2009/03/06

Patinódromo

Hay algo más sobrecogedor que el mar agitándose en la oscuridad de la noche. Esas poderosas olas, esas incontables toneladas de agua salvaje debatiéndose en la soledad azul del océano, esa inercia energética que arrastra agua y más agua contra las playas, para luego en un estrépito espumante volver al centro del mar, como quien vuelve cíclicamente a las bondades un hogar conocido pero a la vez, siempre inhóspito.
La habitación del hotel da al mar, tengo toda la noche para despojarme de las aceleraciones del corazón, para que poco a poco se vayan retirando de mi cuerpo, como oleadas sanguíneas de fervor, se vayan retirando al océano de fuego a donde verdaderamente pertenecen, al inabarcable corazón de las bandas.
Esta noche en el Patinódromo me saturé de emociones, ahora, karma inestimable de rocker, solo queda este cuero trepidante, esta memoria subyugada traficando una y otra vez imágenes sumamente poderosas, este palpitar que no me abandonara, lo sé, hasta bien entrado el día o hasta que el último mazazo de un wisky doble prematuramente me sepulte entre el epitelio de la sábanas.
Me siento junto a la ventana y el silencio de la noche es invadido por los cánticos incansables de las bandas que como un zumbido sumamente agradable permanece en el cuenco de mis oídos “es un sentimiento, no puedo parar” ¿Que significa “ser un sentimiento”?. Será este hormigueo en la piel propio de un orgasmo desesperado que no cesa y que te aprisiona hasta asfixiarte dulcemente. Quisiera que este cuerpo no sea mío o sea mío para siempre. Que este gabán de carne raída cubra mis huesos con la memoria siempre viva de las doce mil voces de esta noche.
Pierdo la mirada entre el difuso horizonte, que cuesta distinguir entre una gama extensa de azules y negros, de entre ese horizonte surgen los cuerpos erguidos, los músculos tensos de las bandas, las chicas en musculosa en la fría noche de marzo, los torsos desnudos de los pibes trepándose sobre sus propios cuellos para colgarse de mis canciones y descolgase sobre el magma humano ,otra vez, una vez más como si todo esto nunca terminara y se regenerara desde el misma materia con que esta hecha la pasión.
“Un ángel para tu soledad”, empieza a ser la canción que concebí. Noto como lentamente se ha ido convirtiendo en el himnito que es hoy. Desde la intro se nota como comienza a tener vida, a tener retorno. Le llamo retorno a la respuesta emotiva que encuentra en la gente, ese repiquetear de corazones que comienza a tallar como el instrumento más importante de la canción. Se siente toda esa energía viniendo de la gente, invadiendo el ambiente como una presencia plena de plasticidad y polenta.
El punto extático. El climax profundo de la noche en el Patinódromo. “Juguetes perdidos”. Satori. Un simún de vibraciones protoemotivas invadió el campo de punta a punta. Una suerte de crepitar de millones de bichos ante la inminencia de la tormenta antecedió a los primeros acordes del tema al igual que si miles de corazones se frotaran entre sí para activar la física de nuestra música. Muchas veces ese murmullo inicial, ese momento en que los pibes se dicen al oído el tema que va a venir, es de una inusitada fragancia sonora, como si una advertencia general dijera “ Estamos en la breve víspera de un gran banquete de los sentidos, man”. Siempre estuve muy atento a esto, en el abrupto comienzo de La Bestia Pop, donde es más difícil captarlo o en JIJIJI donde la inconfundible introducción marcada por el Ey! Ey! de la gente y el mío propio hacen más notorio este tipo de rumoreo espectante.
Ahora es el turno de “Juguetes perdidos”, el nuevo himno que ya adoptaron las bandas, que de entre los caminos enredados de mi inspiración ha dejado escapar Patricio Rey, ese tunante magníficamente inasible. En el Patinódromo los primeros acordes de Skay sembraron el delirio. Yo me fui acercando al micrófono como un sacerdote a punto de practicar una misa de placer, afectividad y reivindicaciones. Sentí como nunca una intensa sequedad en la garganta, pero no era momento del agua o del wisky, era el tiempo de afrontar los mágicos vendavales de la música rock.
Cerré los ojos, en verdad los entorné para mirar como a través de un velo de sueño ese mar de cabecitas que iban a comenzar a segregar húmeda adrenalina cuando las cuerdas de mi voz se tensaran como un arco y se dispararan las palabras como flechas incendiarias. Me concentré en el ronroneo duro de la primera estrofa, tratando de que la piel de gallina del ambiente no me quiebre. Cuando levante un poco más la cabeza del micrófono fui consciente del espectáculo increíble que mi campo visual me brindaba. Vi todas las banderas, todas las telas con sus inscripciones ofrecidas a la banda, las vi cruzarse con prolijidad sobre sus cabezas, llenas de brazos sosteniéndolas. Skay parecía con su guitarra darle más solemnidad a la marcha, lo miré y lo vi con la vista fija puesta en el encordado, apenas se atrevía a mirar adelante. Entre las banderas divise fuegos rojos y verdes de bengalas, miles de encendedores que componían un rostro de mil ojos de fuego. Los alaridos finales fueron una buena descarga.
“...Por primera vez vas a robar algo más que puta guita...” significaba realmente algo.

El Mono es Steve Wonder

Rocambole le dijo a Skay que el arte de Luzbelito nos iba a volar el mate. Este no pudo más y le insistió tanto al Mono en ver algo de lo que estaba haciendo que se tomaron un taxi hasta el taller de Rocambole para ver más o menos de que se trataba la cosa. Dentro del auto el Mono lo iba despistando con datos cada vez más complicados.
Dice Skay que en la cerrada penumbra del taller, el Mono, susurraba, ahí está, ahí está. Skay miraba en la oscuridad y no veía nada. Ahí querido Eduardo- le señaló una mesa donde se erigía un busto. Skay no entendía nada. Me contó que solo veía el busto envuelto en la semioscuridad, por un instante me confesó creyó ver mi rostro, por fin convertido en bronce, bromeó. Claro vi esa cabeza pelada como sacando pecho y dije-el Indio!. Hasta que el Mono se digno en encender la luz y recién ahí vía al mono relojero, el gorila jibarizado o lo que sea que nuestro artista haya querido representar. Lo miraba y le preguntaba de que forma ese muñeco iba a quedar plasmado en la tapa de un CD. Cuando me mostró las fotos me entre a cagar de risas, el Luzbelito de Rocambole parecía Steve Wonder. Para las fotos le había calzado unas gafas negras que lo hacían parecer demasiado al cantante ciego. Le pregunté que más iba a tener la tapa. Nada, el mono ese con un enmarcado de tela marmolada como los discos de música clásica. Traté de asimilar el relato de Skay, traté de que todo lo que me contaba se procese en mi cabeza para obtener una imagen cabal de lo que será la tapa de Luzbelito. Me imaginaba al monito relojero que me describía Skay y no podía sacarme de la cabeza la cara del gorilita del Donkey Kong. Entramos para tomarnos unos tragos mientras iba pensando en telefonear al Mono para que ahora mismo me lleve a mí al taller. El Mono sabe lo que hace- pensaba – cuando Skay interrumpió su sorbo de Chivas para exclamar- y me olvide!!...el mono tiene una vela encendida en el marote. Los dos nos reíamos como chicos. El hijo de puta del Mono de autorretrató dije. Se autoesculpió corrigió Skay.

Luzbelito se viste en Dolce & Gabbana

Entre hoy y mañana llegará Mario desde Fort Lauderle con la mezcla y remasterización de Luzbelito. Me imagino a Breuer caminando por las calles de Florida con el registro de mi voz y de la guitarra de Skay bajo el brazo. Entrando y saliendo del New River, tratando de que el disco quede lo mejor posible. Ya escuche el disco un millón de veces pero el toque que le dan los yanquis siempre aporta algo nuevo. En la remasterización de “Lobo suelto/Cordero atado” note como los tipos pulen las piezas sonora hasta que esta cobra su mejor brillo. Esta es la gran tarea que hacen. También hay que estar atento y tener cuidado porque si no los controlas un poco te formatean los temas a su gusto. Nos pasó con El Ferry, le dieron tantas vueltas lo trataron de acomodar tanto que la canción perdió buena parte de su encanto. Esta vez le dije a Mario que esté atento a todo, quiero que en la mezcla solo se gane potencia, polenta, que no le metan luz a ninguna zona meandrosa, que no standaricen homologándolo con los ruiditos de moda, no eso no. Mario tiene bien en claro el matiz que pretendemos para Luzbelito. Así que me quedo un poco más tranquilo.
Me sirvo el wisky de la 18 horas, el segundo de la tarde, el de las 17 como un té célerico me arranca con velocidad de la modorra de la siesta, este tiene la propiedad de equilibrar ese viaje veloz que me encamina hacia los más impetuosos mares de la ansiedad. Me acomoda un poco los torrentes de adrenalina que segrega mi mente. La tensión por la espera del material hace que extienda la medida y me quedo pensando en lo loco que es terminar un disco argentino en los EEUU, que la tecnología del norte le de el punto justo a un disco de rocknrroll hecho para conmover precisamente a pibes de barrio de las esquinas de este profundo sur de América. Por momento tengo la sensación chambona de estar adulterando el producto. Es que los pibes sienten orgullo de que sus monstruos, sus preciados freaks, sean de acá, de acá a la vuelta. Pero es necesario, de última siempre terminan agradeciendo que uno gaste sus buenos dólares para que el disco suene como tiene que sonar. Siento que a esta altura sería irrespetuoso de nuestra parte entregar el material crudito como sale de El Pie. También tenemos el derecho, fuera de nuestras obsesiones de malacostumbrar su paladar musical.

Olavarría.La fecha inconcebible

Skay estaba en el lobby del Savoy cuando vio entrar a Pablo Baldini hecho una furia. Juntos tomaron el ascensor que los llevaba a mi habitación. El golpeteo nervioso en la puerta me hizo intuir que nada bueno estaría pasando. Por un momento imaginé que había muerto del Presidente del Club Estudiantes o que los chicos estaban entrando en masa al hotel, giladas de paranoico. Cuando Pablo tartamudeando de bronca me contó que hace unos minutos un tipo trajeado lo paró en la confitería de la esquina para darle la fotocopia con el decreto que prohibía nuestro show sentí que mi cabeza estaba a punto de estallar, a punto de convertirse en fragmentos de esquirla craneana. Percibí una profunda presión en los ojos y una suerte de electricidad en la lengua capaz de producir millones de palabras por segundo. Por suerte, a lo largo de estos últimos años he aprendido a serenarme, me he enseñado a mi mismo modales que apagan un poco las llamaradas emocionales del tanito calentón que siempre fui. Por lo tanto solo esbocé una sonrisa nerviosa, le quité el papel a Pablo de las manos y dirigí la mirada a donde estaba incrustada la firma del decreto. Helios Eseverry, leí, intendente. Skay había perdido toda compostura y trazaba un interminable ocho en la habitación igual que una fiera recién enjaulada. Baldini me miraba como esperando que me calce la campera y que juntos, intempestivamente, salgamos a copar la municipalidad.
Desde el primer instante en que recibí la noticia supe que esta la habíamos perdido, que no había forma de volver atrás el decreto. Sin exaltación alguna, con la acerada frialdad de los criminales solo me imaginé la cabeza de Eseverry atravesada decena de veces por las plateadas balas de mi Magnum. Un leve desplegarse de la famosa pulsión de muerte.
Cuando estaba por interceptar con la mirada a Skay para tomar alguna decisión, Poli golpeó la puerta. Ya sabía lo del decreto. Nos servimos unos wiskys y Poli otra vez fue la voz más sensata. Lo único que nos atañe en este momento es proteger a los tres mil o cuatro mil pibes que ya andan dando vuelta por Olavaria, dijo. En lo único que tenemos que pensar es qué vamos a hacer para que se vayan tranquilos a su casa después de tantos kilómetros y kilómetros para venir a vernos? ¿Cómo vamos frenar su comprensible ira?

Ya no quiero escuchar lo que a Pablo le dijeron en la Municipalidad, ahora soy todo enojo, todo nitroglicerina a punto de explotar. El Savoy, mi habitación en el Savoy, se ha convertido en el reducto que enjaula mis oscuras convulsiones de odio. Nunca pensé que esto podía suceder, no en estos años. Ni en los negros años de la dictadura fuimos presa de algo así. El boludeo burocrático que intentan ofrecer como motivo de la suspensión me exaspera de mala manera. Ese señor Eseverry de que galaxia obtusa bajo?. Intento no darme más manija, pero es difícil sobrellevar este maremoto de indignación. Tiene razón Poli de que ahora en más debemos emplear todas nuestras energías y toda nuestra lucidez para impedir que los pibes, por ejemplo, quemen la municipalidad. No quiero ver más presos ni muchos menos heridos. La Negra recorrió a pie las arterias principales de Olavarría para intentar poner paños fríos al inminente alboroto. La mayoría de los medios ya se ha hecho eco de la prohibición. Skay me contó que mientras se bañaba escucho a María Elena Walsh???!!! hablando sobre el caso. Jorge Guinzburg también salió a decir lo suyo y según leo en el diario todos los partidos políticos salen a notarse un poroto con la juventud condenando la medida del intendente.
Poli llega al Savoy y me comenta la indignación de los chicos. Algunas esquinas se han transformado en barricada. Gomas encendidas, mucho tetrabrick y cánticos como para una gran batalla. Para colmo, dice Poli, cada vez llegan más.
Por la noche después de varias llamadas telefónicas que los conserjes del hotel no saben ya a quien pasarle, nos reunimos en la habitación de Poli a deliberar. Los llamados en general son de gente de ciudades vecinas que nos ofrecen sus clubes para que toquemos allí. Hacemos breves cálculos con Pablo y no damos cuenta de que es imposible un traslado inmediato de todos los equipos. Los inconvenientes tanto en ese como en otros aspectos son insuperables. Debemos enfriarnos, enfriar el ambiente y pensar bien que vamos a hacer.
Le digo a Poli, y me siento muy raro al hacerlo, que hable con algún medio más o menos importante para una conferencia de prensa en el hotel.

Todo esta dispuesto en el lobby del hotel para la conferencia de prensa. Todos miramos de frente como acomodan un mantel sobre la mesa y ajustan los micrófonos. Que esta vez no servirán para cantar sino para escupir misiles, usar el remo de la boca, para intentar poner las cosas en su lugar. Un ajuste de cuentas. Semilla tiene un cartón de Marlboro en sus manos, le saco dos atados, uno me lo guardo en la mano y otro en el bolsillo. Hablar es fumar. Fumar es hablar. Semilla me dice que sería conveniente que solo nos sentemos a la mesa Skay y yo. No- vamos a sentarnos todos, le digo. Toda la banda. Los camarógrafos de Crónica TV son los primeros que se acomodan en la zona destinada a los periodistas. El iluminador habla con Poli preguntándole si la luz está bien o nos molesta. Esto me hace pensar que de alguna forma daremos un show en Olavarría. Poli ordena una vuelta de Chivas para los periodistas. Alguien le comenta a Skay que el revuelo en Buenos Aires es infernal. Todos hablan de la prohibición. Hemos logrado convertir a Eseverri en un inquisidor medieval. Mientras todos se acomodan y esperan la hora de la conferencia, vuelvo a la habitación a relajarme un poco. Cuando subo las escaleras veo a las bandas aguantando todavía el frío de Olavarría, con la ñata contra el vidrio del Savoy. Me gustaría estar con ellos y no explicando los caprichos de un troglodita para la televisión.

No me sentí inhibido para nada frente las cámaras. Refrené todo el nerviosismo de que era presa a pura retórica. Durante la cena nos relajamos, la noticia de que la mayoría de los chicos ya se habían ido de Olavarría nos tranquilizó más y llegó el momento de las bromas. El turro de Eseverri no nos va a dar más de su puto pastel de tensiones. El primero en caer en la voleada de las jodas fue Semilla. Pablo y el Soldado le decían que daba bien su imagen para galán recio, que esté atento al teléfono porque en cualquier momento lo llamaba Migré para protagonizar una novela. “Los amores incestuosos de Semilla Bucciarelli”. Luego me tocó el turno a mí.

Los rumores de la bestia

Lo veo a Skay más iluminado que nunca. Un torrente de destello se vacía desde su cabeza a sus pies. Siento a cada instante el eco de sus vibraciones como ramalazos de genialidad musical que confluyen en el encordado de su guitarra. Muchas veces me he preguntado en el nicho ardiente de mis desvelos si los Redonditos, si Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota hubiesen sido posibles sin el bueno de Skay Beilinson al comando de la primera ametralladora de magia de esta orquesta antibalas. Me cuesta nada imaginar un puesta sin él. Me subo al escenario miro hacia los costados y pruebo mentalmente a otros violeros, algunos quizás más dotados técnicamente (no muchos) y no logro por nada del mundo que encajen en la maquinaria decisiva que finalmente hemos compuesto. Definitivamente no hubiese sido posible construir con alguien que no fuese Skay esta catedral de contextura bizarra y a la vez de tramado heroico, que son los Redondos. Si bien mis ladridos de cancerbero y mis letras encriptadas son la marca, el sello más particular que la banda a adquirido a través del tiempo, no puedo negar, aunque quisiera, que la locomotividad expresiva del sonido que ha recreado Skay con su encordado, su brillo inigualable de Hendrix rioplatense, su carisma y su estampa irremplazable sobre el escenario conforman la otra columna donde de asienta la esfinge de Patricio rey.
Ayer – preso de una nueva urgencia creadora- invertimos un poco el sistema compositivo que veníamos empleando con éxito durante los últimos años. Sin decir agua va, le arrojé la granada picante de un texto bastante largo, una suerte de cuento fabuloso, lejano en el estilo y la concepción a los que he venido escribiendo para el Delito Americano. Quería ver que le sugería, en primera intención. Le dije, sin más, sin imponerle tiempos y sin condicionarlo bajo ningún otro cepo que el de la propia literatura, que quería la banda de sonido para esa película. Así lo denominé. Como pasaron varios ensayos sin que traiga nada, pensé que había desistido de tal operación. En ningún momento le recordé la situación creyendo que lo volvería a poner en un aprieto pero esta tarde en la sala de ensayos apareció con la cosa en sus manos. Me volví loco y una ansiedad voraz comenzó a cortajearme con su estilete de nervios. Con la forma de un cassette transparente, etiquetado con fibra negra bajo la denominación de –La velocidad del diablo. Anhelo y perdición- me entregó el encargue.
Recordaba mi texto casi de memoria y estaba seguro que no eran mías las palabras escritas con fibra negra sobre el cassette. Esta forma de darle sus propios nombres a las canciones son mensajes cifrados de Skay, delicadezas ponzoñosas que suele tener para conmigo y para con el espíritu de la banda, el eco de un diálogo poético que suele entablar no solo desde lo musical sino también que trasciende al orbe misterioso de la lírica. Así que me quedé en un rincón de la sala con los auriculares puestos escuchando una y otra vez la obrita de Skay mientras los demás chicos intentaban darle algunos toques de color a la remozada versión del Blues de la libertad. En la segunda escucha advertí la presencia de un overdriver o bien de otro instrumento pregrabado sobre la guitarra. Inmensas gotas de lluvia cayendo sobre un charco de titanio líquido inaguraban el comienzo del tema, gotas que promovían una densa hipnosis demoledora. Luego la pieza comenzaba a desplegarse en la intimidad de su propio cuerpo con los movimientos enrarecidos de un insecto, un bicharraco gigante que se despereza y muestra su vientre iluminado. Ciempiés y luciérnaga a la vez pero del tamaño de una ballena. Así lo sentí. Así fue la fuerza que presentí mientras se desplegaba una y otra vez esa aleación de alas. Fui hasta la pieza a buscar mi cuaderno. Subí el volumen del equipo y empecé a canturrear una melodía arrastrada sobre el lomo del bicho alucinante creado por el cerebro musical de Skay. La cosa proseguía densa y arrastrada. De pronto descubrí que debía colocarle unos agudos para señalar la luminosidad del vientre del insecto. Rebobiné el cassette y me dispuse a probar con palabras. Me estremecí cuando de mi boca salió la frase: “En el año de la fiebre por destino del Señor”.

Fanfarrias

Lo veo a Skay más iluminado que nunca. Un torrente de destello se vacía desde su cabeza a sus pies. Siento a cada instante el eco de sus vibraciones como ramalazos de genialidad musical que confluyen en el encordado de su guitarra. Muchas veces me he preguntado en el nicho ardiente de mis desvelos si los Redonditos, si Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota hubiesen sido posibles sin el bueno de Skay Beilinson al comando de la primera ametralladora de magia de esta orquesta antibalas. Me cuesta nada imaginar un puesta sin él. Me subo al escenario miro hacia los costados y pruebo mentalmente a otros violeros, algunos quizás más dotados técnicamente (no muchos) y no logro por nada del mundo que encajen en la maquinaria decisiva que finalmente hemos compuesto. Definitivamente no hubiese sido posible construir con alguien que no fuese Skay esta catedral de contextura bizarra y a la vez de tramado heroico, que son los Redondos. Si bien mis ladridos de cancerbero y mis letras encriptadas son la marca, el sello más particular que la banda a adquirido a través del tiempo, no puedo negar, aunque quisiera, que la locomotividad expresiva del sonido que ha recreado Skay con su encordado, su brillo inigualable de Hendrix rioplatense, su carisma y su estampa irremplazable sobre el escenario conforman la otra columna donde de asienta la esfinge de Patricio rey.
Ayer – preso de una nueva urgencia creadora- invertimos un poco el sistema compositivo que veníamos empleando con éxito durante los últimos años. Sin decir agua va, le arrojé la granada picante de un texto bastante largo, una suerte de cuento fabuloso, lejano en el estilo y la concepción a los que he venido escribiendo para el Delito Americano. Quería ver que le sugería, en primera intención. Le dije, sin más, sin imponerle tiempos y sin condicionarlo bajo ningún otro cepo que el de la propia literatura, que quería la banda de sonido para esa película. Así lo denominé. Como pasaron varios ensayos sin que traiga nada, pensé que había desistido de tal operación. En ningún momento le recordé la situación creyendo que lo volvería a poner en un aprieto pero esta tarde en la sala de ensayos apareció con la cosa en sus manos. Me volví loco y una ansiedad voraz comenzó a cortajearme con su estilete de nervios. Con la forma de un cassette transparente, etiquetado con fibra negra bajo la denominación de –La velocidad del diablo. Anhelo y perdición- me entregó el encargue.
Recordaba mi texto casi de memoria y estaba seguro que no eran mías las palabras escritas con fibra negra sobre el cassette. Esta forma de darle sus propios nombres a las canciones son mensajes cifrados de Skay, delicadezas ponzoñosas que suele tener para conmigo y para con el espíritu de la banda, el eco de un diálogo poético que suele entablar no solo desde lo musical sino también que trasciende al orbe misterioso de la lírica. Así que me quedé en un rincón de la sala con los auriculares puestos escuchando una y otra vez la obrita de Skay mientras los demás chicos intentaban darle algunos toques de color a la remozada versión del Blues de la libertad. En la segunda escucha advertí la presencia de un overdriver o bien de otro instrumento pregrabado sobre la guitarra. Inmensas gotas de lluvia cayendo sobre un charco de titanio líquido inaguraban el comienzo del tema, gotas que promovían una densa hipnosis demoledora. Luego la pieza comenzaba a desplegarse en la intimidad de su propio cuerpo con los movimientos enrarecidos de un insecto, un bicharraco gigante que se despereza y muestra su vientre iluminado. Ciempiés y luciérnaga a la vez pero del tamaño de una ballena. Así lo sentí. Así fue la fuerza que presentí mientras se desplegaba una y otra vez esa aleación de alas. Fui hasta la pieza a buscar mi cuaderno. Subí el volumen del equipo y empecé a canturrear una melodía arrastrada sobre el lomo del bicho alucinante creado por el cerebro musical de Skay. La cosa proseguía densa y arrastrada. De pronto descubrí que debía colocarle unos agudos para señalar la luminosidad del vientre del insecto. Rebobiné el cassette y me dispuse a probar con palabras. Me estremecí cuando de mi boca salió la frase: “En el año de la fiebre por destino del Señor”.

Oficio de gourmet

Rocanrol- dijo Skay y sus manos se movieron en el aire igual que una batuta chamánica. El repique del tambor de Walter se mezcló con el eco de las cuerdas del bajo de Semilla y de esa conjunción partieron esos básicos movimientos de rocabilly. Después tomó un trago de fernet. Un gesto, una imagen, tatuada en mi retina desde hace años. Skay bromea con que seguimos bebiendo fernet solo para no dar por tierra con nuestra leyenda. Nada que ver con nuestro alto grado de dipsomanía- dice y ríe como un loco. Relajados entre las bondades del fernet con agua, solté la lengua y me puse a teorizar un poco ante Skay. Tenía ganas de darle una nueva visión acerca de mis ideas sobre el rocanroll. Mientras le daba toques finales en mi mente al planteo -la cosa iba a ser más o menos cierto cansancio con la forma un tanto tradicional de nuestros roquitos y cosas por el estilo- palpité que Skay podría llegar a ofenderse. Le pregunte hasta cuando pensaba él que los pibes seguirían gustando de nuestros turbios rocanroles. Skay se dio cuenta enseguida a lo que yo apuntaba.
-A mí no me preocupa tanto. Si un día se aburren de nosotros no será precisamente por llevar como bandera el estandarte del rocanrrol. Esa estructura musical tan lisa como decís vos. Después de decir esto soltó una risa convulsa ,atorada, como si hubiera querido ejercer su sentido del humor contra si mismo pero como si no lo hubiera logrado.
-No creo que sea precisamente eso los que nos envejezca- retomó. Creo que tenemos una gran bolsa de condimentos para aderezar los rockitos, ¿cuánta música venimos escuchando?, ¿cuantas variantes para el mismo plato? Somos viejos gourmet capaces de preparar cualquier salsa o no?
Me había comprendido una vez más así que ahorré mi larga perorata, un largo discurso sobre cierto hastío con el formato. Cierta advertencia que quería que tengamos en cuenta y no un lapidario comentario acerca del rock. Poli que escuchó la conversación desde la cocina mientras preparaba unos blood marys, nos dijo que los toques orientales le sientan muy bien a nuestras composiciones. Son una buena forma de vestirlos bien y no largar a las canciones en jeans y topper embarradas.

Los juguetes perdidos de Mr. Rey

Nunca me he olvidado de Mr. Rey. Nunca, ni en los momentos más álgidos de mi solipsismo me he olvidado de el. Aunque este insista una y otra vez con su insidioso coro de reproches. Es imposible sacarse del balero la figura encantada de este ser inescrutable que deambula desde hace años en el interior de la bodega de nuestras almas tropezando y discurriendo entre las calles anegadas de nuestros corazones. Nuestra bodega interior es su hábitat natural, el ecosistema maligno donde su vida transcurre. De allí se traslada a nuestro tejido cardíaco para componer a cada latido, una extensión continental con el bramido enamorado de las bandas. Desde hace muchos años que nos recorre de punta a punta de nuestro existir montado en su propulsión de emociones. Atrás parece haber quedado el protagonismo de su enigmática sombra, los días en que muchos preguntaban acerca de él. Motor de mil malentendidos, rostro demudado en innumerables ocasiones parece un poco haber caído en el olvido. De Patricio Rey y sus redonditos de ricota, hemos pasado a ser primeros los Redonditos de ricota, luego los Redonditos a secas y por último el minimalista los Redondos cuando no sencillamente los redó. Pero el viejo truhán de inolvidables batallas metafísicas, el duende gordo y picante como un queso no nos abandona, no nos abandonó nunca. Su voz es el hecho más poderoso que he conocido, torturante y despiadado cuando se expresa a través de mi conciencia y maravilloso e incontenible cuando surge de la conjunción de las miles y miles de gargantas de las bandas. Difícil de divisar entre sus claroscuros pero omnipresente como un Dios beodo parece sujetar por siempre las riendas del destino del grupo. No hace mucho llegó a mi casa enfundado en una campera negra y con un gorro de Santa Claus, sus ojos fluctuaban en diversos colores. Me dijo que tenía mucha sed y le serví un fernet. Ahí se despachó con todo lo que tenía para decirme. Su voz era suave y apagada, se parecía a esos tipos que van a menos para, de pronto, sacarte alguna ventaja. Me mantuve alerta, no quería que me vuelva a madrugar con algún pedido insólito. De pronto sacó un papel de su campera y me lo extendió. Parecía una carta antigua, un papel amarillento sellado con lacre y las iniciales PR arriba. Me quede esperando que me diga algo pero parecía que todo lo que tenía para mí estaba en esa carta. Me miró como si pusiera a exposición toda la franqueza de su mirada, el largo caudal lumínico que de sus ojos emanaba. Después de impresionarme de esa forma y mientras terminaba la botella de fernet se ocupó de erosionar su santidad trapera mostrándome su frío perfil de empresario. Refirió números, cuentas, balances. Se que esto solo lo hace para ensuciarse un poco y ser mas creíble. Sabe que no me gustan las personalidades perfectas de santitos y santones. Se descolgó por la ventana con su botella vacía bajo un brazo. Me dijo que la vida estaba dura y vivía de juntar cartones en la calle. No le creí. Inmediatamente después que desapareció despegué el lacre de la carta y la extendí contra la mesa, parecía la letra de una canción. “Juguetes perdidos” estaba titulada.

Stones cariocas

Nos tomamos el avión para Río de Janeiro. Un tranquilo vuelo nocturno que por fortuna y gracias al blister de adormidera, que antes de partir, me calcé en el bolsillo superior de mi camisa, realicé dormido como un tronco. Después de algunas idas y vueltas para terminar de tomar la decisión nos vinimos al país de la fiebre a ver a los Stones. Skay y Poli fueron los más entusiastas para el viaje. Yo temía venir a ver un evento de museo de cera, temía desilusionarme pero no podía morirme sin ver a Sus Majestades Satánicas en acción. Todo empezó cuando nos enteramos que venían a la Argentina. Una noche Poli nos comentó que Grinback llamó por teléfono y disculpándose de antemano por molestarla le dijo si queríamos compartir alguno de los shows (no empleó el término telonear) que solo tenía que levantar el tubo y proponer la fecha. Poli con total diplomacia le agradeció la propuesta pero le dijo que como él ya sabía no estaba en nuestros planes compartir cartel ni siquiera con los Stones.
Así que nos quedamos pensando en eso y sobre todo nos quedamos pensando en la imposibilidad de ir como espectadores. Nos moríamos de ganas pero como están los pibes era imposible. No podemos ver un show con veinte chicas a upa y veinte pibes a caballito, uno entiende y agradece tanto amor pero....
Antes del recital nos fuimos a tomar unas cervezas al bar de Angelito en Rio, en la rua Cavalcanti. Angel es un gran amigo, un viejo freack platense que anduvo haciendo equilibrio sobre los desbarrancaderos de la cultura rock hasta que encontró la forma de vivir de la gastronomía, tiene dos restó en Rio y un bar temático dedicado a Hendrix. En una de las paredes brilla una de las chaquetas de Jimmy enmarcada. Después de varios litros de cervezas y formando parte de una marea humana ingresamos al Maracaná. Hacía años que no estaba metido en medio de una marea humana. Una extraña sensación de euforia le ganó al fastidio. Luego de subir innumerables escaleras y de atravesar una serie de misteriosos recodos de cemento quedamos instalados en una de las plateas del Estadio. Más de cien mil negros ahullaban como locos pidiendo que salgan los Stones. Tanto Skay como yo ( lo hablamos en el vuelo de vuelta) nos imaginamos un día tocando en algún estadio como el Maracaná. En los primeros minutos del show seguí atentamente las figuras de Jagger y de Richards tratando de creer que eran aquellas mismas bestias frenéticas de los 60 y no unos artefactos técnicos que los suplantaban.

Cintas emotivamente peligrosas

Semilla abrió la cajita del cassette con el mismo cuidado que si estuviera intentando desactivar una bomba. Skay, preso de la curiosidad más incisiva, se asomaba por sobre el hombro de Semilla para intentar ver de que se trataba el asunto. Yo tomé la cajita entre mis dedos y saqué la fotocopia color que desprolíjamente guillotinada presumía de tapa. Miré al pelado con bigotes, -que en última instancia, aunque me cueste dar crédito vendría a ser yo- achinar los ojos y fruncir la cara para pegar el alarido. En estos últimos años he visto miles de fotos mías expuestas en diarios y revistas pero nunca me doy cuenta de donde son, digo que no reconozco el lugar y el momento en que fueron tomadas. Alguien podría decir, Skay y Poli a veces arriesgan estas posibilidades, que por ejemplo esta con la camisa roja pertenece a la noche que tocamos en Skylab, o esta tal otra a Casa Suiza, pero la verdad yo no tengo la más remota idea a que trasnochada velada pertenecen cada una de esas fotos. ¿Cuántos recitales hemos dado? Diez por año en veinte da como doscientos, aunque creo que deben ser más. Es raro perder la cuenta de las cosas. Sobre todo de las que a uno le gusta realizar. Me vuelvo a mirar en la fotocopia color y sospecho que esta foto en la que todavía poseo bigotes se remite a un tiempo ya lejano, sin límites precisos, que podría ser nombrada como la época under. Zona 70-80, zona temporal previa al inimaginado ascenso de Patrico Rey a los cielos del rocknroll. La cinta empieza a sonar, está tomada en el Stud Free Pub. Las pulsaciones calientes de Música para pastillas comienzan a evocar el ambiente y a causar estragos en la memoria emotiva. Algo de eso me temía. Hace tiempo que sé, que nuestros boglets se venden por todos lados, que los chicos los conocen de punta a punta, pero nunca quise ni me atreví a escucharlos. Me enloquece que puedan escuchar esas grabaciones tan malas, algunas casi inescuchables por la calidad del sonido. Me enteré que hasta anda dando vueltas la grabación de Salta, de lo del Polaco en el 78. Cuando surgió la idea de grabar el potpurri, idea de Skay que yo avalé con gusto pero sin saber bien a donde apuntábamos me entraron, por primera vez, ganas de escuchar alguna de las cintas piratas. Le encomendé la tarea a Semilla que sé que tiene algunos amigos cercanos que están haciendo algunos manguitos con esto y le pedí que nos manden la grabación más nítida del potpurrí que tengan. Semilla adelanta el cassette buscando los primeros acordes de Mariposa Pontiac y Skay lo para en seco diciéndole que deje que la cinta corra sola. Me pone nervioso el mohín nostálgico de Skay que ahora se recuesta sobre uno de los sillones como si se preparara para un largo viaje. Antes de recostarse me mira para constatar que sigo a su lado, que no me he fugado y me invita o me obliga con la mirada a que no lo abandone. Por lo cual no me queda otra que empezar a masticar con los dientes del corazón la voz de Claudia Puyó cantando “Mi madre alemana”.

En Brasil con Breuer

Cantar en Brasil. Por un rato me intento relajar y sacar un poco de mi cabeza todo lo que suscita este país fabuloso, este extenso territorio cargado de sudores, de magia y también de hambre. Los estudios Be Bop de Sao Paulo no transmiten ninguna rusticidad afrolatina como alguno debiera suponer. Su arquitectura moderna, su aire acondicionado y su equipamiento técnico te hacen creer que estás dentro del estudio de grabación más cool del planeta, pero solo el hecho de estar en Brasil, me regresa a esos días locos de mi juventud. Siento palpitar el animal negro en todo mi cuerpo, siento todo el Atlántico sacudirse bajo una tormenta de humo de baciaos. Por suerte la excitación brazuca pronto se contiene, se cierran la grietas de mi humanidad por donde se colaba toda la fauna psicodélica de este y aquel Brasil que conocí hace ya tantos años. El Estudio tiene un excelente bar con enormes y mullidas alfombras negras que dan la sensación de estar caminando con ingravidez. Faltan pocas horas para que larguemos con la grabación. Busco a Mario Breuer en el bar, atravieso el largo trecho que me separa de la barra. En el medio del bar, sentados en una mesa tres negros me saludan con mucha efusividad. Son una banda de hard rock que acaban de grabar su disco. No creo que en realidad me conozcan seguro me confunden con alguien. Mario está tomando una cerveza, me sirve un vaso pero le digo que no, que antes de cantar me hincha el estómago. Le pido a la rubia de la barra medio Chivas con una botella de agua mineral. Le pregunto a Mario a que hora entramos a grabar y me dice que más o menos en dos horas. Le digo que averigüe bien el horario para ir acomodándome. Me gusta estar a pleno cuando voy a registrar algo que va a quedar para toda la vida. En realidad ya grabamos casi todo en los estudios El Pie en Bs As, pero tanto a Mario como a mí nos gustaría encontrar todavía más color en ciertas composiciones, extraer más matices para enriquecer un poco más las canciones sobre todo en temas como “Fanfarrias del Cabrio” y “Rock Yugular” que brindan constantes huecos donde seguir volcando un poco más de creatividad. Skay también debe revisar lo suyo. Mario va averiguar bien a que hora grabamos, me quedo solo en la barra, concentrado, intentando que todas las energías fluctúen por buena senda, encauzando los ritmos nerviosos, un especie de yoga guerrero. Me viene a la memoria Artaud, El teatro y su doble, El teatro balinés.

Un fotógrafo muerto

Hacía rato que no nos juntabamos a comer un asado. Rocambole, Skay, Poli , Semilla, Sergio, Walter, Pupeto y Rosso. Como en Mar del Plata, Pupeto tuvo a cargo el braserío donde se irían tostando las achuras. Con un extraño adminículo de hierro dispersaba las brasas, después nos enteraríamos que tal elemento era una calimba cubana para marcar a los animales. Pupeto nos preguntó quienes éramos los caraduras que conformaban el equipo de fútbol de los Redondos. Por un instante desconocimos por completo a que estaba haciendo referencia Pupeto. Hasta que saltó Walter con una carcajada y nos dijo que hablaba del campeonato que organizó el Sí de Clarín. Parece que los chicos del suplemento armaron un torneo con las bandas de rock, juegan los Pericos, los Cadillacs y no se quién más. El equipo de los Redondos lo armó Walter con unos amigos y algunos plomos. Me imagino a Semilla decía Pupeto, con un vaso de gancia recorriendo la franja izquierda, siempre pegadito a la línea y se cagaba de risa.
Los chinchulines estaban tan bien dorados que parecía tuberías de oro de algún aparato raro. Están para la foto dijo Skay. Por culpa de esta última palabra Rosso nos volcó la realidad encima. El crimen del fotógrafo Cabezas en Pinamar. Dicen que el tipo dijo- comentaba Dawi- que sacarle una foto era como pegarle un tiro. – Como a nosotros – bromeó Poli y noté que el chiste no había caído bien en nadie. Enseguida se enmendó la Negra diciendo que ese tal Yabrán era un ser miserable. Yo que estoy medio perdido con las noticias no entendía mucho. La verdad que he vuelto a suprimir la dosis diaria de noticiero. Viene muy heavy el show del país. Lo único que llegué a pensar con claridad es que alguien que manda a matar a alguien porque le sacó una foto está completamente loco. Es amigo de Menem- complementó Sergio. Paren un poco carajo casi grité. Desde hace un tiempo noto como las noticias no son recibidas tanto en la cabeza como en el corazón sino directamente en el estómago, como tragarse un par de rulemanes. Justo ahora che que nos estamos deleitando con estas terribles mollejas. Rocambole levanta una molleja entera, color anaranjada con vetas negras, me dice si no parece una pequeña y graciosa nubecilla escapada del averno. Le sonrió mientras sigo pensando en el fotógrafo asesinado. En el marcado símbolo de los tiempos que vivimos.

Paisaje transmitido entre los nervios

Me doy cuenta de que forma los noticieros forman parte de la vida de la gente. No es ya la data que le tiraba la portada del diario o el noticiero de las 12. La continuidad informativa, el seguimiento permanente por las calles de Bs As por ejemplo, me inquieta. La transmisión en directo de la más cruda realidad. Crónica TV, TN, y hasta los canales de aire. No queda nadie que este fuera del acontecer de estos noticieros. Con Kult lo hemos charlado seriamente. Salteamos toda la parte de los medios como constructores de la realidad y como manipuladores de conciencias por, creo, vernos excedidos. Creo que lo más notorio más allá de la estructura de cine berreta que tienen los nuevos noticieros es un exagerado culto al morbo que me cuesta creer, me cuesta que en verdad esto sea posible. En estos últimos años se han visto cosas inimaginadas hasta el momento para una cobertura periodística como persecusiones completas de ladrones por la Boca. Los filmaron casi desde que salieron de un maxiquiosco hasta las orillas del Riachuelo donde a balazos puros agarraron a uno. Te imaginas, me decía Kult, -entre excitado y abrumado por lo que estaba pensando- la adrenalina de la vieja que ve esas imágenes mientras pica cebolla en su cocina. Te imaginas que esa misma vieja viva en la Boca y salga a la puerta y que se encuentre con una secuencia continuada pero en vivo de lo que está viendo en la tele, otra que Cortázar. Le dije que en ese aspecto se podrían dar miles de situaciones. A mi me interesa ver de que modo ese muestreo de la vida real, el auscultamiento directo, por ejemplo de la vida marginal, repercute en la gente. El raid que los milicos hacen por las villas, ¿es un relato anecdótico en las personas o trae pequeñas cavilaciones sobre la trágica existencia de los villeros? ¿el pibe de 12 años acribillado en la calle por los milicos es parte de un nuevo western o moviliza algo más en la conciencia de la gente? Si pensas que este nuevo periodismo amarillo va a ser un nuevo revelador de conciencia social, estas equivocado, me dijo Kult. En realidad tiendo a creer- prosiguió Kult- la constante exhibición de este tipo de episodios solo logrará hacer crecer una brutal paranoia en los que aún les queda algún billete que resguardar.

Rumbo a Fort Lauderle

Tarde de grabación en El Pie. Mario Breuer fue la víctima otra vez de mis putas obsesiones. En un momento cuando me había transformado en un maremoto monolítico de pequeñas observaciones, el rostro apesadumbrado de Mario me hizo acordar al de Gauvry cuando grabamos Bang Bang. El mismo ceño fruncido, que no denotaba agudeza en lo que estaba realizando sino desesperación. Los mismos ojos inconsolables. También pude con la experiencia de Mario. Después de grabar la toma de mi voz Mario me pasa los auriculares. Hay comienzan los problemas. ¿Cuántos cantantes en el mundo dudaran de su propia voz más que yo? Es insoportable verse los defectos. Uno mismo es su observador más perpicaz y jodido, que dudas caben acerca de esto. Henry Miller odiaba su prosa porque decía ver en ella, todos sus parches y remiendos, sus irremediables fisuras. Me consuelo pensando que todo creador lleva el karma de ser su más deletéreo crítico que pueda existir sobre la tierra. Personalmente, el punto más exasperante del asunto es precisamente cuando sobre el formidable entramado musical que han terminado de grabar los chicos entra mi voz enturbiando, ensuciando, la materia pura de la música, como si no tuviera nada que ver una cosa con la otra. Por suerte esto solo dura un rato. Su parte más virulenta dura un rato nomás. Después, la resignación de todos los que lamentablemente no somos ni Sinatra, ni Plant. Luego lo que pareciera un placebo de tontos pero que contiene una gran verdad, el humilde consuelo de que los cantantes de música popular necesitamos esa voz partida y tabacal, más en el caso de un rocker de corner como yo. Mientras tanto, mientras todo este proceso es apenas el inicio de un devenir en mi cabeza, Mario se vuelve loco atendiendo a mis requerimientos. No queda palanca ni botón de la consola que no haya tocado. Me mira con una mezcla de “porquenotevasalamierda” y “yalovamosarreglar”. Para colmo en el momento que yo considero de mayor tensión me pregunta como se llama el tema que estamos grabando. “Nuatattori Professionisti” le digo y no entiende nada. Probamos una vez más mientras me fumo el tercer pucho al hilo. Nos quedamos en silencio y no encuentro otra forma de salir de la situación que yéndome a refrescar al baño.
Cuando vuelvo, Mario apoyado en el marco de la puerta, me dice terminante- Nos vamos a Fort Lauderle, lo vamos a terminar de grabar allá.

Tiempo de siembra

Quedé atónito frente al televisor. Justo en el momento que pasaba para el baño, vi la propaganda de “Tiempo de Siembra”. La voz impecable de Pancho Ibañez anunciaba que el domingo que viene un grupo de jóvenes contestaría sobre “Vida y obra de Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota”. Volví mis pasos atrás, me pegué al televisor y desde el control remoto que trepidaba en mis manos, subí el volumen. No pude corroborar de forma clara lo dicho por Pancho Ibañez . Lo único que entendí es que va a ser el domingo que viene a las 19 horas. Me quedé mirando una horrible película de policías gordos de New Jersey. Me quedé hasta que finalizó la programación del 13 solo para ver si repetían la propaganda otra vez, pero nada. La verdad es que me resulta difícil creerlo. Todavía no puedo dar crédito a lo escuchado. El programa “Tiempo de Siembra” lo vi en varias oportunidades, siempre me llamó la atención el saber especializado en algunos temas específicos. Recuerdo a una mujer de Luján contestando sobre la Segunda Guerra Mundial y a un tipo vestido de paisano que respondía sobre pájaros. Preguntaban cosas verdaderamente complicadas, como por ejemplo cuantos soldados australianos tomaron parte en el desembarco de Normandía, como era su uniforme, quien los comandaba y cuantas bajas aproximadamente sufrieron en la acción o, en el caso del tipo de los pájaros que característica particular tienen los huevos de chimango, a que altura de año nacen los pichones, de que color son. ¿Qué preguntarán sobre nosotros? ¿Cuántas púas tira Skay por recital? ¿En que año me afeite por primera vez la cabeza? ¿ Cuantos litros de fernet ingirió Willy Crook en el barco de María?¿Quién será el convocado a responder? Me parece que por lo que llegué a ver en el avance van a ser varios chicos contestando. Todo esto no deja de parecerme inmensamente ridículo pero da una gran pauta de la forma en que hemos crecido. ¿Quién podía creer que algo así podía ocurrir?
Ser el tema de un programa cultural de preguntas y respuestas al estilo del viejo Odol y con Ibañez de conductor, si fueran Lalo o Pergolini sería más creíble pero con el higiénico de Pancho no es casi creíble. Me imagino su voz engolada bajo su circunspecto bigotito de agente de la Surete francesa preguntando, ¿En que año se publicó la revista el Expreso imaginario?¿En que pintura clásica está inspirada la tapa de Bang Bang?. Para todo esto debo esperar el domingo que viene. ¿Por qué me intriga sobremanera esto? ¿No me curé de espanto al ver multiplicado mi rostro en miles de remeras y revistas, al ver mis palabras encabezando titulares en todos los diarios? Insisto, esto del programa de Pancho Ibañez es una de las cosas más raras que hemos vivido hasta el momento.

Grateful Dead bien al sur

Todavía no terminamos de grabar el disco y Poli ya anda endemoniada con el asunto de la presentación. Me preguntó que tipo de ideas tenía yo al respecto y no le contesté, elusivamente salí con otro tema, por lo que los engranajes de su arma sensible comenzaron a rotar a alta velocidad. No dijo nada, tomo mi silencio como un desafío.
Son muchos los dolores de cabeza que nos viene dando organizar shows en Capital. Poli que es como todos saben una tipa dura que no va a andar alarmando por cualquier cosa, nota que en Buenos Aires, algo está por explotar, la densidad ambiente esta muy pesada. Shangai volvió a decirme después de muchos años. Tanto Skay como yo compartimos la misma impresión de Poli. La debacle del menemismo, el estado inaceptable de las condiciones sociales que ha impuesto su gobierno, la violencia que emerge como un animal absurdo por entre las anfractuosidades del lomo de tortuga gigante de la posmodernidad han impuesto indudablemente sus reglas. Que alguien salga a arriesgar su vida o su libertad y matar por dos pesos es algo común en estos días. Algo que se ve a diario. La pregunta que nos hacemos a cada momento es como contemporizamos toda esta mierda en que ha devenido buena parte de la sociedad con un evento de rock, teniendo en cuenta las características particulares que tienen nuestros conciertos.
Hace bien Poli en anticiparse con tanto tiempo por delante a la presentación del próximo disco. La experiencia de Huracán terminó por hacer aparecer pequeños focos de violencia tendientes a agigantarse en el futuro. Hace unos meses cuanto todavía no estábamos tan sumidos en la grabación dejamos deslizar, medio en joda medio en serio, la posibilidad de repetir la modalidad empleada por de los Grateful Dead en los 60 y 70, o sea, salir a tocar por los pueblos de interior del país, sin promoción, casi diría sin avisar. Creo que tenemos el perfil para ello. Pero enseguida comenzaron a surgir los problemas. ¿En que espacio físico íbamos a tocar, donde se venderían las entradas? Cosas por el estilo que por el solo hecho de tener que comenzar a buscarle soluciones, abrumaban. Creo que Poli se quedó pensando en todo esto. Todos quedamos pensando en algún tipo de variante similar de la de los Grateful Dead. En estos momentos yo me siento absorbido por los aspectos técnicos del nuevo engrendro. Dejo a Poli estrangular sus neuronas. Veo algo bueno en el espesor de su mirada, en el aleteo magnético de sus pestañas de pitonisa.

Los papis también (Carta de los chicos)

Esta vez, los dedos sobre la teclas del piano, no son, no es, el violento aguacero de Tom Waits evocando con su digitación apocalíptica la caída de la casa Usher, más bien son las manos de Peter Hamill urdiendo una delicada trama de contrapuntos lunáticos ,para sencillamente, romperle el orto al formato maistream de las canciones pop. Son dedos que piensan. Smartfingers. Manos en movimiento como mareas, intentando desajustar y ampliar el campo de lo posible.
“Al principio me parecieron una banda de rock como cualquiera. Debo confesarlo. Manal y la Pesada de Billy Bond no tenían nada que envidiarles a estos “capos” como los llamaba Gonzalo. Mientras escuchaba Bang Bang ( ahora “me sé” todo) observé como mi hijo, utilizando ansiosas técnicas de patchwork empapelaba toda su habitación con las extrañas fotos de un cantante calvo y un guitarrista con sombrero de cowboy y gafas ahumadas. Teniendo en cuenta la variación en el consumo cultural por parte de los adolescentes, tenía mucha razón en pensar que era una moda pasajera. Una devoción efímera condenada a ser desplazada en cualquier momento por cualquier otra cosa. En cuestión de poco tiempo, pensé, el pelado y el cowboy serían remplazados por un negro con aro en la nariz o una vieja con pelo violeta. Pero esto tardaba en suceder, todas las noches entraba a la pieza de Gonzalo con la firme creencia que sí, que hoy ya no estarían esos tipos en los posters. Pero me equivoqué, no solo no bajaron nunca de las paredes sino que el pelado se hizo figura para instalarse insoslayable ahora también en la remera de mi hijo y en la de sus amigos. Comencé a estirar más la oreja, a prestar mucha atención cuando Gonzalo ponía a “Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota”. Como todo pelotudo iniciatico, en ese primer momento (¿qué dudas cabían?), Patricio Rey fue el pelado. No había dudas al respecto. Tanto que ni siquiera lo pregunté. Mis primeras impresiones acerca del cantante no fueron las mejores diría, no quiero decir que me alarmé, pero sus poses exacerbadas, sus ceños fruncidos y cierto halo mesiánico, me traían a la memoria algunas cosas de los skinhead que había visto hace unos años en Europa. Cuando unía el impacto de esta impresión al nombre de la banda, era ese el momento en que me autodesacreditaba y me cagaba de risa de mi mismo. Ningún neonazi tiene el sentido del humor necesario para autodenominarse Redonditos de Ricota. Utilizando las expresiones de Gonzalo y sus amigos, el nombre de la banda, me volaba la cabeza. Creo que ni a los mejores Lhe Luthiers ni al más inspirado Leo Masliah, se les hubiera ocurrido tal nombre. El momento cumbre, creo yo, de mi fervorosa adhesión militante a los Redondos, fue cuando ingresé a su pieza para avisarle que se acerquen a la tele para ver al subcomandante Marcos dando una charla sobre los últimos sucesos en Chiapas, ahí vi a Gonzalo trepado al ropero terminando de colgar un enorme lienzo negro sobre una de las paredes de la habitación. La tela olía a pinturas frescas. Sentados sobre el respaldo de la cama Toby y el Chino miraban con la solemnidad que solo se tiene al ver izarse un pabellón de guerra sobre el campo de batalla. Los dedos manchados de Toby daban cuenta de que había sido él “el Artista”. Gonzalo me miraba desde lo alto del ropero con el rostro endurecido, su brazo sosteniendo el extremo del lienzo negro más su rostro cincelado por rasgos futuristas parecían recortarlo en los que sería un cartel propagandístico de los republicanos durante la guerra Civil Española. Homenaje a Durruty, quise leer impreso sobre sus rodillas pero los rostros y los colores del lienzo se empezaron a intensificar hasta brindarme una de las más bellas emociones de las que yo tenga memoria. Enseguida se manifestaron los ecos sagrados de la ideología. El Pueblo y la Revolución otra vez como hacía años acudieron a mi cuerpo, llenaron cada uno de mis poros hasta hacerme sentir ese mismo estremecimiento que experimenté la noche en que cumplía dieciocho años y ,extrañamente para algunos pero muy cierto para mí, leyendo “Los tres mosqueteros”, “inoculado por el virus del honor” abrazaba para siempre las causas del socialismo. Miré a Gonzalo, a Toby ,al Chino como miraban extasiados aquello que era mucho más que la tapa de un disco, ¿Qué representaría para ellos me pregunté doscientas mil veces aquella y muchas noches más? ¿Qué representaba para mí? Demasiadas cosas, demasiados nombres, demasiada nostalgia y muerte, demasiado heroísmo y dolor. Toda esta representación no tenía un estado claro, no podía tenerlo, se resumía en una taquicardia espesa que mandaba sangre en demasía a todos los rincones del cuerpo haciendo que me sintiera un loco a punto de incendiarme. Pasado este momento pensé en los últimos años, pensé en el fin de la Unión Soviética en la caída del Muro de Berlín y en Fukuyama y su teoría del fin de la Historia. Por fin y frivolizando un poco la situación, creo, mientras abrazaba a Gonzalo al Chino y a Toby, pensé en una frase de Borges, “solo un gentleman puede abocarse a causas perdidas”. Esa tarde noche hablé con los chicos de Einsestein, de Bahía de Cochinos, de Bob Dylan, de Zitarrrosa y de Stalin. Terminamos comiendo un asado que les preparé y excitado por las damajuanas terminé cantando “Vamos las Bandas” parado en la mesita del patio ante las risas inagotables de los chicos. Desde ese día los pibes me consideraron un redondito más de la barra, para ello me metí a fondo con los discos, a estudiarlos casi, aparte todos mis discos de jazz, de bossa nova y de música contemporánea para deleitarme con los Redondos. Debo confesarlo. El rock siempre me pareció una música pobre, hija bastarda del jazz y de la cultura yanqui, incapaz de vehiculizar de justa manera toda la riqueza que la música contiene. Pero los Redondos, Los Redondos. Uno no tarda mucho tiempo en darse cuenta que el rock es un mero soporte o mejor dicho las mejores aguas de donde salen a flote los restos de ese naufragio incandescente de imagen y pensamiento que son los extraordinarios poemas del Indio. Aparte de la música mi otra gran pasión es la literatura, la poesía en especial, creó al menos una vez haber leído a todos los poetas famosos desde Homero a los contemporáneos y el Indio es bueno, pero bueno en serio, esto les comentaba los chicos la última vez que comimos unos choris en el patio de casa, les preste libros de Raúl Gonzalez Tuñon, de Nicolás Olivari, De Carlos de la Púa, así también como Henry Michaux , Jacques Prevert, Ernesto Cardenal para que vayan viendo de donde viene la mano, Gonza y sus amigos son bastante ariscos a los libros pero me di cuenta que para meterse en la poesía del Indio leen algunas de las cosas que les doy. Ellos en contrapartida, a pedido clamoroso mío, me traen cada una de las notas que el Indio concede a los medios, no solo las nuevas sino las viejas, que suelen encontrar en los locales de revistas usadas.
Solari tiene mi edad, le llevo apenas un año. Cuando leo sus notas hay momentos en que me veo reflejado claramente en sus palabras, sobre todo en su tono crítico y en esa especie de verbalización con tensión militante. Aunque muchas cosas nos separan – yo no leí casi a los beatniks, yo creí fervientemente en la revolución socialista en la Argentina de los 70, siento que somos parte de una misma generación Me gusta que sea junto a Skay uno de los “guías” de mi hijo y sus amigos. Me gusta que me amenacen con ese peligro.