapas. Ese gesto, creo, es toda una aprobación al nacimiento del proyecto. El alma proba y dúctil de Skay otra vez cede a mis caprichos estéticos y se apresta a un nuevo viaje. Tal vez el más novedoso de todos los que hasta ahora hemos realizado o tal vez solo un viaje más, unos de los tantos en los que nos hemos embarcado pero esta vez, sospecho casi sin dudarlo, sostenidos sobre lo que llamaría: la ruedas del futuro.
No bien terminamos el café Skay me pide que conectemos todos los equipos. Me dice que tiene ganas de trabajar en esa pequeña germinación musical que estuvimos viendo el domingo pasado y que denomina “El satélite” . Hago correr la pista de una base y me dice que esa no es. Busco la siguiente pista y ahora sí asiente. Conecta su guitarra y se la cuelga con ansiedad. Estudia con mucha concentración los compases rítmicos de la maqueta. A la tercera vuelta mientras nos mantenemos en silencio comienza a descargar riffs como si fueran hachazos. Trazos musicales llenos de indómita fiereza. Zarpazos criminales que solo el talento de Skay puede transformar en melodía. Se mueve en el centro de Luzbola como un comando ametrallando el frente enemigo.
Parece que lo que improvisa, no es tan así, con cada vez más acelerado ímpetu nervioso, demarca un claro territorio rocker, como si quisiera bloquear con su guitarra el sonido mecánico de los samples. Ese breve instante de violencia se me abre como un universo en el pecho. Un universo llameante y de quiebre. Una suerte de vacío y una afrenta. Indudablemente Skay quiere imponer su acento rocanrolero. Eso es lo que hace. No le van para nada los pastiches de secuencer que preparé. Con esa sencillez, y con otra tal vez mucho más compleja, lo piensa mi cabeza mientras Skay sigue descargando auténticos mazazos del más indómito rocanrrol. Lo veo tan excitado que ni bien termina la pista la vuelvo a poner para ver que rumbo toma mi compañero de aventuras. Respira un poco y sigue con su tomahawks de cuerdas, asestando golpes mortales en la mollera electrónica de mis robots, de mis absurdos muñequitos con corazón de DATS. Mi mente que siempre a estado preparada para una guerra, se siente tempranamente vencida. Pero las impresiones, fugaces , pasajeras, dan paso a otra experiencia de la sensibilidad. Es Skay, el viejo y bienquerido Skay el que aferrado a ese torpedo musical que tiene como guitarra, está defendiendo, me está gritando que no dejará pisar en vano el viejo corazón de los Redondos; ese animal rocker que atizó sus alaridos con las fidelidades hacia la ortodoxia más cruda del género. Su intención me emociona, me dejo llevar por anudamientos y crispaciones de la piel, un sudor tibio brota de mi pecho. ¿Estará de más explicarle a Skay que jamás, a través de estas putas maquinitas, intenté traicionar el viejo pulso de los Redondos, su emblema, su identidad? El Luzbola sigue temblando con los chirridos fantásticos que Skay le arranca a la pedalera. Exhausto de tanta música la detiene por completo y deja en el ambiente un furioso olor a obuses disparados, una nube de polvo y pólvora que desciende sobre nuestras cabezas. Pese a lo que imaginaba con anterioridad nuestras miradas se cruzan felices. Se ensamblan para componer el cuerpo de la complicidad, el corazón sensible de la composición. La dupla Solari-Beilinson respira. Skay ríe con desmesura mientras le digo que con esos bríos tenemos discos de rock para rato. Me pide que dentro de un rato cuando pueda cante o como suelo hacer habitualmente farfulle en inglés algunos de los estribillos que tengo preparados. Ni bien termino el pucho, largamos.Me gusta nuestro playroom, el salón de juegos de estos dos vejetes que terminando el siglo van a seguir dando que hablar.

A la sombra de los dramas musicales

Después de lo que creí una batalla con Skay. Una pulseada por imponer, cada uno por su lado, nuestras porfías musicales. Siento que el rumbo se ha definido, y que en realidad nunca nos enfrentamos, solo fue un espejismo, un coleteo de pescado de mi paranoia. Skay nunca puso palos en la rueda a nada de lo que he propuesto. El exhibicionismo desenfadado de rocknroll que mostró hace unos días en Luzbola no es otra cosa que sus más sinceras palabras. Comprendió que solo voy a usar las máquinas para crear nuevas texturas, nuevos acolchados donde apoltronar las letras y la música de siempre. Se sacó de la cabeza que los Redondos se podían convertir en Krafwter.
Acomodo mis papeles, los viejos escritos de El Delito Americano y otros que sobreviven en cuadernos y papeles sueltos. En uno de los rincones de Luzbola, convertido ahora en mi auténtico bunker, he colocado una PC donde poco a poco voy volcando mis escritos. Cuando me aburro de pasarlos, me dedico ha pelotudear con el Corel Draw, me alucina la inmensa gama de posibilidades técnicas para dibujar que tiene este programa. Me siento bien en el corazón del bunker, mi soledad se llena con la magia tecnológica de todos estos prolongadores de mis instintos creativos. Hace algún tiempo, -un tiempo que veo cada vez más lejano- me gustaba buscar inspiración, componer y escribir con el traqueteo del tren de fondo. En el trayecto Ramos-Once, Once-Ramos he accedido a los más profundos recovecos de la creación. El murmullo de la gente, el rodar de las ruedas del tren eran la mejor música de fondo para mi inspiración. Claro que hace 15 o 20 años de esto. El sistema perceptivo se modifica, como una suerte de Proust porteño, necesito mi habitación insonorizada, las traqueteadas válvulas de mi andamiaje compositivo se desbalancean a la intemperie. Fueron muchos los años en la agitada noche, sus profundos olores, sus brillantes pestes y sus misterios aún permanecen en mí. De cualquier quarter de la memoria rescato una viñeta de realismo sucio o de alta bohemia. Sólo arponear el aparato sensible, esa gata en celo que es la memoria, para que surjan a chorros la escenificación de miles de recuerdos del vértigo. Después solo me queda vestirlos de palabras. Piso la alfombra azul del estudio, hundo mis pies como en un pantano acogedor. Ciertas comodidades, ciertas prodigalidades del confort son como caricias para los espíritus ajetreados. Me paseo como un Proust vehemente buscando otra vez el amarradero donde se esconden las historias, esos cuadritos de cómics o rastros de prosa carcomidas que darán vida a mis nuevos dramas musicales.

Audio Games

Le intento explicar a Skay y a Rocambole lo que me gusta llamar dramas musicales o audio games, una nueva vuelta de tuerca para denominar a las canciones. Leí no hace mucho que la filosofía no es otra cosa que la creación de nuevos conceptos, de allí me aferro, creo, para ser tan pertinaz con este tipo de explicaciones. Rocambole escucha con atención. Siempre ha sido un gran admirador de mis convicciones conceptuales. Desde aquellas noches en que me escuchaba disertar, estructurar y desestructurar conceptos que tenían que ver con el arte o la religión, el Mono es un gran acólito a mis monólogos explicativos. Se que goza e interviene en ellos para abrir más caminos, para saber, creo yo, hasta donde soy capaz de llegar. Detrás de Dios, que Dios? Fue por años nuestra contraseña favorita para guiarnos en la conversación, diciendo con ello, que eramos concientes del espacio de infinito devorador que teníamos por terreno de juego. Todavía nos sentimos presa de ese vertiginoso juego. Skay también escucha, más que nada para tratar de captar aspectos técnicos. Se que está algo confundido, por eso mi esfuerzo en demostrarle que los dramas musicales o audio games no son otra cosa que las canciones de siempre presentadas de otro modo. Nosotros somos los actores, digo, delante del gran collage del audio game. A Rocambole le centellean los ojos como si con esa luz nos diría que esta asimilando muchas cosas para su trabajo. Lo veo tragar saliva y creo que es el momento, tanto para mí como para él, de hacer un alto. Dejar las palabras que arrastran polvo por la garganta y bendecirla con un poco de wisky. Skay se mueve hacía la cocina con los ojos dilatados como si acabara de ver una película. Lo sigo porque no sabe donde está la botella de Chivas. Nos distendemos tragueando en lo que construimos como improvisado bar. Intento retomar de que modo el horizonte de secuenciadores encuadran con el bouzuki y como las chapas del triniti tendrán que ser el STAR! Del audio game. El Mono que ha entendido todo muy rápidamente me dice que no me gaste más en ciberexplicaciones que para algo somos viejos amigos, que deje toda la santabárbara de nuevos conceptos para la prensa. Accedo rápidamente a la ambientación cotidiana que produce con una negra carcajada.

Finisterre queda en Salta '78

Desperté con la cabeza enjabonada de sudor. Un espacio ácido prosiguió a la veladura del sueño. Busco agua en la heladera mientras policromos hematomas de imágenes se congregan todavía en la retina. Me sorprende el regusto al Casa de Troya blanco mezclado con naranja que percibo con demasiada nitidez en la boca y que esta vez fue vertido no desde un vaso en mi boca sino desde los poderosos odres mágicos de la memoria onírica. El agua helada corriendo por mi garganta me provoca un pequeño shock, un golpe que aún no llega a sacarme del todo del sueño, todavía me siento ir por la ruta, siento el ronronear tuberculoso de ese bondi infame que nos lleva a Salta. Antes de subir al bondi, mientras Fenton y Guillermo enrollaban unas mantas a mí lado, sentí la vorágine interior que causan los primeros ritos iniciáticos. Presentí como si una gran y loca empresa se estuviera realmente gestando y nos tuviera a todos nosotros como protagonistas. Nadie pero digo nadie, en ese infernal 1978 suponía que ese viaje que estábamos realizando lo recordarían miles y miles de chicos y que la cinta grabada de esa comparsa de dementes que decía dar recitales de rock, sería por un largo tiempo una de la joyas máximas del rock argentino. No necesito demasiado esfuerzo mental para recordarlo, todavía gran parte de mi vida está bajo el influjo de las poderosas imágenes que se sucedieron por aquellos días en el norte del país. Skay, la Negra, todos en general nos cocinábamos en el mismo jugo, habíamos, como consecuencia de nuestras propias hechicerías perdido la forma humana para transformarnos en tormentosas almas a la deriva. Igual que si todo estuviera allí, intacto y conservado con el mismo y exacto sabor de aquellas fechas, las voces se fueron enriqueciendo cada vez más, se fueron recomponiendo hasta conformarse otra vez en retornos fieles. De un susurro imperceptible se fueron descolgando los discursos del Mufercho y de Guillermo con una cercanía, que debo confesarlo, me provoca cierto espanto. Puedo transcribir completos los dichos de Sergio acerca de las costumbres sexuales de cierta secta sufí o las aproximaciones irónicas y hondamente reflexivas de Guillermo acerca del concepto de raza aria en los nazis. Y el bondi, ese maravilloso colectivo, como un bólido lisérgico, atravesando con nuestros cuerpos medio país para caer en lo del Polaco. Desde sus ventanillas se podían ver los escenarios más prodigiosos. Las pesadillas rojas del delirium tremens dibujando comics de alucineta sobre el campo y hasta las alegorías más plañideras del budismo tibetano haciendo su juego de epifanía en esos lapsos de cielo nocturno entrevistos desde la luneta del bondi. Como en un aleph beat, los vidrios de ese bondi nos revelaron el mundo. Ya no se si estoy hablando del sueño o de qué. Hay en muchas zonas de mi realidad un nostálgico frenesí imposible de contener.

Aramberri, nuevo caballero redondo

Debe haber sido en el 93. Si, un poco antes de meternos a grabar el disco doble. Walter andaba un poco preocupado porque no podía arrancarle el sonido que necesitábamos a su batería. Recuerdo haberle dado un cheque para que, según lo recomendado por un experto de esta cosa de los parches, comprara toda una serie de adminículos que se le adosan a la batería, para que sonara con todos los colores posibles. En el primer ensayo tuvimos la primera pesadilla tecnológica. Walter estaba furioso. Los aparatitos que había comprado se disparaban solos inundando la sala de redobles impertinentes imposibles de controlar. Walter puteaba en todos los idiomas y nadie podía contener su desesperación.
Ya no me acuerdo quién nos contacto con Aramberri, un flaquito anodino que venía de trabajar con Juana La Loca y que tenía todo el perfil de un nabo sin cura, esos pibes que vienen con un chip en vez de un corazón. Sin decir muchas palabras acomodó los pads de la batería y en pocos minutos aleccionó a Walter sobre su uso. Los brazos de Hernán Aramberri apenas se movían para dar indicaciones, su voz tenía un dejo mortuorio propio de la timidez. En seguida, no bien se largo a hablar con un poco más de confianza, no bien vimos la pericia práctica con que se desenvolvía para dejar satisfecha nuestra demanda de cavernícolas, nos dimos cuentas de que no era un típico boludito de la movida tecno, como prejuiciosamente supusimos en un primer momento. Había algo en Hernán que trascendía su forma simple de mecánico de la música. Nunca, nadie pensó en ese momento que podía llegar a transformarse en un redondito. Desde hace seis meses es la persona más allegada que tengo en mi círculo compositivo. Impensadamente es lo que con acierto podría denominar: mi maestro. Todas las mañanas lo espero con la cafetera llena para que empiece a revelarme los secretos que se esconden en el corazón de un secuencer y en el mundo mágnetico de los MIDI. Con timidez pero con gran resolución se pone a explicar los misterios de los sonidos in vitro a este vejete que aúlla de curiosidad. El pibe, por su edad, podría ser mi hijo. Sospecho que esta relación es normal en muchas familias modernas. Los más jóvenes transmitiéndole sus saberes ha los más viejos. Cuando trascienda el mero orden de lo técnico, lo digo en general, esto tendría que dar sus buenos frutos. El pibe es por demás de respetuoso. Tengo casi que forzarlo para que emita opiniones de orden estético. Me gustaría saber que piensa de los temas nuevos, con inmensa frialdad me dice que están bien. Me cuesta sacarlo de su esquema cerrado de mecánico. Queramos o no se está convirtiendo en una pieza importante de la banda. Skay también opina lo mismo. En cualquier momento organizamos una ceremonia para consagrarlo caballero Redondo.

Chilena

Me acomodo en el sillón. Me muevo con ese nerviosismo placentero que antecede a los grandes films. Estoy solo en mi casa esperando el noticiero de la 20. Hace uno días no entendí quienes eran los chilenos que habían nombrado a Pinochet como senador vitalicio. Quienes eran esos terribles hijos de puta retrógrados. Hoy, haciendo zapping, me topé en CNN con la noticia de que el juez Baltazar Garzón intervino para que sea detenido antes de partir del aeropuerto de Londres. Apenas vi unas imágenes lejanas de una cohorte de bobys llevando de los brazos al infame dictador. Apago la luz y la llamarada de pixeles encendidos realizan un juego de luces sobre mi rostro y mi wisky que hoy parece hacerme realmente falta para desacelerar el pulso enfebrecido de mi corazón. Pienso en Chile y pienso en Victoria, aquella aristocrática muchachita que conocí en Valeria y que me habló cinco noches seguidas de Francois Truffaut. Después de hacer el amor me reveló que era integrante del MIR y que había venido a la Argentina para hacer contacto con Montoneros. Venía a buscar colaboración para una ofensiva contra el gobierno golpista. Lloró con un llanto seco y heroico cuando habló del suicidio de Allende. No quiso por cuestiones de seguridad que fuese a despedirla. Me quedé encerrado en mi pieza con el corazón anudándose hasta matarme. Tarde varios meses en enterarme que la habían fusilado en el Estadio Nacional de Santiago. Siempre quise imaginarme que en el momento en que le estaban por disparar tarareaba aquella canción que yo le había compuesto sin instrumento alguno susurrándole a capella un romance extraño donde rimaba asonantes palabras obtusas y que tanto le había gustado. Me sirvo más wisky.

En el corazón de los MIDI

Estoy bastante conforme con lo que las máquinas han aportado al disco. Aramberri ha entendido bien y pude lograr darle a las canciones la profundidad escenográfica que buscaba. Para poder desarrollar mis tan mentados audio games necesitaba salir un poco del viejo soporte bajo-guitarra y batería para introducirme en el pliegue multidimensional que proveen los MIDI. En verdad miento cuando digo que he alcanzado lo que vengo buscando. Apenas he descubierto una forma nueva de trabajar.
Hernán sabe que en esta me la estoy jugando en esta y ha dado todo de sí para que las cosas me salgan tal cual las he planteado.
Se que a primera vista todo esto, a ojos ajenos pienso, parecerá un tanto frívolo. “Miren al viejo gaga flirteando con los chiches última generación”.
En cuanto a la relación con la banda, no puedo decir que las cosas son igual que antes, no es lo mismo estar sentado seis horas con un operador de MIDI que bañarse de acordes filosos en una sudorosa sesión de rocanrroll.
Se que los chicos de la banda preferirían otra cosa pero se también que son mentes abiertas, curiosa y atentas a lo que el viejo brujo les invente.Sergio es el más damnificado con el nuevo plan. El saxo va a quedar un poco relegado en este disco. Aunque no nos olvidamos que es parte integral del espíritu de los redondos.

Nueva izquierda norteamericana ja ja

Clinton confesó que se hizo lustrar el sable por la becaria de la Casa Blanca. En horas de trabajo dentro de la Santa Sede del Capitalismo Salvaje.
Los viejos quaqueros están que trinan. Por lo menos quieren incinerar al lider democrata, que para colmo parece que también confesó que de joven supo curtir sus buenos porros.
Clinton podría ser la herencia boba de aquella nueva izquierda norteamericana que admiré. Aquella de los prakster, de Jerry García o de Ken Kesey.
Entre las carcajadas que esta situación nos produce nos vamos a tener que bancar la arremetida de los sectores más reaccionarios de los republicanos.
No nos olvidemos que nuestro destino se fija en sus despachos.

Nombres propios

10 de la mañana en el Luzbola. Hace tiempo que quería hacer esto. Ahora con un cancionero se me hace más fácil. El librito tiene errores como (con ella soy ¿discográfico?, en Semen Up o pastillitas rellenas de amor? en el Puticlub.
Cuantas cosas han aparecido en estos últimos años. Espero que al menos sirvan para que se alimente alguien. Comienzo con la tarea, anotar todos los neologismos y nombres propios que hay en mis letras. Hay va: Barbazul- La Bestia Pop- Luna Park- Pierre, el vitricida- Superlógico- Ñam fi frufi fali fru- Motorpsico- Olga Sudorova- Chernobil- Semen Up- Eveready- Drácula- Puticlub- Negro Cañón- Rayd bands- Durax- Dakota- Parabellum- Suavestar- Pac Man- Savoy- Superboca- New York-anarcotizados- toxi taxi- Luis María- Cruz Roja-robocop- crono rock japolicía- Detroit- Club París- Río- Caseros- Strato-Concordia- Lavi Rap- Morta- Huesito- Mr Ed.- onanbólicos- Tortoni- Castelar-Pituca Congo-Barón B- Colonia Berro- Turquito- Poxiran- Negro Atila- Shangai- Susanita- Vulcan- Lionel Ritchie- Bar Princesa- Jonhy Rojo- Jonhy negro- Madrid- Luzbelito- Cuzco- Zippo- Tangópolis- Belén- Nuatatori professionisti- Adidas- Pepsi- Limón- Mariposa Pontiac- Roxana Porchelana- Dr. Jeckill- Palermo Chico- Brigitte Bardot- Caryl Chessman- Bobi-DDT- Mao- China- Caryl Chessman. Sé que alguno se me debe estar escapando. Ahora recorro los del nuevo disco: Finisterre- Walter-Buscapina- Venus_Ushuaia- Alien Duce- Porco Rex- Carrefour-Internet- Drogocop- Scaramanzia- Sony- Cohiba- Cyberbabel- Omar Chabán.

Patricio Rey oprime: STAR!

La máquina arranca brillo de la cabeza. Por cada pasada, franjas de cuero cabelludo descubren una suerte de luz epidérmica. Mi cabeza es un foco encendido. Se transformó casi en una obsesión esto de raparme. Desde hace diez años, mañana por medio, me dispongo al ritual. Ciertas actividades, lo tengo bien comprobado, accionan el pensamiento. Mientras me observo en el espejo y paso la máquina por mi cabeza, el ritmo cerebral alcanza un estado particular. Un vals eléctrico cargado de interpolaciones que se nutren desde los más variados puntos del conocimiento y la experiencia.
Esta mañana, en el momento en que notaba como los años van pegando cada vez más la piel al cráneo, como poco a poco va adelgazándose y convirtiendo en un cuero duro sobre el hueso, su voz, sí, digo su voz, abrió una presencia seráfica. Noté como por medio de un elemento intangible como la voz se iba componiendo un cuerpo, una irrevocable presencia física. Busqué en el espejo, busqué si en verdad alguien me acompañaba en algún rincón del baño. No tarde en corroborar que el maldito bufón se mecía no en algún lugar del baño sino en las alturas de los trapecios de mi mente.
Más fernet- fueron sus primeras palabras.
Comencé a pasarme la máquina con lentitud, esperando que las expresiones de mi visitante fluyan con tranquilidad. Dejarlo hablar. No hay nada peor que intentar borrarlo de un plumazo del espectro mental. Se enfurece y se torna insoportablemente insidioso.
Me pregunta si nos hemos olvidado del él. No es un reproche. Al menos no parece. Es una duda existencial que exige ser disipada. No es necesario abrir la boca para comunicarme con él. Con pocas palabras lo convenzo de que jamás dejó de vivir en nuestro espíritu y en las lanchas musicales de nuestras composiciones. Le gusta a Patricio la retórica clásica. Emite un suspiro de alivio que por su fuerza dejan ver un voluminoso cuerpo, hinchado y adiposo, desplazado de su silueta original como en un retrato de Bacon. Me pregunta si he dejado de pensar en los cuerpos sin órganos o todavía sigo con ese intento loco de desbaratar toda organización orgánica. Le digo que no está bien espiar todos los libros que se depositan en mi mesa de luz. Su risa es la fricción de un corcho saliendo repetidamente de una botella. Me dice que hasta ahora ha tenido una escasa participación en la nueva obra. Le pregunto que quiere.
Todo- me responde con un tono demencial, operístico, que llega verdaderamente a asustarme. Esa demencia es decrepitud, no puede ser otra cosa. Se retira de mi escena mental. Cojeando.

Fin de la tierra, culo del mundo

Por primera vez escribo en papel: “Ultimo Bondi a Finisterre”.
Me gusta esa tríada. El adjetivo con aires fatalistas. El lunfardo de bondi y el toque extravagante de Finisterre. Lindas palabras. Finisterre es un término convocante de espíritus afiebrados, de aventureros trashumantes y de geómetras flipados de la geografía posible. Fin de la tierra. Culo del mundo. Ultimo lugar a donde arribar.
Busco en la enciclopedia: Finisterre.

El archivo BONDI

Es raro verlo a Rocambole trabajar en una PC. Su cuerpo y su carácter tienen más que ver con la rudeza de una herrería que con las imágenes virtuales que tiene aprisionadas en su ordenador. Trata a la máquina con algo más que desprecio. Sus dedos de artista plástico encuentran en el teclado más obstáculos que una carrera de vallas. Creo que está a poco de accionarla a puñetazos. Se levanta a cada rato de su silla. Me transmite su misma ansiedad. Me dice que busque el archivo BONDI mientras se fuga hacia la cocina, en busca de algo para beber. Me sitúo con el mouse sobre el archivo BONDI y espero que regrese antes de hacer doble click. Me mira manipular el mouse y me dice que solo un yanqui de mierda pudo inventar un aparatito tan puto, tan lejano a la lógica del trazado de una línea. Me río y espero cada vez más ansioso que abra el archivo. Pero se demora introduce el pico de la botella en el vaso e intenta que la Quilmes bock no haga mucha espuma. Me extiende el vaso y con la base de su propio vaso le pega a la tecla enter derramando un poco de cerveza sobre las teclas.
De a poco veo como se van formando las imágenes, son pocos segundos pero a mi me parecen una eternidad. Ya se terminaron de configurar los cinco muñequitos en el centro de la pantalla. Mi cabeza es ovalada y mi nariz muy ancha. No tardo en darme cuenta que esta distorsión es parte del juego del Mono que nos ha situado detrás del grueso vidrio de un ojo de buey.
Por primera vez aparecemos en la tapa de un disco. Digo nuestras figuras, nuestras caras. De Skay sobresalen sobre todo su vincha roja y unas enormes gafas negras, el efecto distorsionador del ojo de buey le da sobre el mentón, estirándoselo. Rocambole me explica de qué modo logró esa magia cibernética.
Como siempre, como cada vez que se ha propuesto interpretar gráficamente nuestras canciones, el Mono ha vuelto ha captar la idea del disco. Ya no me tengo que preocupar demasiado. Rocambole siempre cumple con creces. El otro día, mientras hablábamos por teléfono, estuvo a punto de cortarme. Yo le explicaba con mucho entusiasmo lo de los audio games. Me dijo que no me gaste y que deje todo ese papo verbal para los periodistas.
El Mono trata de ampliar la pantalla. Quiere que observe bien nuestras logradas caricaturas de aires futuristas. La pantalla se adentra en sí misma hasta ir perdiendo poco a poco el foco de la totalidad. Incursionamos en detalles. Con el mouse puedo recorrer la parte que quiero. Amplío sobre mi rostro y Rocambole me dice entre risas que tal veo al nuevo novio de Barbie. Dice que no va a faltar el truhán que fabrique los muñequitos y que como los Simpson comencemos a pender de los llaveros. La idea me desagrada.
Y, serán pequeños monumentos pop- me dice con absoluta seriedad.
Bueno ahora te tengo que mostrar el packacing, el bondi virtual donde van enlatados. Sus dedos gordos otra vez se enredan tratando de saltar a otro archivo. El Mono refunfuña contra los irritantes avatares de la tecnología, mientras tanto veo que selecciona el archivo NAVE y se dispone de un momento a otro a abrirlo. La pantalla se colma de concavidades azules y grises. Enfoco bien la vista tratando de descubrir la arquitectura del transporte. Veo una especie de gigantesco reloj ultramoderno. Imagino que quedaremos enfrascados detrás de ese vidrio. La “nave” no tiene mucho que ver con la idea de ómnibus, más bien se parece al Nautilus, el legendario submarino en el que Verne hizo tribular al Capitán Nemo por todos los mares del mundo financiando rebeliones. El bicho es copado. Me gusta que no sea una versión para nada fiel del artefacto con que viajamos a Salta. Las ideas se van acomodando. Siempre me va a sorprender que dos o tres tipos con ideas tan particularmente independientes confluyan en una obra tan homogénea.
Sobre el marco del ojo de buey con letras tridimensionales el Mono ha escrito el nombre de la banda.
Me pregunta si estamos dispuestos a hacer una buena caja. Comprendo enseguida su idea.
Me parece que da para gastar unos chelines más y darle a los pibes , otra cosa, no el simple envoltorio de un disco.
Me apresuro a ser yo el que cierre la idea y le digo que sería muy bueno que pibes de lugares marginados tengan a su alcance un objeto de arte. El Mono asiente con la cabeza. No voy a negar que por un instante me siento un miserable al tratar de suplir con un cuadrito de mierda un sinfín de necesidades. Me contengo enseguida. Se que para nada esa es la idea. Gastarse unas rupias en un buen envase es un mimo que les hacemos a los chicos. Nada más que eso. Rocambole me tira números, me habla de distintos tipos de cartón, de densidad, de impresión tridimensonal. Le digo que vaya pensando en algo grosso sin escatimar gastos.
Nos relajamos bebiendo lo que queda de la cerveza y fumando un habano. El Mono pone los pies sobre la mesa se recuesta hacia atrás y larga enormes volutas de tabaco cubano. Miles Davies no ha dejado de soplar su trompeta desde que llegamos. Me hace sentir como siempre que lo escucho suspendido en un denso colchón musical. Una alfombra mágica.
Nuestras caricaturas, observo en la pantalla, se han ensamblado con la nave, ya estamos dentro. Skay, yo y todos los demás. Voy pensando en informarle al Mono que quiero una animación, con los mismos muñecos. La quiero para cuando presentemos el disco, para proyectarla en pantalla gigante.

Willy Crook: yerba mala nunca muere

Rompe todo. Con pose de primate, mandril enardecido, Willy libera con violencia todo lo que se agita, igual que manglares en llamas, en los laberintos de su mente. Sus brazos y sus piernas se arremolinan con intenciones arteras. Arma metálica su cuerpo. Cinco policías no bastan, no lo pueden controlar, nunca. Sus dreadlocks electrizados por la tensión se encrespan hasta parecer los cabellos crepusculares de una medusa. Sus jeans se rajan como si no pudieran contener su cuerpo. Los vidrios de la comisaría hieren los brazos de Willy mientras caen hechos añicos al piso. Willy vitricida. Su cólera, su bien llamada cólera, es en estos momentos, una de las variantes de la libertad. Su cerebro un avispero donde sobrevuelan tucanes. ¿A que le llamas ponzoña, viejo amigo? Redoblan los esfuerzos para contener a la fiera. Alguno de los efectivos tiene la idea de lanzarle un dardo, una pichicata de calmantes como a los tigres. Ahora salta, llevándose para arriba, con toda la potencia delirante del impulso a dos policías. Las piernas en el aire. Su energía parece no tener límites esta noche igual que aquella noche en la Boca. Entre gritos desaforados, propios de la danza explosiva que realiza parece ir hilvanando una suerte de manifiesto libertario, tiene tiempo y lucidez para bajar línea, intercala conceptos entre su melodía de aullidos guturales. Dos o tres palabras le bastan. Latigazos de verdad descontrolada. Tumba de mierda- grita, como si fuera más importante calificar el lugar donde se debate como un titán que sacarse de encima a los cinco tipos que los están cagando a machetazos. Yo soy nadie- intenta persuadirlos revelándole una gran verdad filosófica que atañe a todos lo hombres. No puede saber Willy que sus palabras se pierden entre el olor a muerto del pasillo de los calabozos. Su nariz sangra, mana copiosa sangre que se le pega en el pecho igual que un tatuaje resplandeciente. Los ratis suplican que se detenga que deje de llenarlos de moretones. El comisario saca la pistola y se la hace sentir en la nuca. Willy sabe a que corresponde ese frío.
Hijo de puta- le grita con tono resignado. Al comisario le transpira el ano de terror.

El Mono me pregunta si Skay me ha comentado algo sobre Willy Crook.
No para nada -le contesto.
Parece que una chica telefoneó desesperada a casa de Skay diciéndole si podían venir a ver a Willy. La que atendió en ese momento fue Poli. Le preguntó que pasaba y la chica le dijo que Willy estaba muy mal y que temía por su vida, que se atrevió a llamar porque en los últimos días Willy no paró de hablar del Indio y de Skay. Mis viejos hermanitos mayores, dijo que decía con lágrimas en los ojos.
Creo que no veo a Willy desde aquellos Obras donde estuvo de invitado junto al Gonzo. La tesitura demoníacamente jovial del carácter de Willy a sido el pase perfecto para que el paso del tiempo, esa brecha en la inmensidad de los días en que no estuvimos juntos, se haga imperceptible. Crock parece estar eternamente en una larga conversación, el mismo tono saturnal y anestesiado, extraído del más oscuro pulmón de la madrugada, las mismas observaciones de gladiador nocturno y de artista maldito. No miento si digo que en las pocos encuentros que tuvimos en la última década dejamos palabras pegadas a la copa de bourbon, palabras que retoman su fraseo en el próximo encuentro, en el próximo trago.
El carreteo de Willy es feroz. Desde los doce años que sus músculos luchan incansablemente contra toda la mitología de la noche. No es ya la noche lo que necesitas, querido Willy, sino su fuerza.Puede que su brutal resistencia lo lleve librar este combate hasta los noventa años pero también es muy previsible que sobrevenga en el una suerte de caída, Como la que evidentemente debe estar sufriendo.
Según lo que contó Skay, lo vió en lo que denominó el octavo hervor del alcohol, tratando de denominar los síntomas de una acumulación millonaria de resacas. Cualquiera que ha bebido sabe que los coletazos de la bestia líquida adquieren intensidad en la repetición. El jueves un ligero mareo, el viernes aceleración y sudor, el sábado pesadez delirante, el domingo pesadilla, alucinación y más sed.
Una vez cuando ya habíamos entrado en confianza con el joven Willy y a pedido de Symns Willy narró una terrible pelea que libró contra ocho o diez tipos en un boliche. Los tipos se la había agarrado con Miguel Abuelo, lo trataban de puto y no se que más. Abuelo que también era peleador, los encaró a trompadas hasta que lo bajaron. Fue el momento en que Willly se transformó, veía todo blanco de la rabia , nos decía. Me lo imagine a Willy sus rulos enmarañados y sus ojos que destilarían fuego, planchar a cabezazos a tres o cuatro tipos y después aplastar con un matafuegos a los que quedaban. Un Aquiles etílico en una Ilíada porteña. Abuelo Menelao se levantaba del piso a ver los cadáveres. Las palabras de Willy eran realmente épicas se consustanciaban en absoluto con la epopeya. Relato quebrado y pletórico de golpes.
Cuando Skay me dijo que no sabía que hacer, la imagen de ese Willy salvaje detuvo un poco mi preocupación. Nadie que de una lucha tan febril puede ser vencido por un líquido. Yerba mala nunca muere -le dije a Skay con una semisonrisa. Mañana seré yo quién vaya a visitarlo.

Avellaneda

Avellaneda fue en su tiempo una gran ciudad industrial. El humo de sus chimeneas fabriles ya ha desaparecido, así también como la creciente prosperidad de los años 40, todo a manos de de la deforme bestia neoliberal de los últimos años.
Hace un rato mientras transitábamos sus calles, un escozor interno me iba carcomiendo con lentitud. No hace falta demasiado estudio para darse cuenta del golpe mortal que el menemismo le ha asestado a las empresas nacionales. Olí en Avellaneda, en esta recorrida que nos llevo al estadio de Racing, la muerte y la decadencia que un sistema económico impone.
Creo que jamás había venido a Racing. Todo el entorno del club transmite un poco de tristeza, sus escudos descascarados parecen sintonizar con el presente deportivo e institucional del club.
El presidente Daniel Lalín nos trata con inusual encanto. El pelado parece que fue monto y que le gusta bastante el rock. Deja translucir el lejano brillo de una extraña bohemia en sus modales hasta que se corporiza en un empresario sagaz y contundente que me obliga a pensar, una y otra vez, que clase de negocio es este.
Luego de tomar unos wiskies y de definir los pormenores de la presentación de “Ultimo Bondi a Finisterre” en el Estadio de Racing, Lalín nos conduce por un estrecho pasillo paralelo a las plateas que desemboca en una serie de escaleras. Cuando subimos podemos ver el verde del campo de juego.
Pensar que ha mediados de los ochenta esto se uso como depósito de papas- nos dice mientras sacude la cabeza.
El destino final del recorrido es un espacioso minarete que Lalín se ha construido para ver los partidos. Enclavado en la alturas del estadio esta cabina parece tener el claro propósito que no lo moleste nadie. Nos dice si no les parece un buen lugar para instalarnos mientras miramos el ingreso de los chicos al estadio. Es sorprendente que Lalín piense en estas cosas.
Mi entrañable legión se empieza a hacer sentir. De a poco el bullicio que provocan por las calles de Avellaneda va pintando de otro color el decadente hálito gris y opaco del club. Se encienden las primeras luces lo que también colabora para que el Estadio sea otra cosa. Lalín nos trae un sillón reclinable que ha arrastrado desde su despacho pero yo prefiero asomar la nariz por esta especie de balcón oculto. Sentir el vértigo paravalanchesco de un barra mientras veo como miles y miles de chicos empiezan a colmar el estadio. Skay le agradece a Lalín la platea que nos ha habilitado. Yo le digo que nunca habíamos tenido la oportunidad, en ningún lugar en los que tocamos, nunca pudimos palpar tan de cerca la entrada de la gente. Poli anota en un papel, consigna caricias para el corazón. Anota las ciudades de donde provienen según las banderas. Skay me dice que tendríamos que ir hasta el escenario a verificar algunos detalles técnicos. Está preocupado por ciertos desencuentros musicales que tuvo con Aramberri en el último ensayo. No le contesto, con lo cual se da cuenta de que el éxtasis que me provoca el espectáculo de la gente, me tiene atrapado. Como pequeños ejércitos libertarios llegan para ocupar el campo de juego y las gradas. Los brazos arriba, los cánticos tiene un carácter futbolero ineludible. ¿Nunca tuvimos un bombo, no?. Siento como cada grupo nuevo que llega se ubica en algún sitio del estadio como también en algún hueco de mi apolillado corazón. Lalín intuye que la impactante panorámica que tiene este minarete secreto ya no me alcanza que necesito absorber más energía. Me dice que si queremos verlos más de cerca en uno de los despachos de la comisión, hay un largo vidrio polarizado que da a dos metros por sobre el campo de juego, casi a la altura de la gente. Bajamos las escaleras con prisa, Skay se pone tenso porque se siente responsable de estar descuidando aspectos técnicos. Lo miro con cierta complicidad diciéndole que esto es algo que no nos podemos perder. Por un momento cuando se a ido revelando por completo el campo visual, un rectángulo de un metro por tres de largo, me siento como contemplando un acuario, mis amados peces, abriendo las branquias para colmarse con los oxígenos sagrados de este día.
Lalín nos ofrece algo de tomar. Ni Skay ni yo le contestamos. La postal que estamos viendo se lleva toma nuestra atención. Un grupo de chicas, muy chicas- dice Poli- se aproxima a nuestro Ojo. Rubiecitas de Belgrano, piel de algodón nunca trabajada por las inclemencias de la vida. Dos rien nerviosas buscando el lugar en el campo de juego donde parar, las otras dos ajustan un gesto adusto en sus rostros como si trataran de mimetizarse con el común de la gente un tanto más tosco y primitivo. Skay parece querer decirme con un leve quejido reflexivo, si alguna vez pasó por mi cabeza tener un público tan tierno y rozagante. Carne de pollo. Me detengo sobre sus remeras inmaculadamente blancas, sus blondas cabelleras atadas, sus jeans de dos gambas apenas oreados por las gotas de cerveza que han bebido en algún depto. de Zona Norte antes de venir. Se me antoja que son estudiantes de Comunicación o Diseño con los cual seguimos teniendo un público universitario pero mucho más cool que la vieja caterva. Como queriendo contrastar con las chicas me detengo en un grupo mixto de chicas y chicos. Se han dispuesto en ronda, la mayoría sentados, serán diez o doce. El color negro domina sus ropas, remeras de Oktubre, de Cadenazo, gorras negras de rapper suburbiales. Los noto un tanto cansados, estiran sus piernas sobre el césped por lo que entiendo que han hecho un largo viaje en bondi para llegar desde Merlo , Morón o Padua. El tono de su piel es cetrina, sus gestos son a la vez cancheros y algo resignados. El cansancio no es impedimento para que primero haciendo palmas y después gritando desaforadamente comiencen a encender el fuego de los cánticos. De ellos surge un sólido OOOOOOHHHH!!!!!!, Vaamos los redoooo!!!!!!!!. Un petisito con pantalones de fútbol verdes y blancos, es el encargado de incitar con sus brazos en alto a la popular para que canten. Nos impresiona la actitud militante del grupo. Poli los observa como si de alguna forma fueran sus hijos y como si a través del vidrio pudiera llegar a acariciarlos. Me dice que ellos son el motor de todo y una estriada piel de gallina nos invade a los tres. En la platea la gente también se agita y sigue los cantitos. Veo como entre tres o cuatro comienzan a desplegar una bandera, la desenrollan con cuidado, luchando con el viento. ”LOS REDONDOS. Mi único héroe en este lío”.
¿Me pregunto si este espectáculo, el de los chicos tiene algún precio, cuanto deberíamos pagar por verlos en acción? Millones, personalmente esta demostración multitudinaria de afecto, esta fidelidad, tiene que ser muy cara. Por una de las puertas de ingreso veo un desbande. Un nutrido grupo de redonditos entra, haciéndose sentir. Entran cantando y penetran corriendo en el conglomerado humano que se ha dispuesto más cerca del escenario. Pareciera que querrían hacer notar su condición de bravos. Siguiendo a uno de espesa melena enrulada que lleva una bandera con Cadenazo, noto como en pocos minutos han accedido a la base del escenario, el lugar privilegiado para la huestes pogueras. Ahora entremezclados con los demás los pierdo de vista.
Skay se toma la cabeza y me dice que no lo puede creer. La cancha se está colmando. El ambiente es excepcional. Me imagino cuando empiecen a saltar como pistones. De inmediato a que estos vejetes comiencen su rutina de número de rock.
Miro de punta a punta recorriendo las miles de cabecitas para volver a la individualidad de los rostros más próximos.
Devoradoras morochas de Devoto emponzoñando a los pibes, hay tantas solas como amarradas al cuello de algún flaco que intenta protegerlas. Algunas son tan imponentes que merecerían ser, por lo menos, la mujer de Thor.
Pandillas fumandrinas fabrican humo dulzón por todas partes. Un gordito novato hace malabares con sus dedos para exprimir de una tuca, la última seca. De vez en cuando veo una cajita de vino levantarse entre la gente y algún borracho tirarse de espaldas al pasto. Por suerte no se pelean, como en el fútbol me parece siempre un milagro que estas grandes concentraciones de gente se maneje en paz. Es una gran suerte. Me empiezan a preocupar los grupos que recién entran y provocan avalanchas para llegar adelante.
¿Cómo te ves entre todos los pibes, viniendo a ver a los Redondos? Me dice Skay. Le digo que no con la cabeza. Por fortuna soy el que convoca. Me quedaría días enteros detrás de este vidrio, acariciándolos con reflexiones.
Poli dice que debemos partir al show. Nos quedamos mirando a un grupo que cuelga una enorme bandera. Perfectas caricaturas de nuestros rostros, con una leyenda abajo que reza: ¡GRACIAS!

Preso en el Monumental

No sabía bien donde mirar si hacia el centro del campo donde un mar de cabecitas, saltando una y otra vez, se impulsaban desde el piso en dirección al cielo, con vertiginosas consecuencias para mis sentidos o si mirar las primeras filas que como heroicos pelotones se agolpaban contra el escenario y donde torsos desnudos y brazos crispados dibujaban espléndidas figuras de fervor. También tenía la opción de internar mi mirada en el marco multitudinario de tribunas y plateas que del modo de una herradura humana delimitaban la vorágine épica de la fiesta.
Cuando intentaba una visión integral, una mirada que abarcara la totalidad panorámica sentía que me faltaban ojos que hubiese necesitado por lo menos cuatro para llevarme para siempre esas postales vivas, inolvidables, del cariño de la gente.
Era increíble el alto voltaje de energía que esa muchedumbre irradiaba. Por momentos sentí que me tiraba hacía atrás, hacia los tambores de Walter. Cuando me encauzaba de buena forma en el río energético y sentía que mis palabras atravesaban los miles de corazones que tenía adelante, ahí sí, afirmaba fuerte mis piernas sobre el escenario para no irme desbocadamente hacía adelante. Entendí por que muchos cantantes se arrojan al público como si buscaran traspasarlo.
Esta vez en River no tuvimos la oportunidad de ir palpitando el ingreso de la gente, así que la primera imagen que avizoraron mis ojos fue durante el comienzo del show cuando paladeaba aún con restos de nerviosismo la primera estrofa de “El pibe de los astilleros”.
En un momento vi como desde el centro del campo un pibe llevado en andas se abría paso con una enorme bengala verde hasta llegar al borde del escenario, dejando en el camino una estela luminosa que quedó atrapada para siempre en mis percepciones.
Todo fue maravilloso, menos la horrible escaramuza de los cuchillos, todo estuvo forjado dentro de un climax que creo será irrepetible.
Si tuviera que elegir alguno de los mejores momentos me inclinaría por el recibimiento por parte de las bandas de los primeros acordes de “Preso en mi ciudad”, en forma desordenada atravesó todo mi cuerpo un eco de la memoria, que me remitía a más de diez años atrás, hacía una oscura habitación platense, donde con una guitarra criolla le arranqué los primeros brotes de magia turbulenta a “Preso en mi ciudad”. Esas visiones, que ahora más tranquilo, perfecciono en mi memoria confluían con el coro ensordecedor que ejecutaban los chicos siguiendo la melodía de la introducción y que tenía resabios de oración pagana OH, OH,OH,OOOOOH,OH, distante pero próxima a los rasguidos de mis dedos y a esa voz con tintes dark que nacieron a fines de los ochenta cuando estaba viendo de que forma podía continuar lo que había comenzado con Gulp!.
Me parece sentir el sabor del vino de ese día, el olor a Parissienes, me parece ver como surge de mi mente la frase ...una vez le hice el amor a un Drácula con tacones....Siento la cadencia de la canción transmitirse como la primera vez dentro de mi cuerpo. ¿cómo llegamos acá? Quienes son los que entonan como un himno fervoroso mis excéntricas elucubraciones poéticas.
Vuelvo al ruedo espectacular de River atravesado por una síntesis química de recuerdos. La gente. Siempre ese monstruo feliz y su fidelidad como una constante que misteriosamente crecía día a día. Cinco gatos locos hasta llegar a esta multitud abrazadora....Practicamos tiro al pichón y un test para ir al espacio... ¿Soy un privilegiado? Puede alguien más que yo hacerle corear a 80 mil personas algo parecido.
Preso en mi ciudad es una de las composiciones más intimas, carne perfecta para eso tan de moda en estos momentos como el unplugged, para tocarlo sentado rodeado de velas pero no a nosotros nos es dado ejecutarlo sobre una misa en efervescencia.
¿cómo crear un refugio en la memoria donde guardar todo esto?

Último bondi a Villa María

Los viajes en colectivo siempre traen aparejada una historia aparte. Uno puede estar viajando a combatir en el frente Norte, puede estar yendo a visitar a la mujer de su vida o puede estar viajando rumbo a la cancha el día que su equipo sale campeón, pero el clima y la situación de ese viaje, ese lapso de tiempo siempre es por demás de especial, algo hay, que moviliza una historia previa a la historia. La carta que firman varios pibes de Floresta me hizo pensar mucho en aquel bondi infame en que viajamos a Salta en aquel feroz 1978. Es indudable que todo contingente más o menos pintoresco que se desplace por la ruta para ir a un recital, a la cancha o a un acto político se convierta ni bien suben, en una poderosa Armada Brancaleone. La gente seria y bien viaja en aburridos autos o aviones donde se hace más difícil la experiencia. Aquí, lo que cuentan “mis redonditos”: “Desde Mar del Plata, desde aquellas noches gloriosas en la disco Go!, el Gringo siempre fue el encargado de buscar el bondi que nos llevara al corazón del delirio, de organizar lo que llamamos fervorosamente, los tours Redondos. Un tío que vivía en Mataderos tenía un micro bastante bueno, con el que fuimos a Mardel, a Concordia y a Venado Tuerto. Los vómitos que soportó ese fiel colectivo no tienen nombre, desde la catarata de Gancia caliente de la Gorda Iturraspe sobre la cabeza del Bocha hasta el alarmante río rojo de sangre de Palito, que no era otra cosa que el litro de Guindado que se había clavado antes de salir. El piso y los asientos de esa maquina fueron impregnados por todas nuestras babas interiores. El día que el Gringo trajo la noticia que su tío había muerto y su mujer había vendido el bondi para pagar el sepelio, la congoja entre los ricoteros de Floresta fue grande. El Bocha recordaba al Tio Enrique, en situaciones desopilantes, por ejemplo cuando después del primer viaje y después de comerse el barandazo por más de diez horas, para ir a Concordia subió con tres Poett antitabaco. Lástima que no hay antiporro, dijo. Otra anécdota que recordaba el Bocha era cuando el Tío Enrique los agarró en los asientos de atrás en una parada llegando a Santa Fe a Barisio cogiéndose a la flaca Hernández, dice Barisio que el Tío pasó cantando Te voy a atornillar con la voz inconfundible del que se está haciendo el pelotudo. Barisio largó a la flaca y se entró cagar tanto de risa que el polvo que se estaba echando fue a parar a la mierda. Muerto el tío nos habíamos quedo virtualmente a gamba. Ya no estaría ese inigualable conductor, igualito a Gianni Lunadei, conduciéndonos por las rutas argentinas en pos de nuestro sueño redondo de comunión pagana. Así que para ir a Córdoba debíamos salir rápidamente ha buscar otro micro. Los pibes del otro lado de Floresta nos decían que ellos iban a ir en tren, que alquilar bondi es de caretas, no ves que el Indio canta ...yo voy en trenes..... Ni al Gringo ni al Bocha ni a la Gorda ni ninguno de los chicos incluidos yo, nos convencía lo que los advenedizos de Floresta Oeste nos querían inculcar. Ellos de pedo había llegado a Mar del Plata y creo que era el único viaje largo que habían hecho así que no se vengan a hacer los porongas, decía Barisio. Ni bien apareció el anunció del recital en la radio, me fui a lo del Gringo para ver que íbamos a hacer para llegar hasta Villa María. De ahí nos fuimos a la verdulería del Bocha para cranear bien el viaje. El Bocha, se estaba sacudiendo duro con el Baión mientras lo ayudamos al Bocha a descargar unas bolsas de cebollas nos acordamos que el viejo Ferriols tenía un colectivo con el que hacía viajes de pesca a San Pedro. Andate a la puta que te parió Gringo- le dijo el Bocha- ese viejo es muy ortiba de aquellos a los diez km nos manda en cana. Nos para y nos baja en la primer comisaría que encuentre. No se bien como sucedió, pese a la acertada advertencia del Bocha, el conductor de nuestros destinos iba a ser Ferriols. Eramos treinta monitos esperando al viejo puto de Ferriols en la parada del puente. Mientras esperábamos ,Tango y Nino Gonzalez, trataban de sacar una canción nueva, desde que la habían pegado con la de “una bandera que diga Che Guevara una par de rocanrroles y un porro pa fumar” se creían los iluminados de la bandas ricoteras. Y se estaban volviendo pesados exprimiendo la melodía de un tema de los Decadentes. Pancho puteaba a todo el mundo porque nadie se acordaba que él era el único que se había hecho cargo de arriar con la bandera. El trapo pesaba quince kilos, un día lo pesamos en los del Bocha. Cuando le fui a dar una mano a Pancho vi el colectivo de Ferriols con sus enormes pejerreyes pintados a los costados que se iba arrimando cada vez más a la parada del puente. Vieron conchudos de mierda que este viejo no nos fallaba, les grité con la bolsa al hombro. Es que cada vez se hacía más tarde y los pibes se habían puesto más que impacientes. La mirada del viejo bajando por la escalerita del bondi, fue una de las más feas y vigilantes que vi en mi vida, creo que todos nos dimos cuenta que en ese bondi no llegábamos ni en pedo a Villa María. No se que se habrá creído Ferriols, que le habrá chamuyado el Gringo para que llegue hasta acá. Lo que se es que cuando el Bocha y Pancho le estaban dando la guita, el viejo reculó y no la quiso agarrar. Después me di cuenta que atrás de los chicos que estaban pagando venían La Gorda Iturraspe y Japón con un cajón de madera cargado de tetrabricks y más atrás Mariano Ricordi, dándose cuenta que el viejo se iba asustando trataba de tapar las botellas de Gancia y de Fernet con una remera de La Mosca y la sopa.
-Yo no viajo- dijo y sacó arando su viejo cascajo con olor a bagre.
Quedamos pagando en el cordón de la vereda, las caras de decepción de todos los chicos, eran para matarse. Creo que en ese proceso de desesperación, Nino concibió el plan. Me llamó a un costado y me lo chamuyó rápido por qué ya no había más tiempo que perder. La gorda de la calentura ya estaba destapando un Gancia y mandándolo a bodega. Le dijimos a Pancho que era uno de los más pila para organizar que haga el aguante con los pibes, que nosotros ya volvíamos con buenas noticias. El Bocha quiso venir pero le echamos flit, demasiados quilombos había tenido con la yuta como para verse involucrado tan directamente en lo que yo ya iba catalogando de choreo.
Yo no sabía como lo íbamos a hacer pero confiaba en la genialidad maligna de Nino en ese poder que tiene de llegado el momento, como dicen, quemar la naves. Empezamos a correr y antes de llegar a la Terminal le dije que aflojemos porque si nos veían llegar tan agitados iban a sospechar. Se me inflamó el corazón cuando vi más de diez colectivos de línea relucir bajo el sol. Nos acercamos al barcito donde paran los conductores y Nino pidió una cerveza. Yo los miraba y me preguntaba cual de los monitos de camisita celeste y pantalón azul iba a caer en la volteada. Tomamos el primer vaso y Nino me hizo señas de que me vaya con los pibes a esperar abajo del puente. Antes le deje toda la guita que habíamos juntado para el viaje. A los diez minutos y cuando ya pensaba que todo se había pinchado y la gorda Iturraspe ya se había mamado con Gancia vi que el 51 estacionaba junto al cordón y no era otro que Nino quien conducía, con un bondi de línea “recién comprado” nos apuraba para que subamos, cruzamos el semáforo en rojo y ahí nomás estalló un “oooohh, vamos los redo, los redo, los redo, vamos los redo” ensordecedor que te ponía la piel de gallina. No nos calentaba nada. Nada nos sacaría de la ruta a Villa María. Pancho se pasó todo el viaje arrodillado en el asiento de atrás mirando por la luneta, buscando el patrullero que nos perseguiría. Tenía tal persecuta que quedo con el cogote duro de tanto mirar buscado a los ratis. La gorda Ituraspe esta vez no lanzó del pedo o sí, sino de la tremenda emoción que le provocaba este lance de la vida. El cagón de Mariano Ricordi se bajo con dos pendejos más antes de llegar a la ruta, tenía miedo de ir en cana. Como no se va a bajar si el muy puto decía que las canciones de Cerati solista no le parecian tan malas.