2009/02/04

Por eso brindamos, ladròn de mi cerebro...

El brazo derecho de Skay mantiene la tensión erecta de una cobra a punto de abalanzarse contra su presa. Una serpiente enfundada en la manga de una camisa blanca. Rasga las cuerdas con enorme sigilo primero, como si esperara el momento exacto de zambullirse en la verdadera acción para imprevista y velozmente lanzarse, comenzar a soltar sus mordeduras de púa y arreciar con ello, con riffs de devastadora locuacidad roquera. De la energía de su música surgen presencias vivaces, criaturas si uno quisiera, palpables, delineadas fieras musicales nacidas por cada uno de los trazos que dibuja sobre su encordado de mago. Siempre percibí del mismo modo este instante de magia, Skay no saca notas musicales, como un sencillo guitarrista, cuando toca, saca conejos blancos, conejos azules, intensos bugbunnys taumaturgos.
Me gusta apoltronarme entre los equipo y verlo zapar, probar rasguidos, ir observando la gestación de una melodía, ver como ensambla los acordes para que empiece a latir el protoplasma de una canción.
Hundí la cabeza más atrás y la apoyé contra el peldaño de la escalera, lo hice a modo de salir de su vista, se que mi mirada termina por darle cierto condicionamiento a sus ejecuciones. Al componer temo que, presa del afecto y la admiración que nos profesamos, intente ser condescendiente con lo que él sabe, son mis gustos. Por eso me oculto o me hago el distraído releyendo un texto de “El delito americano” de donde pienso extraer un par de frases para alguna de las letras mientras percibo en toda su magnitud esto que voy contando.
De un momento a otro me doy cuenta que el sonido que está intentando sonsacar de un estuche misterioso no tiene la imprevisión de la novedad sino, esto lo advierto en la pose, en los gestos, en los ojos buscando direcciones que salten la barrera de los años, que accedan a alguna sucursal de la memoria, en un rescate. Un rescate emotivo. De repente toda la música cesa. En la penumbra de la sala se va extinguiendo el último chillido de la Ibañez, un silencio que llamaría vivo se instala por, uno, dos, diez, veinte segundos, hasta que vuelve a bajar su mano sobre la parte sensible del encordado. La cobra vuelve a mirar a su presa que pareciera se esconde detrás de las cuerdas y crece, del golpe de un veloz y elegante latigazo, un poderoso aroma a dagas delicadamente metálicas, sabores del pasado y del futuro que se conjugan para hacer correr los líquidos en llamas por el alambique del alquimista. Skay no deja de mirarme, advirtiéndome que la criatura, a sido rescatada.
La versión es muy poderosa parece un caño oxidado al que han terminado de volver a cromar. Me voy acercando lentamente al micrófono, Skay se posiciona a mi derecha como si no estuviéramos en el centro en una sala de ensayo vacía sino en la parte más álgida de un show ante miles y miles de personas, tal es la carga de solemnidad que se desprende tanto de cada uno de sus movimientos físicos como del manantial de sus vibraciones mentales. Su música parece suspenderse en el contraeco de los dos acordes compuestos que varia con indudable belleza cuenta el tiempo con la paciencia de una clepsidra coja. Todo se suspende en la vibración de las cuerdas. Amenazan estallar de tensión. Skay se da cuenta. Voy a cantar. Aún recuerdo la letra. Entro en el cauce de sonido que Skay a dispuesto como un río zigzagueante: “Cacería hecha con dos naipes...Datos feos por eso brindamos...”

Automotores (carta de los chicos)

Más cartas. Más historias más. Vidas que narrar. A veces reflexiono sobre el valor terapéutico de esta labor. Siento como de a poco me voy desgajando de mi ser para lentamente introducirme igual que un polizón en el viaje de otros cuerpos y de esta forma olvidarme un poco de mi propio viaje que a esta altura ya no se bien donde me conduce. ¿No será ese el clic de la literatura?. Pegar el portazo. Adiós a esta carnadura que se consume. ¿Pero en ese caso no sería mejor divagarse en galaxia extrañas, en personajes inmortales y fantásticos? Que tienen estas viditas que tanto amo, estas precarias construcciones de existencia que tanto me conmueven. Será la brillante fragilidad que como la llamita de una vela amenaza constantemente en apagarse. Será la ternura o su heroico y romántico acontecer en estas épocas de vacas flacas para la aventura del espíritu y el roce bohemio de la piel. A mi lado las hojas garrapateadas de las cartas. La botella de whisky. Por momentos siento que mis dedos no dan en el teclado, dan en un piano, un piano que acompaña, la inefable voz de Tom Waits.
“Pablo nos deslumbró a todos. En aquel kiosquito de Avellaneda, donde después de salir de la cancha de Independiente paramos a tomar una birra. Todos habían quedado seducidos por las interminables anécdotas de Pachuli. Los primeros tragos a la cerveza de litro estuvieron acompañados por una colección de anatémicas puteadas dirigidas a Castrilli por haberle anulado un gol a Manteca Martínez no bien comenzaba el segundo tiempo.
Pese a nuestro fanatismo rayano en la locura entreví como la pasión futbolera, más precisamente nuestra obsesión por los colores xeneixes que desde hace unos años no nos dejaba mucho margen más para pensar en otra cosa de a poco se iba corriendo hacia un costado para dar paso a otro tipo de exacerbaciones el espíritu, esta vez más guiadas hacía extremos de lo artístico y también de lo crudamente marginal. Era impensado para nosotros un año atrás no seguir hablando de fútbol y de cuestiones concernientes a las disputas internas y externas que se producían en las hinchadas una vez terminado el partido y también durante toda la semana. Los días que había partido la monotemática cuestión seguía hasta después de la doce cuando terminábamos de ver en la pizzería “Las Estrellas” Fútbol de Primera. Seguía hasta entrada la madrugada cuando acompañábamos a Julio y a Fafa hasta la parada del bondi que los llevaría de regreso a La Boca. Pero desde hacía varios domingos que a la segunda o tercera botella de cerveza que liquidábamos nos embargaba otro tipo de conversación. La música, el rock y sobre todo Los Redondos. Al principio, debo confesarlo me daba un poco de vergüenza estar entre cientos de los hinchas más fervorosos de esos a los que ya se le empiezan a conocer las caras de verlo siempre alentar al equipo, elogiando y elogiando una banda de rock mientras los pibes de al lado, los de Celina, los de Lanús, los de Budge tramaban con toda la agudeza que inocula el odio como irle a romper la cabeza a los hinchas adversarios. Intentaba que todos hablen bajito como si en secreto fuéramos nosotros los pibes de “la Estrella” los que hallarían la mejor emboscada para dársela a los putos rivales. Hasta que Pablo Pachuli comenzó con su inagotable anecdotario tanto de bribón de estadios como de pasajero heroico de las mil y unas noches del rocknroll. Pablo se había sumado a la banda hacía poco, fue presentado como el primo segundo del Fafa con domicilio en La Paternal, una cicatriz que le cruzaba la frente de lado a lado fue la chapa con la cual se empezó a ganar respeto entre todos nosotros. De entrada notamos que era un tipo más bien raro, aunque esa no es la palabra, más que raro no común, como transitado por miles de historias que todavía nos se nos habían develado. No era, vuelvo a repetir el hincha normal como nosotros que en una suerte de torva unidimensionalidad vive y se desvive por los colores, sino que notamos enseguida que su santabárbara de adrenalina no solo explotaba por estas cuestiones del fútbol. Esto se hacia evidente en sus largos trances de silencio donde parecía estar habitando otro planeta. Lo que más me extrañaba era que ese planeta parecía contagiarle más fervor que el fútbol mismo. También me extrañaba la gran cantidad de dinero que siempre disponía para gastar y compartir en los que sea. Fafa su primo segundo nunca nos supo explicar tal situación en esos meses en que todavía la vida de Pablo era una verdadera incognita para todos. Según Fafa, Pablo vivía con su novia y suponía que los padres de ella estaban forrados en guita, pero era solo una conjetura plañidera, en realidad todavía no sabía bien con exactitud de donde provenía tanto billete. Pablo pagaba la birra, pagaba la pizza y si tenía la posibilidad también pagaba las entradas a la cancha. Billetes de cien, nunca vi cambiar tantos billetes de cien. Aparte siempre tenía el mejor faso y unas naves extraordinarias que cambiaba como un magnate mes a mes. Fue en la cassettera de un Peugeot 505 flamante, negro y de vidrios polarizados que escuchamos por primera vez Lobo suelto/ Cordero Atado. Veníamos de Rosario después de perder con Central 3 a 1, pero poco nos importaba con la atención puesta en el Indio cantándonos por primera vez, “Quiero verte huir como un ladrón... al que nunca pueden atrapar...”mientras Pablo pisaba el acelerador llevando el coche a casi doscientos km por hora y nos decía que ese tema antes se llamaba Camila y que para él siempre iba a ser Camila por más que el Indio lo hubiera rebautizado, con renovado gusto como “Rock para el Negro Atila”. Sumidos en ese vértigo de la velocidad, atravesando ciudades fantasmas y campos interminables nos contaba de la noche en el barco de María cuando Willy Crock se enfrentó a la huestes del Gitano Lancry , de la catastrófica noche en Obras al aire libre o de la más reciente batalla de Lanús entre nubes de gases lacrimógenos. Nos contó que conoció a Frida, su novia, intercambiando coca por helado en la noche del Obras al aire libre. Julio le preguntaba cuantos años tenía cuando iba a Palladium y a todos esos lugares donde por su edad parecía imposible que hubiese estado. Allí nos enteramos de que su hermano el Galgo era quien lo llevaba, siendo muy pibe a todos lados. El Galgo murió con el bicho en el 89. Me dejó esta remera de Oktubre y “la profesión” nos confesó Pablo esa tarde volviendo de Rosario, cuando ya la noche se cernía por la ruta 5 y la quietud penetrante de Espejismo era el marco propicio para el dolor y la confesión. Pasada las diez de la noche llegamos a “Las Estrellas”, Macaya desde la tv como todos los domingos quería imprimirle un tono enigmático a la fecha, como si no supiéramos que Vitamina Sánchez y cía otra vez nos habían hecho mierda. Nos sentamos en la mesa de siempre, la que está bajo el televisor y Fafa hizo marchar dos de anchoas y dos Quilmes. Yo todavía, y creo que los chicos también, teníamos clavado en el pecho el repique incandescente de “un cordero de mi estilo, un caníbal de mi estilo...”ese tema que junto al siguiente habíamos celebrado como lo mejor del disco doble. Julio y Pablo parecían los más excitados por la nueva producción “Soñaste angelitos muy profesionales que iban al grano jugando a los gansters...” cantaban a dúo poniendo esa voz monstruosamente finita y gruesa a la vez, de todos los que intentan remedar la voz al Indio y nunca logran salir airosos del sustrato de ironías y solemnidades que tan bien maneja el Indio. Pablo bebía cerveza a un ritmo descomunal. Los Redondos eran para el una fuente inagotable de felicidad. Lo vi partir rumbo al baño inflamado de emoción. Como si todo el universo nuevo de Lobo y Cordero se hubiera terminado de instalar dentro de su mente y esa nueva presencia tutelar lo transportara a los confines de un paraíso en llamas. Cuando volvió del baño y Macaya le decía a Araujo que esta había sido la fecha con más expulsados en lo que iba del torneo – no se porque ciertos momentos cumbre de la vida son acompañados para siempre por detalles boludos que lo acompañan, como si ese instante quedara preservado para siempre en la memoria con todos sus detalles, sino como me voy a acordar que Macaya le estaba diciendo eso a Araujo cuando Pablo, buscó el hueco que dejó Julio mientras comparaba el nuevo disco doble con la Mosca y la sopa y nos dijo que nos tenía que comentar algo importante. Recuerdo que al otro día le dije a Fafa que no me imaginaba que Pablo iba a salir con algo así, que si bien ya mis sospechas se habían esclarecido por completo con respecto a las actividades que Pablo venía realizando, creía que nunca nos iba a invitar a compartir y a tenernos en cuenta para sus aventuras delictuales, que solo éramos los amigos de los domingos en la cancha y que cuanto mucho seríamos cómplices pasivos, de esos que solo saben de la cosa pero no llevan la carga de la acción ni de la recompensa. Fafa y Julio me contestaron alternando las voces que ellos si esperaban que algún día Pablo cuente con nosotros para alguno de sus laburos. Es más, se confesó Julio, hace unas semanas me lo encontré por Libertador y le lleve un Taunus hasta José C. Paz. Lo miré a Julio con asombro, un asombro que duró poco. En tres meses estábamos a full con los “automotores” como lo llaman en la jerga. Los martes a la tarde nos concentrábamos en un garage subterráneo de Constitución y Pablo no revelaba todos los secretos para abrir y arrancar las diferentes marcas de autos y motos. Yo no sabía como caretear en casa, la pilcha nueva que me compraba, el cese abrupto de pedir guita siempre y los llamados de “ese Pablo” cada vez más seguido. El auto lo dejaba a tres cuadras de mi casa. Yo laburaba tranquilo mientras tuviera mi discman con Oktubre adentro. No me importaba un carajo las recomendaciones de Pablo que me repetía que me dejara de joder y que estuviera atento a los ruidos de la calle que después había tiempo de sobra para escuchar al Indio. Los Redondos me daban protección. Me gustaba que la guitarra de Skay arranque con el fiero riff de Divina TV Fhurer para encarar la puerta de un auto. Me llenaba de fe. Fe de que no me iban a cagar a balazos mientras me lleva el coche, de que todo iba a salir joya. El martes después del segundo Huracán, aquel en que irrumpieron los chicos de la Quema y una lluvia jodida le daba el más épico y bizarro marco a un recital de los Redondos fue que comenzó la tragedia. Ya hacía casi un año que tanto Fafa, como Julio y como yo veníamos trabajando con Pablo. Ya llevábamos cientos de autos robados y ya nos animábamos a salir enfierrados a la calle. A mí me parecía que nunca, pero nunca nos iba a pasar nada.

Pablo: Ultimado por la yuta de Duhalde cuando cruzaba el puente Pueyrredon con una Vulcan Roja. Los muy hijos de puta le tiraron sin compasión a la cabeza. La última vez que lo vi en el aguantadero de Constitución me había dicho que tenía que traer un Mercedes desde La Paz que después me iba a explicar bien con que objetivo. Con esas instrucciones me dio dos cintas con el vivo de Huracán . Me dijo que no me pierda las versiones de Shopping disco zen y Camila. Fue la última ve que lo vi con vida aunque su encendido fantasma me visita noche a noche en esta puta celda.

Julio: Cayó tres días después que yo cuando descubrieron que también formaba parte de la banda, lo esperaron en la Juan B. Justo con un Chevy de colección que era el auto que iba a proporcionar la guita justa para intentar hacerme zafar. Antes de partir a Bolivia y con la muerte de Pablo masticándonos el corazón estuvimos discutiendo largas horas si tenía o no que viajar. Me dijo que muerto Pablo era muy arriesgado mandarme esa travesía. Sin Pablo, ¿como sabía que el Uruguayo me iba a dar toda la teca que me correspondía? Le dije que para mi no era una cuestión de guita que era una cuestión de honor, un homenaje a Pablo y que toda la guita de ese viaje se la iba a dar a Frida. Julio intentó convencerme pero fue en vano.

Yo: me estoy comiendo 8 años por robo de automotores y tráfico de estupefacientes. (El auto que traía de La Paz venía forrado en merca.) Los días pasan más rápido desde que Fafa me trajo el discman con toda la discografía de los Redondos. Acá adentro comprendo mejor muchos de los temas. Conocí a un grupito de presos viejos que también son fanas de los Redondos. El tatuaje en el pecho con el dibujo de Rocambole me dio el salvoconducto para que esta gente me proteja un poco en este infierno. Uno de ellos, el Aguja, cuando me preguntó por que había caído y le expliqué los de los autos y la merca boliviana. Me golpeó fuerte la espalda y me dijo “eso es ser un buen redondito, pibe”.

Fafa: lo único que espero de ese turro hijo de puta es que me traiga el disco nuevo. Luzbelito.

Huracàn de nuevo

Igual fue una fiesta, tío. Mi sobrino me lo decía como si con esa sola frase final, subyugara todo su relato anterior plagado de turbia cuchillería.
Tendrías que haber estado ahí abajo- arrancó diciéndome con los ojos desorbitados. En un momento empezamos a notar un desbande de aquellos. Justo cuando estaba cayendo el chaparrón más fuerte, creo que estabas cantando “Mi perro dinamita”. Le dije que fue seguramente cuando Poli hizo liberar por completo las bocas de acceso. Y debe haber sido ahí, asintió mi sobrino. Al principio pensé que era por la lluvia, que la gente corría para cubrirse del agua pero al toque nos dimos cuenta que la cosa se estaba poniendo densa en serio. Al lado mío pasó un chabón con la boca roja de sangre. Un pibe grande que puteaba en cuatro idiomas mientras los de la cruz roja le daban hielo y gasa para que se arregle un poco la trucha. Ahí escuché que decía “estos negros de mierda”, una frase muy rara de escuchar en un recital de los Redondos, ahí me alarmé del todo. Asentí con la cabeza dándole a entender que los problemas de clase hasta ahora no habían sido nunca un obstáculo para la ya consolidada comunión de las bandas. Más bien, acoté tratando de reflexionar más profundamente sobre el tema, se ha producido un proceso de homogenización constante donde todos se declaran redonditos indistintamente del lugar de donde provengan, con tendencia de los chicos a chapear con provenir de sitio mas bien desangelados como si esto les confiriera más autenticidad.
Sí, está bien tío lo que me decís pero sabés cual fue el verdadero problema, lo que originó en realidad todo el quilombo que vivimos en esta vuelta a Huracán. Que los barderos no eran gente del palo del rock. Yo conozco a bandas de Ciudad Oculta, de Lugano, de la Carlos Gardel, gente muy pulenta y atrevida, capaz de cualquier cosa, pero no de entrar a una fiesta de los Redondos a chetearte una remera o las zapatillas, saben bien que eso ahí no se hace. Los que más agitaron esa noche fueron una bandita de pendejos de la Quema que paran con la barra de Huracán, pendejos muy zarpados, que de tan barderos ya los han fletado varias veces de la misma barra brava. Seguía el relato de mi sobrino sin interrumpirlo. Sentía una leve fascinación por su análisis crudo y pleno de giros callejeros. Le dije que desde arriba lo único que vi fue algunos arremolinamientos y unas corridas en la platea, no quería decir nada por el micrófono porque no sabía como venía la mano, temía provocar más quilombo.
Mi sobrino abrió dos latas de cerveza y prosiguió su relato, ahora, un poco indignado.
Te juro que vi a dos o tres pendejitos de doce o trece años con unos cuchillitos de mierda, de esos de cocina amenazando a un tipo grande que estaba con dos minas, le sacaron las mochilas a las chicas y el reloj y las zapatillas al tipo. EL Ruso que estaba conmigo me hizo notar que detrás de los pendejos había dos chabones grossos que dirigian la cosa.
Y los de al lado que hacían? pregunté.
Y los que se daban cuenta de que los estaban afanando medio que se hacían los pelotudos. No pintó ni ahí una onda solidaria de encarar a los chorritos. Cada cual en la suya trataba de que no se les cague la fiesta. Le conté que en la cancha de Gimnasia vi como detectaban a un punga y lo mandaban al frente, lo cagaban a palos y lo echaban a la mierda. No, acá no vi nada de eso, seguro que en algún lugar de la cancha alguno se reviró y les dio duro a los pendejos pero yo no lo ví. Sabes que pasó también, los chabones cayeron de sorpresa, está bien que en los recitales, como en toda Buenos Aires están pasando cosas raras pero no que te vengan a apurar de esta forma en pleno recital. La gente se quedaba un poco fría, sin reacción. Y parece que la lluvia colaboraba para enrarecer el ambiente y vos también colaborabas, tío, tocando lo más sórdido del repertorio para musicalizar los atracos. Nos reímos ligeramente de esto último.
Fue impresionante como sonaron, tío. Me preguntó detalle técnicos del sonido y la iluminación y se sorprendió por el tipo de amplificación que usamos. Mientras abría una segunda lata de cerveza y servía un whisky con soda para mí me preguntó que tenía de bueno para escuchar.
Para su tercer cerveza y para mi segundo whisky con soda traje un leberwuch importado de Alemania que con el precio del dólar sale lo mismo que en Munich. Estaba pensando eso cuando mi sobrino me preguntó si conocía a Menem. Le dije que no pero que pese a sus aparentes particularidades es un prototipo de personaje muy conocido de los bares de Buenos Aires. En realidad en ese sentido lo he visto mil veces. Me miró con ojos aún interrogadores como si necesitara una explicación mayor. El peronista busca, nunca le importó un carajo lo del movimiento popular y la historia de la justicia social, son desesperados que buscan en la política y más precisamente dentro del peronismo, salvarse. Me acordé en ese momento de una novela del Turco Asís en donde revela muy claramente ese espíritu grotesco y ventajero de algunos chantas devenidos peronistas. Creo que se llamaba “Los reventados”. Antes de que Asís los describiera yo los tenía ya bien dibujaditos en la cabeza. Han existido siempre, yo del primer peronismo no me acuerdo, pero en los setenta vi a más de un vivillo colarse entre los más abnegados militantes por si la cosa se daba.
A mí me parece que es un hijo de puta- dijo mi sobrino. Un chorro de guante blanco, él y todo los que lo rodean, Manzano ese que se hizo el culo, Herman Gonzalez, Kohan. Todos una mierda. Sonreí un poco para atemperar su indignación.
Son chorros de verdad, tenes toda la razón, pero no te olvides del entramado burgués en que se engendra un sistema de corrupción. El sistema de valores de la sociedad burguesa, su puto status, no lo erigieron los “muchachos” tiene su raíz muchisimos años antes. Alta burguesía, oligarquía, hicieron sentir que ser un seco era lo peor que te podía pasar en la vida. Después lo adoptaron las capas medias, sabes sobrino donde está simbolizado eso de forma patente, en el consejo inocentón de la tía que le dice a su sobrina “conseguite uno de plata, nena”, en boludeces como esas por supuesto que con movidas superiores de nivel internacional está cifrado el destino de un nuevo monoteísmo: el del dios dinero. Así que a estos tipos no les importa una mierda afanar. Tienen todo el hambre de su almita burguesa resentida. En esa mirada alcanzo un pequeño grado de comprensión ante tanta desmesura en el afano. El negro Fontova tiró una frase muy buena para representar sus ambiciones desmedidas exentas de toda elegancia : “No solo se quieren comer la torta sino también el moño del paquete”. Mi sobrino se queda pensando mientras unta el fiambre alemán en una galletita. Sabés que los hijos de puta de los alemanes le dan gin a los chanchos para hacer este paté, les inflaman bien el hígado con escabio para que se agrande y tenga mejor sabor. Me mira como si le estuviera mintiendo. Y los franceses hacen lo mismo con los gansos, los clavan de una ala al piso y les dan coñac con un embudo hasta que revientan “el mejor foie gras del mundo, sobrino”. Que hijo de puta es el ser humano me dice un poco sensibilizado por la cerveza.

2 presentaciones

Skay me preguntó, con un tono tranquilo pero algo preocupado que era lo que íbamos a tocar en los shows de presentación. Con buen tino y cierta previsión quería decirme como resolveríamos este nuevo problema que la profusión de temas nuevos pertenecientes de la nueva placa esta de alguna forma ocasionando. Sus ojos transpiraban por el humo bajo unas extraordinarias gafas que trajo de Brasil. Falta poco, me gustaría ir confeccionando la lista de temas.
Todavía no lo había pensado, pero como esas ideas que surgen del pragmatismo y se imponen por su brutal claridad le dije que presentaríamos Lobo suelto el viernes y Cordero atado el sábado. Skay me miró extrañado. Le expliqué que con el disco con tan poco tiempo en la calle, con tantos temas nuevos corríamos el riesgo de apabullar a los chicos con novedades aún no consolidadas. A mí me apasiona tocar las piezas más nuevas pero no podemos privar a las bandas de los clásicos de siempre. Skay asintió con la cabeza y encendió un cigarrillo. Se puso a trabajar enseguida, marcador negro en mano encabezó la lista de temas con Camila. Le cheteo los anteojos negro le digo que los voy a usar en Huracán.

Camisetas
Los chicos de la barra brava de Huracán se las han ingeniado para entregarle a Poli dos camisetas del club para que nos pongamos con Skay durante el recital. Esto podría traer quilombo. Solo nos falta que al caldero de nuestras emociones lo condimentemos con rivalidades futboleras.

Igual que un banjo

“Lobo estás” es una vieja canción que hacíamos con Skay en los tiempos que como ahora lo llaman los medios periodísticos del rocanrroll, la prehistoria de la banda. En las cuevas clandestinas y en los patios de los amigos de La Plata en aquellos momentos en que agotábamos el repertorio. Cuando ya no quedaba nada más que tocar y comenzábamos a improvisar los engendros más experimentales que procedían del pirotécnico fondo de nuestras mentes. Sobre el eco de tumbarranchos y bombas africanas del grito de los amigos, sobre el desaforado esfuerzo de mi voz y los acordes country de Skay, la Negra se sumaba tamborileando sus dedos sobre el fondo de un balde de plástico que había encontrado en un rincón del patio. ¿ Y si traemos un banjo - preguntó Skay, casi veinte años después de aquellos momentos de precioso delirio. Breuer nos dijo que aguantemos un segundo, acomodó dos micrófonos enfrentados a medio metro del suelo y le dijo a Skay que pruebe tocando en el medio. Poli miraba sin comprender. Esa viola desenchufada va a sonar igual que un banjo- sentenció Mario. Y así fue, nomás.

Semilla artista

Semilla se hinchó de emoción. Su rostro se cuajó en mil formas desorbitadas para aplomarse luego bajo la guía hirsuta de su bigote. Le dije que esta vez iba a ser el encargado del arte de tapa del nuevo disco. Semilla es artista de alma, pintor vanguardista, sopletero. Detrás de su aspecto incontrastable de piratamalayo- mecánicodeminesotta-barrabravadechicago se esconde el alma sensible del pintor Semilla Bucciarelli. Ni bien entró en la banda nadie sabía de los goces estéticos de Semilla, sus incursiones en el mundo de las artes plásticas, hasta que un día los cacé en una conversación de alto vuelo con Rocambole sobre el concepto de cuerpo en Roger Bacon y luego en la influencia del arte africano en la obra de Rufino Tamayo. Después me di cuenta que era él, Semilla el mismo que alguna vez publicó unos trabajos espectaculares en aerógrafo para la Cerdos, unos alucinantes rostros metamorfoseados en zapallos y calabazas y unos desmesurados cuerpos africanos de impronta archimboldiana. Así que cuando se enteró que iba a ser el único gestor de la gráfica del nuevo trabajo de la banda se puso más que contento, se sintió halagado y detrás de ese rostro duro pude divisar los sacudones a los que lo sometía una emoción clara y sincera. En el mundo del rock el laburo de bajista es similar a lo que en el fútbol es un marcapuntas tradicional un colaborador que salvo en escasa excepciones sobresale como si su tarea fuese sostener, solo sostener parte de un andamiaje que lo supera y hasta lo ignora. Semilla partiendo desde una visión integrada y conceptual que se argumenta en compartir ciertos fundamentos y postulados ante la vida siente desde algún tiempo que ocupa un lugar más amplio dentro de los Redondos.
Como siempre fui claro y preciso en los conceptos principales de la misma manera que lo he hecho con Rocambole, en pocas palabras le conté de que se trataba la carta de Lupus, le dije que era como un texto que serviría de introducción al disco, con eso como base y con el acoplamiento de las canciones que ya conoce tendría que comenzar a trabajar. Le remarqué más de una vez la idea de cierta ambigüedad en los personajes que van a representar la placa, o sea, un lobo que no sea tan lobo, que deje entrever que en el espíritu de su fiereza también se cuelan demasiados elementos de la inocencia y un cordero no tan cordero sino con la consiguiente veladura de una insaciable condición carnicera ¿Alguien es tan feroz o tan inocente como creen? Semilla asimiló la idea al vuelo con mucha intuición y rapidez. Me preguntó que tenía que ver todo esto con el clásico de Apuleyo, El asno de oro. Es sin lugar a dudas un tipo inteligente Semilla Bucciarelli. En solo tres días me mostró los primeros bocetos que había realizado. Simples. Sensibles. Y según mis primeras impresiones magníficamente contundentes. Una lección tanto de sobriedad como de buen gusto así también como una interpretación cabal de lo que yo le había expresado como núcleo de la idea. Me mostró un lobo con ojos buenos y un cordero con los ojos trastornados. Me dijo que los ojos son el lugar por donde se revelan las pasiones y una vez más en estos días de laburo en conjunto, estuve de acuerdo con lo que Semilla decía.
Entrada ya la tarde y luego de dar cuenta de dos botellas de sirah sanjuanino caminamos por San Telmo con Semilla y Dawi como un trío de niños surrealistas buscando, en el cielo, en las paredes y en los resplandores que la tarde porteña va escupiendo sobre todos sus rincones los colores del fondo donde quedarían plasmados por una lado el lobo y por otro el cordero. Semilla decía que un naranja pastel sin demasiada estridencia no estaría mal para conjugar la silueta erizada del lobo, Sergio componiendo mentalmente la gráfica preguntaba por el estilo de tipografía que íbamos a usar para los títulos. Absortos escuchamos, como partiendo desde la breve fachada de una casa con la puerta entreabierta mi voz reproduciéndose desde una cassettera. Un héroe del whisky sonaba impetuoso. Me pareció raro el momento. Mi voz abriéndose paso entre los viejos edificios de San Telmo surcándolos con la prepotencia depredadora de la sierra de una carnicería cortando huesos. Esto me dio pie para la idea de insertar entre las canciones del disco algunos fragmentos instrumentales que tenemos guardados con Skay desde hace algún tiempo arpegios orientales, cosas con acordeones y otros disparates que ya que vamos con un disco largo creo que no van a desentonar y le van a agregar algo de misterio al disco.
Uno naranja y otro celeste, dijo Semilla, como si declamara una humilde revelación. Clavé inmediatamente los ojos en un panel imaginario instalado en el horizonte que recortan las calles y me quedé escrutando la propuesta de Semilla. Sergio me preguntó si Picolini iba a tocar cuando hagamos el vivo. Semilla que desde hace un rato no escucha más que el soplido de un aerógrafo en su mente me dice que tanto el lobo como el cordero van a ser chiquitos, cuerpos pequeños y situados en una esquina del fondo de color.

Parque Patricios

Empecemos por el principio. Esta mañana todo el dispositivo redondo se puso en marcha. Llegaron los tipos que instalaron la pantalla gigante y los que terminaron de montar el escenario.
No bien decidimos con Skay la escala de sonido, dejamos todo en manos de Naru y nos fuimos a tomar un café a un viejo cafetín de la calle Amancio Alcorta. Pensamos que a las once de la mañana solo estarían en el café los parroquianos de siempre apurando su vermuth. Mientras Skay pedía dos cafés me entretuve mirando las fotos de la pared. Hacía rato que no veía mesas de fórmica y los ceniceros dorados de Cinzano. En la pared sobresalían tres cuadros grandes, uno del Huracán del 73, al lado una del loco Housemann solo y del otro lado una de Ringo Bonavena. El panteón quemero a pleno. Le conté a Skay, que no sabe nada de fútbol, cosas de René Housemann. Le conté cuando se le escapó al Flaco Menotti de una concentración tirándose por el balcón de un primer piso. Le conté cuando después del bautismo de un ahijado entró a jugar contra River en el Monumental totalmente en curda. A los diez minutos un pelotazo del inglés Babington lo dejó mano a mano con Fillol. Según René vio a dos Fillol cubriéndole el arco. Lo resolvió como solo un genio lo puede hacer. Pateó entre medio de los dos. Golazo y a vomitar. Skay me comentaba que supo tener una novia en Pompeya y que cruzaba todo Parque Patricios para ir a verla. Es conmovedor y a la vez un poco triste, la calidez barrial, el olor del bar y el aspecto de la gente, cierta serenidad opuesta al vértigo moderno de los boliches del centro.
Skay levanta su oído derecho en señal de atención y me mira serio. Tarde un rato en caer que me está tratando de indicar el sonido de unos cánticos que vienen de afuera...los redo´,los redó...cada vez más cerca. Con cierta paranoia pagamos el café y nos fuimos. Tememos que los pibes entren y armen quilombo al viejito del bar. Cuando los chicos nos descubren cruzando raudamente Amancio Alcorta corren detrás nuestro. Le digo a Skay que pare. Son como treinta. Venimos de Córdoba dicen agitados y felices. Quieren que le firmemos sus banderas.

Le pregunté a Poli que significaban eso corrales emplazados en cada uno de los corners de la cancha, me dijo que ahí iban a estar los de Cruz Roja asistiendo a los chicos, a los que se lastimaran, se desmayaran o lo que fuera. Miré la pantalla gigante y vi que el cámara enfocaba la batería de Walter. Se hacía de noche así que decidimos i a concentrar a camarines. Hacía tiempo que no estabamos tan nerviosos aunque en los últimos tiempos nos hemos acostumbrado a un flujo de tensión muy alto con respecto a cuando tocábamos en Skylab por ejemplo cada vez se hacen más intensos en densidad los instantes previos al show. A Sergio le toma el síndrome del examen y se la pasa en el baño, Skay enmudece más de lo normal y anota una y otra vez la lista de temas. Así entretiene los nervios Skay. Sergio y Semilla camuflan su tensión con la limpieza de sus instrumentos. Semilla le pasa una franela infinita al bajo. Yo intenté varias de esas cosas en estas situaciones, leer : imposible; escuchar música : desconcentra; beber fernet : corres el riesgo de emborracharte y hacer un papelón sobre el escenario; hablar: también desconcentra y desgasta. Así que no hago nada, camino de un lado al otro palpando a flor de piel el nerviosismo y mirando el reloj hasta que se haga la hora. Skay me pregunta por última vez intentando de forma delicada tratando de que no la toquemos- Tocamos Espejismo ?
Se apagan las luces, el murmullo es total, miles y miles de voces para dar por resultado un bullicio estremecedor. Cuantas personas hay ahí afuera? Desde acá solo veo la platea colmada. Algunos están sentados pero la mayoría está parada arengando a que salgamos a escena. Se que ni bien comiencen los repiques del tambor y Skay suelte un acorde todo se acomodará. El cuerpo entra en acción y los nervios quedan atrás sepultados por el ímpetu de la actuación. ¿Qué sería de mí sin un escenario? Así como en aquel experimento en el cual interrumpían constantemente los sueños de una persona y esta inexorablemente enloquecía, creo que eso me sucedería si no lograra poder de vez en cuando, estar sobre un escenario. Es el escape vital de mi fuerza creadora, el campo de batalla de mi artesanía. Inspiro como un buceador que almacena oxígeno para arrojarse a las profundidades. “Un rock para el negro Atila”,... Quiero verte huir como un ladrón!!!...

Estadios

Los cálculos de Poli me parecen un tanto exagerados. Siempre tuve absoluta confianza en ella pero dudo seriamente que estemos en condiciones – como dice ella- de llenar de por si solos un estadio. Ojalá me equivoque y Poli esté en lo cierto. Anoche nos reunimos en su guarida de Palermo Viejo y sobre el final de la cena, mientras dabamos cuenta del último trago de champan salió con eso. Dijo que ya tiene contacto con gente de Vélez y de Huracán. Entre los dos coincidimos que después de lo de King Kong Stadium no podemos arriesgarnos más a la fallida fórmula “varias fechas en un lugar”. Ya tuvimos esa experiencia. Le contesté que estaba en lo cierto que eso no lo podíamos hacer más puesto el problema es, sin lugar a dudas que los pibes no se contentan con ir a una de las noches sino que quieren ir a todas y ahí empiezan los quilombos. Pero que pasará en un gran estadio?
Me volví a casa un tanto inseguro y dubitativo. Lo último que dijimos entre la Negra Skay y yo fue que siga con las tratativas con la gente de Vélez y Huracán. Los de Vélez tienen varios y variados shows encima pero son bastante ortivas, a Poli la convenció más la gente de Huracán pese a no tener casi experiencia en el tema. Cuando haya algo más claro vamos a ir los tres a hablar.
Mientras cruzamos media Bs As en taxi me fui preguntando como se verá Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota en un estadio. Con pantallas gigantes. Con un distanciamiento casi total del público. Perdidos en un escenario enorme. Me retrotraje a una noche tomada al azar de entre la madeja de mi memoria, el Stud Free Pub por ejemplo donde a todo trapo entrarían doscientas personas como mucho, donde yo me ponía a tomar wisky con la gente antes de tocar y un marshall minúsculo servía para reproducir nuestro número. Me mordía los labios y mi alma se fundía con los colores de la noche, trazaba planos imaginarios en nuestra historia, trataba de descubrir los conectores que sucediéndose unos a otros habían hecho de nuestro escenario under de maderas podridas por el vómito de los borrachos se estuviera por convertir en un megatablado solo aspirable a estrellas internacionales.
Creo que Huracán es más humilde. Un fracaso en Huracán no sería tan resonante como un Vélez a medio llenar. Trato de imaginar las tribunas colmadas, el campo de juego convertido en un mar de cabecitas y nosotros esperando salir a escena. Pese a parecer que ya tenemos todo vivido, llegan épocas de grandes novedades para nuestro río de adrenalina.

El Patìn.

Nunca tuve problemas con este tema, siempre tengo a mano mis condiciones actorales para meterme en la piel del tipo de crooner que necesita la canción. Alguien podrá decir que la mayoría de los temas de los Redondos responden a un similar tenor dramático y que en realidad no es o no sería asunto demasiado complicado alinear el alma, ponerse en consonancia con las canciones para poder interpretarlas del mejor modo posible. No los contradigo para nada pero si les digo a todos lo que piensan de esta manera que pongo un esfuerzo especial y exclusivo en cada uno de los temas como si quisiera renovar o preservar la individualidad de cada universo compositivo que representan cada una de nuestras cancioncitas. Por eso me alejo con la excusa de ir eructando la Heineken para el lado de los sauces. Trato de sumergirme en el tema que vamos a grabar, intento que se adhiera a mi sensibilidad la cadencia necesaria para llevar a buen puerto la lírica que con anterioridad hemos diseñado, busco sobre todo un buen contubernio con esa lluvia acompasada de acordes de guitarra, con clara influencia Petty, que Skay ha grabado con exquisito pulso. Ahora vamos con El Patín, no?- me grita Gauvry desde adentro. Le hago un gesto afirmativo. “El Patín” es el nombre muletto de lo que definitivamente va a ser “Etiqueta negra”. Nos gusta buscarle nombre alternativos a las canciones, en general se las bautiza con el primer gesto intuitivo, la palabra o la frase que más resalta y que sirve para manejarnos con más comodidad en los ensayos o cuando de algún otro modo queremos hacer referencia a ella sin tener que trabarnos la lengua. Todo esto hasta que tomo el desafío literario de registrarlas como un padre en el Registro Civil del Rocknroll allí donde decido que la niña no solo se llamará María, sino María de Todos los Desconsuelos del Alma . Desde los inicios forma parte de nuestra estética buscar un punto críptico desde el título. Me ha inspirado para esto más que la literatura para esta tarea, las revistas de historieta y el cine. Otra premisa inconciente pero premisa al fin es nunca titular con la obviedad salvo en el caso que quede bien o que no quede otra.
Creo estar a punto para cantar. Siento fibrilarmente los goznes interiores de Etiqueta negra, esas dos puertas que compartimentan el tema y que crean una doble dimensión de sentido. Se abren dos veces a lo largo de la canción una en ...dejó un billete que pide a gritos que los gasten... y otra sobre el final en ...no hubo caricias para su celo moro... Es que pese a ser animales de exclusivo formato lírico las canciones pasan muchas veces a ser, por conocerle uno todos los secretos, es decir todos los puntos de ensamble en donde se apoya, en artefactos no tan distintos a bombas o a licuadoras. Le quito con los dedos el trozo hielo al vaso de wisky para que el líquido demasiado frío no perturbe ni empañe los activos de mi garganta. Sorbo de un trago lo que ha quedado en el vaso solo para cantar con ese fantástico sabor a metal candente, como pedía Rimbaud, en la lengua. Prefiero, para esta ocasión cierta penumbra. La negra y Skay buscan una lona para tapar la claraboya del estudio. Sé que dentro de unos minutos cuando Gauvry me muestre la toma voy a estar desencantado con mi voz. Activo resortes internos para que el desencanto no sea tan grande.

Del Cielito, de regreso.

“Buenas noticias” y “Shopping Disco Zen” están listas. Doraditas y crujientes. Salimos a tomar aire al patio del Cielito con todos los chicos. Semilla se saca el pañuelo que lleva atado a la cabeza y sacude al sol su enmarañado cabello. Sergio y Walter comentan con fervor adolescente aspectos de la grabación. ¿Qué pensarán de nosotros? De Skay y de mí. Por momentos casi no hay distancias, nos movemos como un quinteto en todo su sentido, con códigos, sin convenciones, ni nada que se le parezca, pero poco a poco se van cerrando entre ellos como si los absorbiera una especie de respeto o jerarquías. No me gusta asumir el papel de jefe prefiero que me vean o que nos vean a Skay y a mí como dos tipos de otra época, dos freak o tipos raros que debido a los acontecimientos que se viven tienen o tendrían que encerrarse en un diálogo interno, ajeno a ellos. Skay me ha planteado en algún momento si cuando en los reportajes hacemos tanto hincapié en el famoso trío Skay-Poli-Indio no estábamos de algún modo apartándolos del centro de la escena. Nunca le contesté pero supongo que para Skay es obvia la respuesta. Así que Sergio que no sé por que sigue con el saxo en la mano y Walter se han sentado sobre el respaldar de unos de los bancos esperando que Semilla los acompañe. Skay me dice que “Buenas noticias” es la mejor letra que he escrito para este disco...prometidos de carne, lánguidos impalpable; canta para sí. Poli se nos acerca con seis latas de Heineken amarradas por un precinto plástico, una muy buena excusa para que los demás chicos se acerquen. Semilla comienza a operar un extraño método para tomar la cerveza, le pide a Poli una lapicera, agita la lata y luego le incrusta la lapicera en un costado y se lo lleva inmediatamente a la boca. Supongo que un shock helado, un chorro de considerable fuerza a impactado contra el paladar de Semilla que pone una cara de inmensa satisfacción mientras sus ojos enrojecen. Walter intenta lo mismo, nos vemos envuelto en un juego de chicos. Skay abre su lata de modo convencional antes de ser impulsado a participar, me apuro y lo mismo hago yo. Cuando Walter se acerca a la lata e intenta que el chorro de en su paladar su rostro se estremece y la cerveza comienza a brotarle por la nariz. No ha tenido la pericia Semilla para ubicar bien la lata. Semilla le golpea exageradamente la espalda para desahogarlo. Nos reímos un buen rato.

Dominicanas II

Hace unos minutos regresamos de Altos de Chavón, una villa de estilo renacentista construida por un millonario en 1978. Enclavado en el centro de la villa, allí entre medio de las más pintorescas y elegantes mansiones de fin de semana se erige un moderno anfiteatro que despide un aroma permanente a cemento y que es réplica exacta del que usaban los romanos. Calculé que tendría una capacidad para más de 5000 personas. No me pude resistir a imaginármelo colmado por las bandas, con Skay y conmigo en el centro del escenario dándole rienda suelta al espíritu de Patricio Rey. El guía con cierto orgullo nos decía que fue inaugurado por Frank Sinatra.
Ahora nos quedamos en la suite. El aire acondicionado nos brinda el clima exacto para repeler el calor que desde hace unas horas se ha tornado demasiado denso y pesado. Apoyo sobre la mesa que por fin me ha conseguido el conserje, una caja de habanos Arturo Fuentes 100% dominicanos con capa proveniente de Sumatra. Los preferidos de Francis Ford Coppola y Miterrand, según me aseguró el vendedor. Enciendo uno y mientras me deleito con el sabor a almendras tostadas del puro hojeo “Rubí” el libro que me ha regalado Virginia y que trata de la vida de Porfirio Rubirosa el latin lover más famoso del mundo amante entre otras de Joan Crawford y Zsa Zsa Gabor. Se hizo mierda en una Ferrari al salir en curda de un nightclub de París. Dejo el libro y tomo mi cuaderno dominicano, así llamo al block espiralado que tiene a una bailarina de merengue dibujada en la tapa.
Desde que estamos en el Riu he llenado unas cuantas hojas. Textos que esperan ser canción. Mientras los releo me he dado cuenta que tres de los seis más definidos tienen por protagonistas a una mujer. La reescritura de lo que voy a bautizar “Caña seca y un membrillo”, “Gran Lady” y “La hija del fletero”. Estos más “Pituca” y “Susanita” conformaran el quinteto de lolitas, madamas y heroínas que habitaran el próximo disco. Creo que van a encajar bien en el andamiaje oscuro del proyecto. Como pequeñas y brillantes piedritas de larimar incrustadas en el lomo oscuro de un lobo.

Dominicanas I

Un hotel de la cadena española Riu. El Riu Palace Macao. Las paredes encaladas de un amarillo profundo y los vidrios de las ventanas de las habitaciones restallando ante los poderosos rayos de sol me enceguecen un poco. Acudo de inmediato a las gafas que hasta el momento dormían en el bolsillo de mi camisa. Debería decir que el lugar es acogedor pero decirlo así suena a propaganda barata. El aire british del interior del lugar, cierta sobriedad, contrasta con la exuberancia del color local dándole algo de equilibrio. Me gusta. En el interior del lobby somos recibidos por dos negras enormes que se balancean al son de maracas y kalimbas sampleadas con discutible gusto trayendo sobre sus brazos bandejas con varias copas de la más pura vitamina R. Ron Brugal leo en la publicidad de la bandeja, el hielo molido hace transpirar el vidrio propagando cientos de gotitas de condensación. No llegué a posar el borde del vaso en mi boca que el olor del ron en plena labor magdalena de Proust me retrotrajo a una noche demencial en Cemento donde después de haber arrasado como cosacos sedientos con todo lo que había en la barra nos quedamos con Skay, Symns, Poli y Chabán a la suerte de dos botellas de ron Marequiare, todavía no se me ha borrado el barquito de la etiqueta, la nave de los locos de esa noche que nos llevaba a un enésimo naufragio. Estuve toda la tarde posterior vomitando bilis. Hago que sorbo un trago y vuelco el contenido en una maceta.
De entre toda la folletería turística con que nos han empapelado desde que bajamos del avión el lugar que más me ha llamado la atención, el que más me anima a iniciar alguno de los tours promocionados por el hotel es una playa alejada donde se avistan las ballenas gibosas. Veremos. Por el momento le he solicitado a la gente del hotel una mesa más alta y un sillón más mullido. Quiero estar cómodo para escribir. ¿Acaso no he venido a Dominicana para escribir la mayor parte de las letras del nuevo engendro? Necesito cortar con la inspiración de la barbarie urbana de Buenos Aires. Nuevos paisajes. Ver si lo que cuenta Nick Cave cuando se interna en el Matto Grosso es verdad. Desintoxicar la poesía. Parece una herejía ¿No? . Igual vamos a probar. Conociéndome de la manera en que me conozco se que las variantes serán mínimas.
En la playa hay muchos franceses, ingleses y alemanes. Me resisto a parecerme a Franz o a George el francés igualito a Brassens. No quiero sumergirme con el ridículo snorkel. Después de un rato de sol y de agua de mar buscamos sombra. Caminamos hacía los barcitos que están arriba, en homenaje a Kerouac, entramos en uno llamado Big Sur Café. Unos lugareños improvisan con sus instrumentos hasta que se deciden a tocar en serio. No pudimos no reírnos cuando el más viejo del grupo anunció con verdadera solemnidad mientras repiqueteaba el bongó con autentica pericia, que iban a tocar un merengue tradicional escrito en 1850 por el coronel Alfonseca intitulado “Huye Marcos Rojas que te coje la pelota”.

Y donde està el piloto?

Tomé a Virginia de la mano, apoyé con fuerza la frente contra el marco de la ventanilla y deseé fervorosamente que un rayo me fulmine hasta que el maldito charter llegue a destino.
Observo el río, su terroso color chocolate, variando por momentos según como le de el sol a un tono más ambarino igual que si abriera su cerrada coloración a tenues transparencias que dejaran ver el limo de su cauce pero nada ni siquiera la belleza del río más ancho del mundo logra desactivar esa bomba de tiempo que desde que he ascendido al avión late en mi corazón. Me sirven wisqui, antes de que la señorita pase a ofrecerle alguna bebida al pasajero del siguiente asiento, ya he liquidado mi vaso y estiro con algo de vergüenza mi brazo para que lo vuelva a llenar. El wisqui es decididamente malo pero poco me importa en esta ocasión ya que hoy su objeto no es regodear mi paladar con sustancias exquisitas sino meter algo en mis arterias que me deje out y no sentir ya nada en este vuelo. Me da mucha envidia el señor de traje azul de la butaca de al lado que pasa las paginas de una revista de turismo y que contiene una estúpida paz en sus ojos, un sosiego intransmisible al menos para mí. Para él todo está controlado nada malo puede suceder en este viaje. Yo, sin embargo, como si el activo del wisqui desencadenara la más perversa de las paranoias comienzo a sospechar que ya el piloto a ingerido su dosis de LSD y pronto creerá que es un pez volador y no un avión lo que está comandando por lo que querrá zambullirse en picada en el primer azul de océano que divise allá abajo. O, una variante más sádica si se quiere de la paranoia me dicta que en la cabina en estos precisos momentos comienza una gran orgía entre el personal masculino que tripula la nave y las jóvenes azafatas por lo que el artefacto volador terminará en pocos minutos manejado por el tremendo culo de la azafata brasileña. Como puedo, empujando un poco más de bebida a mi garganta y esperando que esta comience no a disparar más paranoias sino a que de una puta vez adormecerme, de esta manera aquieto un poco mis ideas neuróticas. Es un suplicio chino viajar en avión me transpiran manos y pies hasta transformarlos en una superficie jabonosa incapaz de no deslizar en demasía cualquier superficie que quiera sostener o en el caso de mis zapatos convertirlos en canoas inundadas. Intento dominar la situación siempre con la misma estratagema me creo que con un par de tragos más voy a andar bien.¿Por donde anda la azafata? . Me asomo al pasillo. Es urgente otra dosis de ese falso bourbon que vierten sobre mi copa el multiétnico equipo de azafatas. Esta vez le pido si pueden renovar mi hielo y traerme también una botellita de soda para sacarle al bourbon ese regusto a cañerías viejas. El pánico inicial parece hacer terminado da paso a un cortar de tornillos un poco menos desesperado, ya estamos arriba a cientos de kilómetros del suelo, ahora según experiencias anteriores solo queda aguantar estoicamente. 0 a 0 en el Maracaná por la Copa que corran los minutos para llevarnos un punto de oro.
Comienza a oscurecer apenas he visto esta singular pintura que conforman los campos vistos desde arriba, su verde variopinto jugando a encastrarse en forma de ladrillitos. Es lo que puedo sentir cuando me sereno. Ahora el paisaje exterior se ha clausurado definitivamente todo lo que queda es el juego de luces del interior del avión, puntos rojos, puntos verdes, tonalidades de vaga fluorescencia convierten el hábitat de la nave en las entrañas de un monstruo de artificio metálico. Después de la cena la mayoría intenta dormir, los pocos insomnes como yo intentan sumergirse en un film insoportable. Saco del bolso de Virginia “Nacked Lunch”. Ni siquiera lo abro. Solo me sirve para apoyar un trozo de servilleta y escribir lo que como un hematoma de gravedad crece en mi cabeza: “la ruta está repleta/pesadilla!!!, de caricaturas/ albúm negro!!! Que si pierden el bondi, lobo/ pajamagia, ni se van a enterar!

Ultimas aventuras

Hacía mucho tiempo que no caminaba solo, que no cruzaba la intemperie que suele recubrir la noche de una sustancia impredecible como lo hice hace un rato. Mucho tiempo sin segregar la sucia adrenalina que provoca el contacto con el mapa urbano y que todavía gotea por mi cerebro provocándome molestias y tensiones a las que ya no estaba acostumbrado. Noto que parte de mi físico late como si lo que acabara de atravesar no solo fueran las calles de una gran ciudad sino el predio luctuoso de un moderno campo de batalla, tal es la baja excitación que se apodera en estos momentos de mi cuerpo. En estos últimos años, más que nunca, me he dedicado a no salir de casa, si esto es algo a lo que uno verdaderamente se puede dedicar. Al menos en Buenos Aires. Son muchos los factores que me tienen un poco encadenado a esta situación que muchas veces disfruto con el peso de un curioso ostracismo, pero que en otras varias la siento como un ambiguo recorte de mis libertades y que sin lugar a dudas, ya lo he comprobado, es parte del precio que debemos pagar todos los beneficiados por la lotería de la fama. Así que desde hace unos años vivo encajonado en el confort del hogar y mirando el mundo solo desde el ojo satelital de la tele por lo cual cualquier travesía urbana, cualquier roce con el teatro de las ciudades me parece casi casi una aventura africana.
El dolor de mi compañera esta vez me dejó sin opciones. No podía verla más sufriendo por el ardor provocado por una pequeña quemadura en el brazo.
Miré que farmacia estaba de turno y calculé: Del Portal cruzando Callao diez cuadras más, en total dieciséis. A las tres de la mañana de una noche de insomnio esto no puede insumir más de media hora de caminata, pensé. Me puse las zapatillas, la gorra negra de beisbolista y salí. Las primeras impresiones que me arrojaron las sombras sobre el asfalto me empezaron a erizar la piel igual que a un novato. Sentí el cuerpo flojo y un estado de vulnerabilidad del que no recuerdo haber padecido nunca. Tuve que sacar un plus de mi concentración mental para que mis fibras se vuelvan a tensar y pueda volver a darle a mi cuerpo la estampa viril y activa que creo desde siempre poseer. Me lamenté de que mis experiencias del pasado, mis recorridos furiosos por los grandes y oscuros laberintos marginales de todo Buenos Aires y La Plata, se hallan disipado en la memoria de mis células convirtiéndome por segundos en un pavote asustadizo.
En una calle de cuyo nombre no quiero acordarme dos crotos nuevos, dos hombres lanzados a la deriva absoluta de la vida y a los que llamo nuevos porque el aspecto de su piel, de su pelo y de su ropa todavía no habían alcanzado el deterioro completo que suelen tener o que solían tener los viejos vagabundos y por lo que sospeché que no hacía demasiado tiempo que andaban en la calle con su novísimo título de parias, introducían las manos en un container lleno de basura y apenas reconociendo lo que encontraban con el tacto y ayudados por el reflejo de un farol lejano, comían lo que encontraban. Miré con detenimiento como a uno de ellos se le encendía la cara de alegría al encontrar media salchicha y su respectivo pan de pancho, con los dedos le saco un poco de yerba usada que lo ensuciaba y oh! sorpresa de uno de los bolsillos del saco, ví que extrajo un sobre de ketchup, de esos chiquitos que dan en los fast food y sin vacilaciones previas, con un tipo de prepotencia que intentaba arrancarle a su comida todos los posible microbios devoró su bocado. Estos detalles no son producto de mi imaginación. Cuando inevitablemente pasé a su lado uno de ellos con voz apenas perceptible, llena de timidez me pidió un cigarrillo. No pude no detenerme. Más que nada me plantó por unos minutos en ese buco de realidad cierta correspondencia etaria. Ver que los pobres desgraciados tenían y después lo corroboré mientras intercambiábamos algunas palabras, mi misma edad. No lo hubiera logrado nunca por más que lo hubiese intentado. En apenas pocos minutos lograron contarme que hacía seis meses que andaban en la calle. Uno era maestro tornero, ex empleado de una metalúrgica y el otro ingeniero en sistemas. El mismo drama para los dos: echados primero de sus trabajo por reconversiones y recortes en la nueva reestructuración empresarial y abandonados luego por su familia. Amilcar el más bajo, el que con mucha vergüenza ocultaba los lamparones de aceite de las mangas de su camisa se disculpaba mansa y excesivamente cargando con todas las culpas de su dramática situación- Esta bien, las mujeres y los hijos no tienen por qué padecer la miseria de uno. Yo no les guardo ningún rencor por haber buscado otros rumbos, otro hombre mejor parado más precisamente, para poder seguir subsistiendo con algo más de dignidad. Raúl, el otro , con tono de conferenciante daba una gran cátedra acerca de algo que podría haberse llamado “Menem contra la industria nacional” o algo por el estilo. Me llamó la atención que no puteé al susodicho, la indignación parecía ponerlo más que nada académico, sensato, sobre todo elevado como si de esa forma respondiera más fieramente a quién nadie dudaba era su enemigo y del que ya nadie dudaba era incapaz de tener un tono reflexivo y humano como el que tenía Raúl. No pude no escucharlos, no pude no sentir una especie de mareo espantoso al ver a esos tipos de mi misma edad lamiendo, como he repetido millones de veces, el puto suelo de la miseria. Cuando Raúl buscó en un tetrapack de leche alguna gota, les dejé el atado de puchos algo de plata que llevaba de más y me fui soliviantado por los demonios. Traté de no pensar en esos dos pobres tipos eyectados por completo de la sociedad. Alguna vez habían tenido su lugar, ya no. Noté como poco a poco el pecho se me iba cargando de angustia bajo la tinta enferma de la noche de la ciudad.
El segundo flash, tanto o más impactante que la escena de los dos tipos, la tuve llegando a la farmacia. Me acerqué a la puerta para pedir la pomada y un hombre de unos sesenta años con los ojos totalmente perdidos me hacía unas señas que no alcancé a comprender. En seguida me di cuenta que su pecho había sido blanco de un elemento cortante. El delantal celeste se le comenzó a poner negro producto de la sangre que manaba de la herida e iba empapando poco a poco la tela. Estaba a punto de meterme de cabeza por la ventanilla para socorrerlo cuando sentí que a mis espaldas caía una ambulancia y un patrullero. Me corrí y les deje paso. Uno de los milicos me preguntó si había visto algo. Le dije que no moviéndome en el lugar como saliendo del impacto. El milico me miró de arriba hacia abajo tratando de fichar algún rasgo sospechoso en mí mientras sacaban al tipo de la farmacia en una camilla. Son estos pendejos de mierda- me dijo señalando el patrullero, ahí tenemos a uno. Me hablaba y yo no podía desentumecer las piernas que debido a la situación que acababa de vivir me tenían clavados al piso. -Están zarpados los huachitos- seguía hablándome el policía- chorritos que te limpian por dos mangos. Cuando miré al patrullero, que venía acercándose a nosotros sentí la voz del pibe que habían detenido gritándome que lo saque de ahí, el chaboncito me había reconocido y gritaba para que mirara su remera. En total estado de nerviosismo miré al chico y vi que tenía puesta una camiseta blanca con inmensas y espantosas moscas. El pibe cantaba el Toxi taxi como un desaforado y me tendía los brazos. Los ratis miraban la escena sin entender nada. Vaya a saber quien creyeron que yo era. El pibe seguía gritando adentro de la patrulla hasta que unos golpes en el rostro lo hicieron callar y el auto arrancó a toda velocidad con la sirena ululando como un pájaro enloquecido. Corrieron varios minutos hasta que pude lograr salir del estupor y recuperar el rumbo. Caminé hasta la avenida ahora sí decidido a tomar un taxi. Para un tipo que procesa la sensibilidad como yo ya había tenido bastante. Pero las cosas no terminaron allí. Di con un tachero de los verborrágicos. Ni bien subí me convido un pucho y a quemarropa sobre la áspera melodía de Little Red Roster que sonaba en su radio me contó una extraña historia de amor que acababa de vivir. Por un instante sospeché que el taxista me había reconocido pero no me lo hacía saber. Creí que me estaba tirando data para una canción. De a poco se fue esfumando esta sensación al comprobar que el tipo era un delirante, un chabón que se largaba a contar historias a sus pasajeros, una novedosa forma de hacer literatura se me ocurrió. Hablaba sin tragar saliva en un éxtasis verbal que llegue a emparentar y a asustarme por ello, con ciertas noches en que se me activa la lengua. No hay peor cosa que verte cara a cara con tus vicios. Pensando en varias cosas retorné a casa.

Album Doble

Se está tornando difícil descartar temas. Algo raro, por lo general siempre me gustó esa tarea de desmalezamiento que implica la selección de temas. En todos lo discos hemos tenido un jungla de piezas sonoras ansiosas de hacerse presentes en la placa. De entre las nuevas canciones las que se acumulan desde la salida del último disco es placenteros escucharlas para calcularles su peso específico, sopesarlas y elegir las mejores. Me siento el cocinero del rey eligiendo en el bosque los mejores hongos para la cena.
Algunas canciones quedan truncas, les falta alguna parte. Por el momento quedan desechadas pero expidiendo un jugoso moho para ser saboreado en el futuro. Otras permanecen imperfectas, sin desear la completud, robot a medio ensamblar que me obsesionan en sueños, mostrándome su rostro sin boca sus piernas sin pie. No sé, pero estoy reacio a todo rebús. A todo tipo de tarea seleccionadora. Ayer le dije a Skay que vamos a grabar Camila. Le gustó mucho la idea. Así que no pienso dejar afuera ninguno de los temas nuevos sino que también voy a incluir los del viejo repertorio. Ya tenemos “Ladrón de mi cerebro” y “Camila” que para renovarla un poco la he titulado “Un rock para el negro Atila”. Siempre nos costó grabar este tipo de temas, Skay también piensa lo mismo. Bromeamos con Skay que con la infinidad de cassettes piratas que hay dando vueltas para qué grabar los llamados inéditos.
Después del ensayo nos quedamos un rato con Poli tomando unas latas de cerveza negra. Le comenté que tanto a Skay como a mí nos parece bien grabar todos los temas que estamos terminando. Son más de quince le digo. Disco doble propone Poli con ese poder de resolución que la convierten en lo que es: la ingeniera psíquica de Patricio Rey.

Katmandù Trafic

Hacia por lo menos un año que no me encontraba con Alfredo Rosso. Desde un tiempo a esta parte pasó a inquietarme la desaparición de viejos amigos de mi vida. Mi única explicación para esto es decirme que la vorágine de los años locos que en suerte nos ha tocado vivir nos ha reconcentrado tanto en el trabajo que apenas si he tenido tiempo para frecuentar a aquellos gloriosos interlocutores del pasado. Pero los años son distintos, los tiempos cambian, no se puede vivir tirando paredes y nunca llegar a concretar un gol. Ahora que la pelota a cruzado la raya espero que vengan a abrazarme para festejar. Rosso es siempre bien recibido. He notado que varios de los viejos amigos se han apartado como si no quisieran entrometerse en el éxito de los Redonditos. Si bien se que se sienten participes los hacen en la más lejana de las distancias como un gesto de humildad y elegancia.
Observo la bolsita amarilla que Alfredo sostiene en su mano que ahora a depositado sobre la mesa sin dar cuenta de nada. Enormes sorpresas me ha dado extrayendo discos de bolsas. Discos siempre discos. Trato de calmar la ansiedad y mientras conversamos espero que sea él quien me invite a la escucha de quien sabe que cosa.
Me pregunta si pude ir a ver “Pulp Fiction”. Le digo que no, que se está haciendo cada vez más difícil salir y cumplir con el requerimiento afectivo de los chicos. Esto último lo digo con tono afectadamente remilgado y Rosso estalla en carcajadas aunque sabe que es cierto. Por fin mientras Virginia descorcha la botella de vino Alfredo se dispone a sacar lo que ha traído. Fito Paéz. Lo último de Fito presenta Rosso. La verdad, me asombra. Siempre a intentado Alfredo sonsacarme con brillantes más exóticos. Escuchamos el disco sin hablar como si fuera un film. Es bueno. Le hizo bien la Roth- dice Alfredo-. Con Fabiana vivían muy Bukosky, mucho desgaste. Leo los nombres de los temas “El amor después del amor”, “Thelma & Louise”, “Brillante sobre el mic”, “Tumbas de la gloria”. Cuatro temas bien Prince y cuatro bien Charly dice Alfredo. Le digo que me gustó mucho “La balada de Donna Helena”, su psicodélica narratividad pero más me gusto la 6 , Katmandú, “Tráfico por Katmandú”.

Divididos

Leo en los diarios que desde que no tocamos, desde que hemos detenido la marcha del tren de conciertos “las bandas”, en un creciente estado de orfandad se han abocado a seguir a Divididos. Como a nosotros los siguen a todas partes, llenan todos los lugares a donde van y amenizan los shows cantando cantitos de cancha exaltando el aguante de como lo denominan los medios “La aplanadora del rock”. Conozco a los chicos, no tan chicos de Mollo y Arnedo. Me caen bien, pero nunca logramos tener la onda que tuvimos con Luca o con Petinatto. Poli se inquieta un poco por esto, me dice que tenemos que armar algo pronto. Me sorprendió ver a la Negra tan temerosa de que las bandas nos abandonen.

Cobain

Como un explorador estiro sobre la mesa un mapa de los Estados Unidos. Busco con el dedo la Costa Oeste, subo desde el norte de México, atravieso California y no es sino llegando al límite con Canadá que me topo con el estado de Seattle. Un punto casi perdido en el extremo superior izquierdo del mapa yanqui. No es de mi entero agrado lo que musicalmente sucede en esa ciudad pero tampoco, como obseso viajante de la cultura rock, me es ajeno.
La movida de Seattle, de eso hablan compulsivamente las revistas, los programas de radio y tv. Grunge. Nirvana. Nada que no hayan hecho ya los ingleses de Joy Division o el cazador de búfalos Neil Young, nada que no haya escuchado Luca en algún tugurio de Brixton haya por los setenta. Un punk más aceitado, igual de rabioso que el de los Sex Pistols pero con pinceladas bucólicas que enrarecen de buena forma cada una de las canciones. Acabo de escuchar Nevermind de Nirvana, el disco que según los críticos simboliza anticipadamente esta década marcada de antemano con una fuerte dosis de nihilismo bajas calorías. Kurt Cobain, su líder. De chico le gustaban los Beatles, algo de eso hay en sus canciones, esos alaridos revulsivos que emite en zonas estratégicas de la composición no le faltan el respeto a las líneas melódicas que desde Lennon & McCarney se han convertido en tradición de rock. Su cabello es rubio, lacio. Tiene la pinta de un ángel moribundo. En la nota que tengo sobre la mesa los antiguos amigos dicen que era un muchachito débil, un mantequita es la palabra que utilizan, que no resistía un vaso de cerveza sin que le diera casi instantáneamente un espasmo alcohólico. Aunque quiera aparentar cierta rudeza en la mirada y en la voz, es completo el halo de fragilidad que lo envuelve cosa que se hace más que notoria en cierto fragmentos lacrimosos de Nevermind. Vuelvo a escuchar “Smell Like Teen Spirit” y me detengo en la foto de la revista. Los ojos machacados por los impactos de bala de la heroína. Dos huevos cascados que miran su propia sombra moverse en un ecosistema interior devastado. Vuelco mi vaso de wisky sobre el mapa.

Faisanes

La tarde extingue sus últimas luces. En pocos segundos como si alguien tuviera el control total de una vasta escenografía todo pasara a ser negrura en el cielo. Le pregunto a Skay si el bonsai que se posa sobre la mesa es un ciruelo. Me concentro en la diminuta y redonda sombra que el arbolito da sobre la mesa. Hace unos minutos en plena efervescencia del reencuentro puesto que hacía más de un mes que no nos veíamos, Poli acercó a la mesa un frasco con aceitunas azules rellenas de salmón. Después de una vuelta de excelentes Blood Mary servidos por Poli, es ella misma la que me trae sonriente unos papeles abrochados. Son las estadísticas de ventas de los últimos dos años. “La Mosca y la sopa” es el más vendido por la obvia razón de ser la novedad. Los discos anteriores han superado ampliamente las cifras de las primeras tiradas. Skay con una mueca de goma me dice que es increíble que Gulp haya alcanzado las mismas cifras que Stheel Whels o que Oktubre haya agotado cuatro veces en el año su tirada. Todo esto nos produce una leve excitación que intento contener, más que nada para matar lo que esto tiene de específico con la guita, el peligroso universo de lo pecuniario. Recito un haiku de Basho que ridiculiza los éxitos de un emperador comparándolos con cohetes que estallan en una noche de juerga. Igual nos cuesta desprendernos de ciertas electricidades propias de los logros obtenidos. De excitadas pirotecnias que recorren nuestra piel. Parece, la gran siete, que el metabolismo entero cambiara sus ritmos y sus aceleraciones cuando las cosas van acomodando, digamos positivamente. Me quedo pensando en esto mientras siento una titilante vibración en todo el cuerpo. Skay trae los faisanes y el champagne. Tenemos más sed que hambre. Las botellas verdes se acaban con rapidez. Comienzan a convertirse en música nuestras risas, estamos felices. Eso da lugar a que gastemos bromas de todo tipo. Patricio Rey es el blanco de los más victriólicos chascarrillos. Skay lo sitúa en la cabecera de la mesa, le sirve una copa de champagne y refunfuñando con mucha gracia le dice que ha oído sucesivos rumores de que los Divididos han hecho ofertas por su alma. ¿Cuánto cuesta el alma de Patricio Rey? Skay pone una voz realmente diabólica. Se comenta por los pasillos que el mismo Ricardo Mollo ha ofrecido su alma al diablo a cambio de que Usted Señor Rey se traslade de los Redonditos a Divididos. La noche no parece agotarse nunca.

Siempre Walter

Intento escapar al fantasma de Walter mientras escribo. Es esta una tarea que se torna cada vez más y más difícil de controlar. Llega siempre el momento, la línea dolorosa que me recuerda su muerte y que atraviesa de lado a lado todo mi cono de subjetividades instalando el triste hecho como único concepto a pensar.
Como si alguien me estuviera mirando, guardo alterado estos escritos. No puedo de dejar de pensarlos obscenos o indignos.
¿Qué hacer con un muerto de tu propiedad?. Me han acercado una foto de Walter pero algo en mí se resiste a retener su rostro real, el que está impreso en el papel, como si prefiriera el espectro luminoso que me acompaña constantemente y desde hace un par de años me ha quitado buena parte del sueño. Un maullido de luz omnipresente. Skay es el único con quién puedo tocar el tema sin que resulte espinoso. Se que aunque le cueste expresarlo siente lo mismo que siento yo.
Ya han sucedido las largas noches en que tratamos de buscar una explicación, de hallar el mejor lugar desde donde mirarlo y situarnos, hemos dispuesto nuestros movimientos de forma, como nunca, antes estudiada. Aprendimos del inmenso dolor, a ser cautos y sobrios, pero nada basta, todo conspira, en cada trazo del presente llevamos el humo rojo de su aliento.
Pese a los extensos blocks que llevo escritos no vamos a componer ningún tema referido a esta aciaga experiencia. Así se lo hice saber a Skay. No esta en nuestro espíritu tal demagogia. Poli me dijo preocupada que van a ser cada vez más los que sigan tirando la bronca. Por mi supuesta falta de solidaridad o lo que sea. Fue corta mi explicación. Poli lo entendió. Lo que todavía no le expliqué a nadie, ni siquiera a mi mismo (lo intento hacer en este instante) es que de ahora en más no va a haber ninguna canción, ningún recital y me atrevería a decir ningún acto de mi vida que no esté penetrado por el espíritu de Walter. Como quieran llamarlo y como tantas otras experiencias nefastas sucedidas en mi órbita estará presente donde quiera que vaya.